La salud es política
En las últimas décadas, la política (entendida como forma de negocio, en muchas ocasiones) hundió sus tentáculos en el sistema sanitario.
Haz ejercicio, come de forma saludable, sal al campo a respirar aire menos contaminado, ve al médico cuando lo necesites, no fumes, no bebas alcohol… Desde hace décadas, los mensajes sobre nuestra salud se dirigen a personas individuales haciendo mandatos o recomendaciones que nos podrían hacer pensar que nuestra salud es una elección y una responsabilidad individual. Mientras tanto, los trabajos se precarizan, el tiempo se acelera y se hace imposible cocinar bien, trabajar bien, cuidar bien, comer bien; es más barato y accesible comprar un donut que unas piezas de fruta , las ayudas para el cuidado de familiares dependientes engrosan kilométricas listas de espera, en nuestros barrios proliferan las casas de apuestas y las únicas alternativas de ocio joven se vinculan al consumo de bebidas alcohólicas. Todo esto ocurre la par que la sanidad pública va teniendo una situación cada vez más precaria en su mejor versión low cost.
Las mismas personas que con una mano cargan la salud sobre los hombros de las personas individuales, con la otra empeoran las condiciones de vida colectivas que podrían hacer más sencillo tener vidas saludables. En esa aparente contradicción es donde ha de aparecer la política.
En salud, la política no ha de estar para cambiar gerentes de hospital o hacerse fotos con nuevas infraestructuras antes incluso de que tengan la dotación necesaria para poder funcionar; en salud, la política tiene que estar para hacer más fáciles y saludables las condiciones de vida de la gente, especialmente las de aquellas personas que no tienen la capacidad individual (ya sea económica o social) para poder hacerlo por sí mismas.
Que haya más establecimientos de comida basura cerca de los colegios en los barrios de rentas más bajas o que las infraestructuras deportivas estén segregadas por el nivel de renta media de los barrios es una decisión política, de una política que ha pensado que la mano invisible del mercado iba a poner comida saludable en los platos de familias que no tienen tiempo, dinero ni condiciones de vida para ello. Que las personas de renta baja o de menor nivel educativo fumen y consuman alcohol con mayor frecuencia de las de niveles más altos muestra que en las condiciones actuales el camino más corto hacia la enfermedad es el que hunde sus raíces en la pobreza y la desigualdad.
Ante eso es preciso reclamar unas políticas de salud que partan de la idea de que para tener vidas saludables es imprescindible tener entornos y condiciones de vida saludables, mucho más allá de las decisiones individuales. Una sociedad cuidadora que aborde la feminización y precarización de los cuidados como un problema colectivo de salud que impacta de forma innegable sobre una parte de la población a la cual la política da la espalda sistemáticamente; una política que intervenga sobre las políticas de alimentación desde el régimen fiscal de las bebidas azucaradas, pasando por el etiquetado de los alimentos, el establecimiento de subsidios para los alimentos básicos considerados saludables o la incorporación dentro del sistema sanitario público de figuras especializadas en el abordaje de la alimentación. Unas instituciones que no asuman las desigualdades sociales en salud como algo resultante de las malas elecciones individuales de la población a la hora de escoger hábitos de vida, sino como un fracaso de las instituciones a la hora de proteger las condiciones de vida de esas personas, dejando que las condiciones y entornos que los enferman impacten de forma más fuerte sobre ellas.
En las últimas décadas, la política (entendida como forma de negocio, en muchas ocasiones) hundió sus tentáculos en el sistema sanitario, llegando a hacer que hasta el nombramiento más técnico dependiera de forma directa de la afiliación política y convirtiendo la gestión sanitaria en un ejercicio de partidismo político más que de virtudes profesionales. A su vez, la política se fue olvidando de todos los determinantes sociales y comerciales de la salud, donde su acción era más requerida. Es el momento de invertir este proceso, profesionalizando la gestión del día a día de los servicios sanitarios, dando autonomía organizativa a sus profesionales y dejando la política, en la sanidad, para las cuestiones estratégicas del sistema; a su vez, ese esfuerzo político ha de dirigirse a liderar una acción decidida sobre los lugares donde la salud se juega, esos determinantes sociales y comerciales de la salud que hacen que, a día de hoy, en nuestro país la salud siga siendo una cuestión de clase.
En definitiva, necesitamos más política para poder tener más salud, Necesitamos políticas de salud que crean que la salud es una decisión política y no solo una decisión individual. Necesitamos políticas cuyo papel no sea solamente el de proteger la libertad para enfermar, sino el de garantizar la libertad de estar sano, porque una libertad que solo pueden ejercer unos pocos no es libertad sino desigualdad y una libertad que está mediada por la desigualdad no es libertad sino liberalismo.