La razón europea: su derrota no es irreversible
Europa es su modelo social. Estrechamente vinculado al vector socialdemócrata de la construcción europea.
Si durante los últimos diez años se ha hablado y escrito como nunca de la crisis de la UE y el declive de la socialdemocracia, es porque ambos procesos se hallan interconectados y se retroalimentan. De hecho, son concausales, el uno respecto al otro.
¿Es irreversible este declive de nuestro modelo social? No. No lo es. La familia socialista europea -el Partido de los Socialistas Europeos (PES), el Grupo Parlamentario de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo (S&D), las fundaciones asociadas (Global Progressive Forum, SOLIDAR, FEPS...) y sus numerosos think thanks, europeos y nacionales- ha venido produciendo diagnósticos y análisis abundantes, oportunos, ajustados a los ritmos cambiantes de los problemas planteados, además de otros tantos documentos preparatorios de las respectivas respuestas (Battle Plans, Road Maps, Policy Papers...).
Los socialistas hemos sido siempre duchos en la autocrítica y en la radiografía de la complejidad. Ahora, imperiosamente, necesitamos acción, movilización, comunicación... Y necesitamos, sobre todo, una mayor participación electoral de los progresistas y de los europeístas en las elecciones decisivas de mayo de 2019.
Urge movilizar un mayor caudal de votos del que se nos ha confiado en las últimas convocatorias. Los socialistas no hemos sido primera fuerza en el Parlamento Europeo (PE) desde 1994, ¡hace 25 años! Y hemos venido declinando de forma especialmente abrupta al hilo de la Gran Recesión, que arrancó en 2008.
El tiempo apremia. Y corre en contra de la mayoría europeísta que aun respira en el PE. Muchas encuestas predicen que los escaños eurófobos serán todavía más numerosos en 2019 de lo que ya lo fueron en 2009 y 2014... Amenazan, por lo tanto, y de manera inminente, con descomponer la balanza del Parlamento Europeo en favor de los antieuropeos.
Y -habrá que admitirlo- muchas de las esperanzas de nuestro europeísmo, asediado por los embates eurófobos, descansan en la división de la ultraderecha antieuropea y del nacionalpopulismo: en la actualidad, ¡son tres! los Grupos parlamentarios a la derecha del PP (ECR, EFDD, ENF), además de los abundantes y numerosos extremistas y eurófobos del Grupo de los "No Inscritos" (equivalente a un Grupo Mixto). Pero lo cierto es que tampoco las fuerzas europeístas bregan conjuntamente ni comparten prioridades indistintas: las recetas del PP (largamente dominantes en la UE durante más de 20 años) no son las de los socialistas, por lo que los progresistas debemos asumir y asumimos como un deber prioritario oponer una alternativa.
No obstante, la amenaza peor, por ser la más inminente, reside en que la eurofobia bloquee el Decision Making process (proceso decisional) de la UE, estrangulando con ello cualquier posibilidad real de recuperación del (hoy muy desdibujado) aliento supranacional.
Y esa amenaza es verosímil, aunque persista la ventaja de la división interna entre los distintos grupos de extrema derecha en el PE.
Los socialistas europeos debemos movernos, y pronto, en una tormenta perfecta de dificultades sin precedentes, entre ellas, las siguientes:
A) Buena parte de los trabajadores, a los que siempre aspiramos a representar, se resisten hace tiempo a identificarse por su posición objetiva ante el trabajo y el proceso productivo (origen salarial de sus rentas). Conscientes del deterioro de la dignidad del trabajo y de su descomposición factorial (autónomos, precariado, trabajadores pobres, trabajadores cualificados con altos ingresos y rentas...), la formulación populista apela a la identidad como eje decisivo en la disputa electoral: intentan así disolver la contraposición ideológica que dan por muerta u obsoleta (derecha/izquierda), por un nuevo eje identitario (ellos vs. nosotros).
B) El lenguaje político de la disputa electoral se ha banalizado e infantilizado como nunca, a rebufo de las redes y la digitalización, lo que empeora la capacidad comunicativa de la socialdemocracia y potencia al populismo (con sus respuestas simplonas frente a la complejidad).
C) La superación de los marcos nacionales para la redistribución socialdemócrata impone límites drásticos a los programas socialistas, que no han construido aún un escalón supranacional europeo de fiscalidad progresiva y redistribución de bienes públicos.
Con todo, seguramente no hay terreno en el que se sinteticen mejor todos estos desafíos y dificultades impuestos a la alternativa socialdemócrata de la razón de ser de Europa como el de las migraciones.
Es claro que las migraciones se anuncian desde hace tiempo como el factor determinante de la orientación del voto en las próximas elecciones al PE, mayo de 2019. Elecciones, por demás, coincidentes en España con las elecciones locales y autonómicas en trece CCAA.
Pero también es verdad que el asunto migratorio está expuesto como ningún otro objeto de la disputa electoral a una distorsión tóxica -por manipulativa- de la verdad (las raíces y las causas, los hechos ciertos y las cifras de las migraciones) en favor de la llamada posverdad (falsedades asumidas como ciertas, y cuyos efectos, por tanto, son reales).
Contra la confusión reinante, los hechos desmienten las posverdades asumidas. Y lo hacen elocuentemente. Las cifras muestran que declina la migración irregular en las fronteras europeas y en los EEMM: en 2018, un 95% menos que en 2015, punto álgido de la llamada crisis de los refugiados.
Y muestra que no es verdad que los países más acuciados por retóricas xenófobas y el auge de la extrema derecha sean los más sacudidos por una "inmigración descontrolada". Por eso resulta incomprensible, además de indignante, la alianza antieuropea trabada entre quienes enarbolan el discurso de la protesta enfurecida por la "falta de solidaridad" europea ante los flujos migratorios en las fronteras exteriores (es el caso de la Lega Nord, de Salvini y del actual Gobierno italiano) junto a los campeones de esa insolidaridad (Victor Orbán y su Gobierno de Fydesz en Hungría).
El abrazo de Salvini y Orbán expresa gráficamente la negación de Europa. De la mejor Europa, de la social y solidaria, que tanto echamos de menos. Pero también simboliza la exaltación de la sinrazón antieuropea y hasta de la negación frontal de esa opinión pública formada y libre y pluralmente informada que es vital en democracia.
Y de eso, de razón europea y alternativa democrática, van las elecciones que vienen: elecciones europeas, mayo de 2019.