La pandemia puede asestar un duro golpe a la educación infantil
Relaciones sociales, procesos de aprendizaje, desarrollo físico y afectivo... La pandemia se está cebando con los más pequeños de la escuela.
La educación infantil, al igual que el resto de etapas educativas, se está viendo afectada por la Covid-19. Si bien los niños y niñas de estas edades parecen no mostrar demasiados efectos a nivel sintomático, sí que son más sensibles y susceptibles que los de otras etapas posteriores a padecer afecciones relacionadas con la formación social y personal.
Esta etapa, caracterizada por el apego personal, por el juego motor, la exploración para el aprendizaje, la consolidación de valores como el de compartir y ayudar, así como el fomento de la autonomía personal, podría verse seriamente afectada por los efectos indirectos de la pandemia.
En este sentido se han manifestado 42 profesoras de la provincia de Málaga encuestadas en un estudio aún sin publicar con el objetivo de conocer de cerca el estado de esta cuestión. El 71,4% de ellas coinciden en afirmar que la variabilidad necesaria de este contexto educativo se ve muy mermada.
El 62% afirma percibir una reducción en el margen de libertad del alumnado y la mitad afirma que esta situación supone un grave retroceso en cuanto a la efectividad metodológica y significativa de los aprendizajes.
La trascendencia de estos primeros años de vida no ha pasado inadvertida para instituciones y organismos internacionales como la ONU o la OCDE, ni para los investigadores del campo de las ciencias humanas y sociales, cuyos trabajos confirman constantemente la importancia de esta etapa.
Recordemos que durante la educación infantil se asienta y fundamenta nuestro desarrollo físico, afectivo, social e intelectual, al mismo tiempo que vamos desarrollando los valores y las competencias necesarias para participar de forma activa y autónoma en nuestra sociedad.
Estos aprendizajes se producen mediante la continua interacción con el medio físico, natural, social y cultural. Durante esta etapa, la vida cotidiana se constituye como el escenario del que y sobre el que se aprende.
Una parte central de este escenario lo constituye la organización del aula de infantil, que se debe configurar como un contexto óptimo para incitar a la actuación, y por tanto al aprendizaje, mediante la propuesta de experiencias y situaciones educativas.
Las propuestas pedagógicas deben fomentar el desarrollo de la autonomía de los niños y niñas, así como el trabajo en equipo, propiciando la participación activa y facilitando la interacción con personas adultas, con los iguales y con el medio.
Todo ello, atendiendo a las características propias de estas edades y teniendo en cuenta los diferentes ritmos de aprendizaje, proporcionando un clima afectivo que, desde la seguridad, estimule el descubrimiento de sí mismos y de su entorno.
Hoy día, mientras sufrimos el azote de esta pandemia, las maestras y maestros de Educación Infantil consultados afirman (66,7%) que la normal relación con los niños y niñas se está viendo seriamente dificultada y que tratan de conjugar las limitaciones impuestas por la enfermedad con los objetivos formativos mediante la búsqueda continuada de diferentes alternativas.
Uno de los aspectos más diferenciadores de esta etapa lo constituye el ambiente de la escuela, caracterizado por la fuerte vinculación afectiva y el sentimiento de pertenencia a este grupo social. Es necesario entonces que estas relaciones sean de seguridad, afectivas, individualizadas, equilibradas y potenciadoras de la autonomía infantil.
Sin embargo, el 83,3 % de las entrevistadas perciben cómo tales relaciones se ven seriamente afectadas y, por ello, buscan modificar los códigos tanto orales como gestuales que nos permiten exteriorizar las emociones y sentimientos que nos despiertan las relaciones con los demás para adaptarlas a esta nueva situación.
El desarrollo de la expresión oral y la interpretación del lenguaje emocional es un objetivo básico al que se opone la mascarilla. El 95,2% de las docentes afirma que este elemento, aunque necesario, dificulta el desarrollo comunicativo.
La expresión del apego a través del contacto corporal, de la voz, de la mirada o del gesto genera la confianza y la seguridad que nos permiten intervenir activamente en la sociedad. La formación de una imagen positiva y ajustada de sí mismo supone el fundamento de la iniciativa y la participación social. Más del 40% de las maestras percibe una reducción del apego fruto del obligado distanciamiento social, aunque empleen los “abrazos a distancia” y “besos voladores”.
En esta situación deseable de estabilidad y confiabilidad escolar, las familias juegan un importantísimo papel de corresponsabilidad y de colaboración. Desde los centros se deben facilitar momentos de encuentro, a los que las familias deben prestarse participando activamente.
Sin embargo, debido a la situación actual, el 88,1% de las docentes afirma que esta participación se ha reducido e incluso, en algunos casos (66,7%), esta relación es distante, desconfiada, abstracta y poco personal, favorecida en parte por la brecha digital o desconocimiento tecnológico de algunas familias.
La escuela es, por excelencia, el espacio de socialización en el que el trabajo educativo puede crear las condiciones favorables para que los niños y niñas adquieran y aprendan los valores, ideas, costumbres y hábitos de los que nuestra sociedad se encuentra tan necesitada.
Compartir el bocadillo, un juguete o el material, ayudar a ponerse un zapato o a alcanzar un objeto son acciones que propician la adquisición de hábitos de cooperación y colaboración, objetivos prioritarios en esta etapa educativa.
El trabajo en grupo y el cambio de compañeros durante los juegos y actividades son apreciados recursos educativos con los que aprendemos a negociar nuestra participación y a resolver los posibles conflictos que pudieran surgir. La situación actual, por tanto, no solo supone un mayor distanciamiento físico debido a los condicionamientos metodológicos (62%), sino que se genera un menor número de situaciones de colaboración y cooperación entre iguales (47,6%).
Íntimamente relacionadas con el proceso de socialización están la identidad y la autonomía personal. La participación social de cada niño y niña debería ser cada vez más autónoma, tanto desde un punto de vista físico como moral e intelectual.
La educación infantil debe propiciar un ambiente que permita el funcionamiento cada vez más autónomo de niños y niñas, para lo cual se debería presentar un diseño y organización de espacios, una distribución del tiempo y unas posibilidades de agrupamiento que permitieran y potenciaran la conductas de exploración e indagación, estimulando así la participación autónoma infantil.
El juego compartido y la libertad de movimientos y de interacción entre semejantes, instrumentos conductores del aprendizaje, parecen verse reducidos como consecuencia de la pandemia (83,3%). Incluso, en algunos casos, aparece un tipo de juego individual, menos afectivo y favorecedor de conductas egoístas poco empáticas.
Las profesionales consultadas aseguran (90,5%) que se ha reducido considerablemente la libertad de movimientos tanto dentro del aula como el centro. Un 57,1% opina que los nuevos modelos de agrupamiento rígidos y no flexibles inevitablemente empeoran esta situación.
Un 66,7% corrobora la disminución o pérdida de uso de ciertos espacios de aprendizaje y de determinadas metodologías y actividades beneficiosas para los menores.
El objetivo de nuestro escrito no es más que el de hacer un llamamiento a padres, madres y profesionales de la educación para que tengamos en cuenta estas situaciones y actuemos en consecuencia. En este mismo sentido se manifiesta la ONU, y advierte que las interrupciones causadas por la Covid-19 en la vida cotidiana significaron que hasta 40 millones de niños en todo el mundo se perdieran la educación de la primera infancia en su crítico año preescolar.
Por lo tanto, se perdieron un entorno estimulante y enriquecedor, oportunidades de aprendizaje, interacción social y, en algunos casos, una nutrición adecuada. Es probable que esto comprometa su desarrollo saludable a largo plazo, especialmente los niños de familias pobres y desfavorecidas.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.