La música de las ciudades
Muy lejos de lo que se cree, las ciudades son creativas porque cuentan con escuelas para aprender creatividad; no porque, por generación espontánea, les nazcan genios creativos de sus entrañas. Los aberrantes concursos máster chef júnior, por ejemplo, no enseñan cocina a los niños, sino a competir a toda prisa, buscando 'genios fugaces', sin otro objetivo que ganar pasta a toda costa.
El odio a la creatividad tiene dos componentes paradójicas que ejemplificó el exministro de la ineducación del Gobierno del PP, el insano J.L. Wert: 1. Limitar la educación a lo que produce imagen de marca y 2. Buscar sólo la competitividad. Boicotear las enseñanzas artísticas, de pensamiento y humanidades es el mayor crimen contra la creatividad.
La música es una cuestión de tiempo y espacio, que no se aprende a la carrera. Las ciudades y los músicos tienen una relación estrecha. Los niños escuchan, suenan y sueñan. La música se aprende y se comparte practicando, oyendo y estudiando en común. Para sobrevivir a su propio caos, las ciudades tienen que enseñar tanta música, como respiración colectiva, abrir cauces, aulas, conservatorios, clases, academias; todo se hace poco, si la ciudad quiere superar el atraso musical en el que nos encontramos todavía.
Hay ejemplos de odio y de amor a la música. Los paladines del odio a la música comienzan por recortarla de los planes de estudio, de las inversiones públicas, sacarla de los barrios, de los distritos y de los pueblos. Casi todos los proyectos que fructifican en amor son los que ponen pasión en el aprendizaje.
Un ejemplo paradigmático es La Red de Escuelas de Música de Medellín (Colombia), que ha contribuido, entre otras cosas, a transformar la ciudad; de tal forma que figura hoy como una de las más innovadoras del mundo.
En España, las ciudades pujan por el aprendizaje público y privado de la música, ambos respetables, en medio de una hostilidad manifiesta de los gobiernos conservadores de uno u otro signo, de las autonomías y del gobierno de un Estado a-melómano, músico-fóbico y analfabeto, en el lenguaje artístico. Es muy difícil, por eso, aprender música sin espacios de música que enseñen a compartirla practicando, estudiando en común, con la humildad de atreverse a interpretar, a medir, pautar y escribir en el lenguaje universal de la música. Y eso que, como sostiene Pascal Quignard (Quignard 1996) "...la música tiene algo temible y es que viene de un mundo más antiguo que el lenguaje. Estuvimos sometidos a la audición desde el vientre de nuestras madres y no podemos manejarlo. No podemos cerrar la escucha, no podemos cerrar los oídos, no podemos... es como si no tuviéramos párpados."
Las ciudades producen mucho ruido. La "música de fondo" de la competitividad capitalista, si carece del hilo musical con la cultura, desperdicia el logos de la civilidad urbana. Por el contrario, las ciudades que tejen nuevas redes de escuelas musicales, sean de rock, jazz, música clásica, antigua, bandas, de niños, de mayores, de canto, de coros, de luthiers, música electrónica, ...contemporánea o ...medieval, son las que luego resultan mejor preparadas para ofrecer un perfil creativo de la sociedad en su conjunto. Son más inteligentes, educadas; atentas al silencio y al sonido de las relaciones humanas. En 2012, Bogotá produjo un 'Plan Distrital de Música' para la formación, creación de rutas y circuitos musicales, espacios para la música en vivo, etc. La música es también uno de los objetivos de las ciudades de Austin (Texas, USA) y Adelaida (Australia), que se proclaman ciudades musicales como estrategias de desarrollo socioeconómico.
Esa relación umbilical de la música con la ciudad nos lleva a pensar que la igualdad de las políticas urbanas no pasa por la actual 'feminización' de las actividades educativas complementarias: hoy son las madres y abuelas quienes mayoritariamente llevan a los niños a las clases de música, porque suelen ser distantes y difíciles, tanto en sitios como en horarios, para compatibilizarlas con la enseñanza infantil, básica y secundaria. El feminismo debe ser central en las políticas urbanas, porque hasta en la implantación urbana de las escuelas de música, es palpable la discriminación. El esfuerzo de crear conservatorios, academias y escuelas, no sólo es financiero. Han de inventarse metodologías de aprendizaje, de investigación, de prácticas; audiciones colectivas públicas de los músicos en ciernes.
Con buen criterio y excepcional nivel, el Colegio de Arquitectos de Madrid ha organizado un ciclo que navega "Entre Música y Arquitectura", con un cierre de oro: diálogo entre J.L Téllez y Juan Navarro Baldeweg, junto con la actuación del Coro de Arquitectos de Madrid (12 junio). El programa convive con las dudosas políticas públicas y los recortes de los fondos de la Comunidad (y otras comunidades e instituciones) para las Escuelas de Música. Si se hubiera gastado en ellas un porcentaje de la inversión en las fallidas candidaturas olímpicas, Madrid tendría una gran base de futuro. Su emblema de malas prácticas urbanísticas, para mayor sorna, se llama Arpegio. Es penoso que en 2017 haya que luchar por lo obvio, discutir lo objetivo; aguantar la austeridad forzosa que no lleva más que a la desigualdad y al empobrecimiento. Bajo el imperio del "turismo cultural" estamos enterrando y dilapidando fondos que deberían ir a la formación de generaciones de músicos que hicieran creativo el núcleo vital de nuestras ciudades, - mejorando la calidad de vida de los barrios y los distritos -, rompiendo la acelerada tematización de los centros históricos.