La melancólica reflexión de Àngels Barceló que pone la piel de gallina tras la expulsión de Rufián en el Congreso

La melancólica reflexión de Àngels Barceló que pone la piel de gallina tras la expulsión de Rufián en el Congreso

Alberti, La Pasionaria, Carrillo, Fraga...

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Indignación, melancolía, tristeza... La periodista Àngels Barceló ha planteado una reflexión —en la Cadena Ser, titulada El hemiciclo, convertido en tertulia televisiva— que pone la piel de gallina, después del espectáculo protagonizado este miércoles en el Congreso por el diputado de ERC Gabriel Rufián, quien ha sido expulsado tras un duro —durísimo— rifirrafe con el ministro de Exteriores, Josep Borrell.

"Hoy ha sido Rufián, que disfruta en su papel de provocador olvidando su papel de político, pero otras veces han sido otros", plantea Barceló, quien ha reconocido que siguiendo la sesión de control se acordó "de esas Cortes por cuyas escaleras descendieron del brazo Alberti y La Pasionaria y desde cuyos escaños se interpelaban políticos tan dispares como Carrillo o Fraga".

"He recordado duelos diálecticos donde los insultos estaban ausentes y lo que se esgrimía eran argumentos políticos, con lo mucho que tenían que echarse en cara", rememora la periodista, quien relaciona lo sucedido este miércoles con Rufián precisamente con "la incapacidad de argumentar" que, a su juicio, "lleva a la sobreactuación y al espectáculo".

"Las palabras se disparan sin pararse un momento a pensar en su significado. A un golpista le sucede un fascista o a un indigno un estiércol, y así se va elevando el tono de quienes, por responsabilidad, deberían aportar la calma que, a veces, no se encuentra en la calle", argumenta Barceló, antes de plantear una desasosegante sentencia: "No nos sorprenda nada si los señores diputados dan carta de naturaleza al insulto, alentados, a menudo, por las redes sociales, tan peligrosas a veces, desde donde cada espectáculo es jaleado por los hooligans del protagonista".

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Llámenme nostálgica o incluso vieja, pero hoy siguiendo la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados me he acordado de esas Cortes por cuyas escaleras descendieron del brazo Alberti y la Pasionaria y desde cuyos escaños se interpelaban políticos tan dispares como Carrillo o Fraga. He recordado duelos diálecticos donde los insultos estaban ausentes y lo que se esgrimía eran argumentos políticos, con lo mucho que tenían que echarse en cara.

Porque eso es lo que ha pasado hoy. La incapacidad de argumentar lleva a la sobreactuación y al espectáculo y si, además, se confunde el hemiciclo con una tertulia televisada ya tenemos todos los ingredientes para el lamentable episodio vivido esta mañana en el Congreso y que no presagia nada bueno para lo que queda de legislatura, sea mucho o sea poco.

Me he acordado hoy también de algunas sesiones en la Cámara británica, la última, por ejemplo, en la que Teresa May fue sometida a un implacable interrogatorio de más de tres horas por parte de los suyos y de la oposición, con abucheos y mucho debate, pero sin insultos, sin descalificaciones, con sarcasmo y argumentos. Todo lo que hace tiempo ha desaparecido el debate político español.

Hoy ha sido Rufián, que disfruta en su papel de provocador olvidando su papel de político, pero otras veces han sido otros. Las palabras se disparan sin pararse un momento a pensar en su significado. A un golpista le sucede un fascista o a un indigno un estiércol, y así se va elevando el tono de quienes, por responsabilidad, deberían aportar la calma que, a veces, no se encuentra en la calle.

No nos sorprenda nada si los señores diputados dan carta de naturaleza al insulto, alentados, a menudo, por las redes sociales, tan peligrosas a veces, desde donde cada espectáculo es jaleado por los hooligans del protagonista.

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