La medicación no 'atontó' a mi hijo con TDAH, le hizo brillar más
Imagina un niño terremoto que nunca para quieto, desde que sale el sol hasta que se pone. Es una bola gigante de energía que cuenta historias fascinantes sobre cocos y sobre cabezas de bebés y duerme con orejeras para que los "gusanos de los oídos" no entren en su cerebro.
Ahora imagina que a lo largo de un periodo de siete años, tu hijo empieza a mostrar dificultades en el plano académico y social. Es superinteligente, pero aun así no es capaz de quedarse quieto para terminar las tareas y no le importa lo más mínimo aprender a escribir. Lenta y sistemáticamente, se distancia de sus hermanos y compañeros por sus pataletas irritantes y a veces agresivas. No es capaz de mantener las relaciones. Llora a menudo y se golpea a sí mismo diciendo que es un niño malo y que todo el mundo le odia.
Acudes hablar con los profesores al poco de empezar el curso y te enteras de que los padres de 13 de los 18 alumnos de su clase han solicitado expresamente que tu hijo esté apartado de los suyos, ya que les hace daño con sus impulsos violentos ocasionales o es una mala influencia. Se te rompe el corazón. Su comportamiento no es culpa suya, pero es un obstáculo que debe superar.
Imagina que le diagnostican un grave TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). A nadie le sorprende. A lo largo de los años has intentado todo lo que a ti y a tu equipo de apoyo se os ha ocurrido para ayudar a tu pequeño y nada de eso funciona.
Entonces empiezas a pensar en medicarlo. Te preocupa mucho que cambie lo que le hace ser especial, que apague al pequeño Daniel.
Sin embargo, comprendes que la medicación no es para enmascarar a la verdadera persona que hay en él, sino para darle a tu pequeño las herramientas que necesita para prosperar, para que su cerebro funcione como se espera de una persona sin TDAH y tenga la oportunidad de ser feliz en la vida. Equilibra el terreno de juego. No se trata de que tu hijo sea igual que los demás, sino de proporcionarle lo que es justo y correcto.
De modo que lo medicas y de repente vuestra vida cambia de la noche a la mañana.
Tu pequeño es feliz. Vuelve a sonreír. Es capaz de pasar una comida entera sin hacer ruidos raros (aunque en realidad echas de menos esos sonidos que eran parte de Dan). Es capaz de leerse un libro entero, ¡una novela! Juega con los Lego, y nunca antes, ni una sola vez en su vida, se había sentado quieto para jugar. Coge una caja del juego de construcción K'nex y te deja sin palabras no solo porque se pasa una hora quieto concentrado, sino también porque se toma el tiempo de leer y seguir las instrucciones.
Cuando le hablas en voz baja a la hora de acostarlo, antes no dejaba de moverse y ahora se queda quieto y le encanta cogerte la mano con su manita cálida y te cuenta su día. Una noche, te susurra al oído que se siente raro. Cuando le preguntas por qué, responde: "No estoy acostumbrado a ser el bueno".
Y entonces, un día, llega a casa con una noticia maravillosa: ¡lo han invitado a una fiesta de cumpleaños! ¡Tiene un amigo!
Y entonces lloras, porque esa normalidad que le había sido negada a tu niño es justo lo que deseabas.
Esto es salud mental. Esto es amor. Este es mi maravilloso hijo Danny, al que no hemos atontado: le hemos dado las herramientas que necesitaba para brillar en todo su esplendor.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Canadá y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.