La leyenda del Ave Fénix
Pedro Sánchez gana las primarias en medio de una guerra fratricida entre bandos cainitas.
Ocurrió en 1998 con Borrell; se repitió en el 2000 con Zapatero y lo mismo en las primarias que enfrentaron a Tomás Gómez con Trinidad Jiménez. En el PSOE siempre ocurre lo contrario a lo que sus dirigentes esperan. Con excepciones como la de 2014, pero casi siempre pierden los candidatos del "aparato". La distancia que separa, desde hace lustros, a dirigentes con militantes no es nueva. Ha vuelto a explicitarse este domingo. Ni aprenden de sus errores ni entienden los códigos de una política. Y no será porque el mundo, Europa y los afiliados no hayan emitido señales desde hace tiempo. Pues nada. Ellos desplegaron ciegos su inmensa capacidad para la autodestrucción y el suicidio colectivo.
Por eso la noche del 21-M a Susana Díaz se le quedó cara de Hillary Clinton. La favorita de las élites, la que iba a devolver al PSOE la dignidad y las victorias perdidas, la que iba a levantar el socialismo para levantar España, la que creyó en su superioridad política por encima de los advenedizos, la que tenía el viento a favor y a su lado, al Ibex 35... Perdió, y su derrota fue sin paliativos, con menos votos que avales había conseguido.
Pedro Sánchez se ha impuesto a la favorita de los cuadros, los notables, los barones, y todos los despachos del poder político, empresarial y mediático. Nada que no se vislumbrara desde la recogida de los avales. En contra del pronóstico de los tótem y a pesar de que hace ahora siete meses todos le dieron por muerto, el ganador de estas primarias resurge como el Ave Fenix, aquél que alimentó varias doctrinas y concepciones religiosas de supervivencia en el más allá para primero morir y, después, renacer con toda su gloria de sus propias cenizas. En psicología se llama resilencia y es la capacidad de algunas personas para sobreponerse a situaciones traumáticas. Sánchez pasó por una de ellas el 1 de octubre cuando tuvo que dimitir como secretario general del PSOE tras un convulso Comité Federal y después de negarse a hacerlo por dos derrotas electorales consecutivas.
Ahora regresará al trono de Ferraz en medio de una guerra fratricida entre dos bandos cainitas que se han disparado sin piedad anteponiendo la lucha de poder a la supervivencia y la puesta a punto de un partido centenario e impasible a la inexorable pérdida de su hegemónica posición en el tablero político. Lo han querido así más de 74.000 militantes, que son 18.000 menos de los que le votaron en 2014, pero 15.000 más de los que apostaron por Díaz.
Si como decían sus críticos, la victoria de Sánchez supondrá el final del PSOE tal y como lo hemos conocido, vayan encargando el obituario. La defunción del viejo PSOE se ha consumado, y con ella la pérdida de las históricas referencias porque ya no es que esta partida la gane Sánchez, es que la pierde Díaz y con ella cuantos notables, barones y referentes se han implicado con la de Triana en una batalla cuyo único aliciente común era que Sánchez no regresara al podium.
No lo han logrado y tendrán que hacerse mirar lo que ha fallado porque lo que se ventilaba en estas primarias era mucho más que un liderazgo. Eran dos modelos de partido, dos miradas distintas de la política, dos estrategias diferentes para afrontar el futuro, dos visiones sobre la cohabitación de la izquierda, dos caminos distintos para volver a habitar La Moncloa.
Se ha impuesto la visión de Sánchez y, ahora, sus críticos tendrán que hacer el necesario autoexamen, además de facilitar la unidad y la lealtad que prometieron para el día después, especialmente quien más contribuyó a la ruptura entre socialistas, que fue Susana Díaz desde los tiempos de Rubalcaba.
A la de Triana no le bastó con el "100 por 100 PSOE", ni con las llamadas al miedo, ni con la alianza de defensiva para dar la puntilla al último secretario general, ni con la conjura de los "aparatos" territoriales. Quiera o no, tendrá que batirse en retirada después de hacer recuento de las bajas que deja en el campo de batalla, y dedicarse a Andalucía para hacer lo posible por sostener el principal bastión electoral de los socialistas. No parece que lo tenga fácil como tampoco será sencilla la continuidad de algunos de los que hicieron de la victoria de la sevillana una cuestión de vida o muerte para el socialismo.
En lo que respecta al PSOE, desde hoy Díaz será una más y no podrá poner nuevos palos en las ruedas de un secretario general elegido, no una vez, sino dos con el voto de los militantes. La autoridad de Sánchez sale reforzada en lo interno. De él depende ahora la estabilidad de una legislatura convulsa en la que ni al PSOE le convienen elecciones tempranas ni a España, una nueva situación de bloqueo. Tanto es así que el nuevo Sánchez, hace semanas que ha empezado a construir una nueva versión de sí mismo para desmentir a quienes le han pintado de "radical", "podemita" y de "peligro para la democracia española".
Atentos porque el ya electo secretario general del PSOE no será ni de lejos el que hasta ahora hemos conocido. Si cumple con su palabra de las últimas semanas, no habrá ajustes de cuentas, ni iras, ni rencores, pero exigirá la lealtad que no tuvo en su primer mandato. Esto lo dijo el pasado martes, cinco días antes del recuento, cuando vaticinó seguro de sí mismo: "Voy a ganar por una diferencia superior a la que Susana espera". Así ha sido.