La odisea de seguir estudiando Humanidades
La petición de unas estudiantes en Change para salvaguardar el Griego en Bachillerato pone sobre la mesa de nuevo el debate sobre el estudio de los clásicos.
“Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles...”. Una Ilíada de nuestros días bien podría sustituir a la divina pregonera por las redes sociales, donde todo se canta y se cuenta. Y ha sido así, por una plataforma digital como Change, multiplicada por los voceros de Twitter y Facebook, que esta semana hemos conocido la historia de unas estudiantes bravas que se niegan a verse privadas de su asignatura de Griego.
Las alumnas del IES Néstor Almendros de Tomares (Sevilla) han puesto sobre la mesa, una vez más, el problema de los estudios de Humanidades en España. Cada vez están más reducidos en los programas, cada vez menos potenciados, hasta rozar la desaparición. Hasta 2014, el Bachillerato de Humanidades contemplaba la obligación de cursar dos años de Griego, pero ahora es una asignatura troncal optativa, tanto en Primero como en Segundo. Eso quiere decir que si no hay suficientes estudiantes, la asignatura deja de impartirse.
En el caso de las chicas tomareñas, son 13 en su clase de clase Segundo y han conseguido salvar la materia, pero como explican en su petición de Change, su promoción ha sido la única en cursar Griego en su centro en casi una década. Un texto que defiende que estamos ante la lengua “madre” del castellano y que permite saber “de dónde venimos y a dónde vamos”. Un grito que defiende el conocimiento frente a la “monetización” de la educación, que se dedica a fomentar ramas “rentables” del saber.
Sara, la estudiante de Segundo de Bachillerato que redactó su llamada de auxilio, habla con contundente sencillez de por qué han elevado su queja. De su boca adolescente salen palabras como “amor a lo clásico”, “obligación moral con los que no pueden estudiar” o “sacrilegio”, cuando explica que a ellas, que sí pueden “disfrutar del Griego”, les era “imposible” guardar silencio ante este problema que se perpetúa y amenaza a los que están por venir.
“Está en el origen, nos ayuda a entender el mundo, es como si todo, de repente, empezase a encajar”, defiende. Sin contar con que es necesario, añade, para multitud de titulaciones universitarias, desde la Filología al Periodismo, pasando por la Historia o la Medicina.
Hay quien acusa al alumnado de no poner interés en estas materias, de preferir otras ramas, pero Sara niega la mayor. “No es su culpa. Es que no se le da importancia a esas asignaturas ni se les inculca la necesidad de aprenderlas”, se duele la impulsora de una iniciativa que ha encontrado un notable eco en compañeros que se encuentran en situaciones similares.
Cómo están las cosas
La queja generalizada de las sociedades de estudios clásicos y las asociaciones de profesores de Griego y Latín de España es que sí, la cultura clásica se recoge en el currículum, pero diluida en una larga lista de optativas. De hecho, en la nueva Ley Celaá, no se citan estas asignaturas, pero porque sólo aparecen aquellas con un carácter troncal para todos los estudiantes. Faltan más materias en la norma, reconocen en las asociaciones, pero a ellos les duelen las suyas. Entienden que es una manera de no apostar por ellas.
El área de las enseñanzas clásicas no tiene ninguna materia troncal reconocida a lo largo de todo el ciclo educativo de Secundaria. Sólo se menciona la Cultura Clásica como una optativa de obligada oferta en la ESO. El primer acercamiento al Latín se puede hacer en Cuarto de la ESO, también de forma optativa. Y luego ya aparecen estas asignaturas en el Bachillerato Humanístico, uno de los cuatro que ahora serán posibles.
Nada garantiza que vaya a impartirse si las autoridades de un centro, como ya sucede, hacen su opción inviable al contraponerla a un catálogo inmenso de otras optativas supuestamente más útiles para la búsqueda futura de empleo, como la Economía, denuncia la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
Lo que proponen es que debería haber al menos una materia obligatoria en ESO, la de Cultura Clásica, y, a ser posible, también Latín. Lo primero ya se hace en algunas comunidades autónomas, como Castilla y León. Como explica María de los Ángeles Gutiérrez, profesora de Griego y Latín con 32 años de docencia a sus espaldas en las provincias de Málaga y Sevilla, “no es una imposición sin base, sino que esa obligatoriedad permitiría a los estudiantes de todo tipo tener contacto con esas materias al menos una vez en su vida, que tampoco es mucho pedir”.
Tiene claro que “si no las tocan nunca, cuando llega el momento de elegir optativas, se van a las que entienden que son más prácticas, las técnicas, o las que tienen más salidas profesionales. Y así es como nunca llegamos a los cupos mínimos para montar una clase”, denuncia.
La Sociedad va más allá y plantea que se recoja para el Bachillerato el Griego y el Latín como materias troncales para quienes cursen Humanidades, cuando ahora son troncales optativas. Así se “apuntalaría” su importancia en la formación de esta rama, comparte Gutiérrez.
Y se añade una tercera reivindicación: que cuando en una ciudad o localidad pequeña no haya suficientes alumnos para impartir una de estas lenguas, pero sí haya un grupo que quiera darlas, se obligue a los centros a ofertarla, garantizando su derecho a elegir. La ley ampara a las comunidades para que, si se tienen menos de 12 o 15 alumnos -la cifra varía según el territorio- se puedan suprimir dichas asignaturas, pero no les obliga a que lo hagan, ojo, les permite hacerlo. Quitarlas o no es una decisión de los equipos directivos.
La profesora, que ha llegado a tener clases simultáneas en dos cursos, con tres o cuatro grupos de 30 alumnos por aula, pone ejemplos desoladores que demuestran el “agujero” en el que viven los profesores y los estudiantes que aún, milagrosamente, no han perdido las ganas: centros con 2.000 alumnos en los que “nadie toca lo clásico”, oposiciones que año tras año “no tienen ni una plaza para Latín y Griego”, porque no hay demanda, y huecos de docentes jubilados que ya no se cubren. “Eso es política y es la apuesta de una sociedad, pero también hemos fallado los docentes -lamenta-. No hemos sabido explicar la importancia de estas materias”.
¿Para qué sirven?
Claudio Arias, traductor cartagenero afincado en Atenas y con experiencia en el mundo de la arqueología en Oriente Medio, se niega incluso a hablar de lenguas muertas. “No lo son. Las usamos a diario. En cada frase”, razona. Recuerda que estas asignaturas no sólo permiten tener “un mayor conocimiento de la lengua española y algunas otras oficiales en España, que nos son comunes”, sino que incluyen apartados de historia o literatura de Grecia y Roma sin las que “nos adentraremos a ciegas en el estudio de nuestro propio legado cultural”.
“Vamos a lo práctico”, dice con énfasis. ¿Que qué aporta el latín? Pues “un mejor dominio de la expresión, escrita y oral, y un mayor entendimiento de lo que realmente decimos y escribimos; una mayor facilidad para aprender idiomas extranjeros del mismo origen; un mejor manejo de fuentes de documentación o archivos...”, enumera. ¿Y el griego? “Nos descubre el armazón de nuestra gramática; hace sencillo el acceso a terminología científica con sólo reparar en raíces y terminaciones y nos lleva a la fuente original de los primeros pensadores, médicos o astrónomos”, sintetiza, lanzando un mensaje a los que “sólo piensan en el utilitarismo”. “¡Pues ahí llevan una buena lista de motivos utilitarios!”, ironiza.
Para Irene Vallejo, la filóloga y escritora que ha rescatado a los clásicos gracias a su exitosa obra El infinito en un junco, las humanidades “son el contrapeso de muchas tendencias peligrosas que se están manifestando en estos tiempos, como esa visión a corto plazo que lo inunda todo”. Justo el mensaje que lanza la iniciativa de las chicas del Néstor Almendros, que “han entrado en una cruzada que no busca su propio beneficio, sino que piensa en años y en cursos venideros, haciendo sociedad”.
También ella baja a los ejemplos concretos. “Tenemos el caso de la pandemia. ¿Qué hubiera pasado si durante todos estos años no se hubiera estado investigando, sin saber que iba a haber una pandemia que iba a hacerlo necesario? Cuando hemos necesitado a la ciencia, estaba allí porque llevaba tiempo desarrollando técnicas y trabajando en algo que, en principio, no tenía una utilidad inmediata. Lo mismo pasa con las humanidades”, resume.
La mirada sobre la educación “y la vida en general” que no ve más allá del ahora es “muy dañina”. “Las humanidades contrarrestan esto”, repite la autora. “Afianzan y fortalecen valores de fondo y modelos de convivencia vitales, como la democracia o el sentido comunitario, aportan bases éticas para debatir las consecuencias de nuestros actos, rebajan la tendencia al narcisismo y al pensar sólo en uno mismo, abren los ojos ante los peligros de la falta de previsión y de no trabajar a largo plazo… Eso se puede aplicar a una empresa, a un grupo de investigación o a la lucha por el planeta. Y es también eficacia”, enfatiza.
Va a llegar un momento, se duele, “en el que no tengamos personas que sepan traducir un texto del latín y el griego y eso sería muy grave para la documentación, para la historia o la investigación jurídica. No podemos perder el contacto con todas esas ideas y conceptos”, advierte. “La educación tiene una finalidad laboral en el horizonte pero no puede ser sólo una agencia de empleo, es importante también que nos abra horizontes y nos ponga en contacto con realidades intelectuales que además van a enriquecer nuestro trabajo, hagamos lo que hagamos”, defiende.
Porque el marco que aportan las humanidades, insiste Vallejo, va más allá del lenguaje, “un valor troncal”, en palabras de Arias, pero no único. “Aportan una manera de ver el mundo. Me pregunto si Sara y sus compañeras, sin la formación humanística que han recibido, habrían tenido el sentido crítico de tomar una decisión ante algo que no les parece justo y reivindicar en nombre de sus compañeros del futuro”, ejemplifica. No deja de repetir palabras como “encuentro”, “diálogo”, “entendimiento”.
Y la Filosofía, y la Música...
La escritora zaragozana amplía el foco: hablamos de mucho más que de Griego y Latín. “Estamos ante una ofensiva general contra las Humanidades. También se ha cuestionado la Filosofía, la Música, la Ética… Parece que todo eso fuera superfluo y, claro, en la medida en que esas asignaturas van desapareciendo de la ESO, los alumnos no tienen ningún contacto con ellas y no pueden saber si les van a interesar o no”, denuncia.
En el caso de la música, por ejemplo, coincide con ella el tenor granadino José Manuel Zapata, quien en una entrevista con El HuffPost denuncia que “no está maltratada, está ignorada” en el sistema educativo español. “Existe de una manera muy residual. Es una vergüenza, es una pena. Cuando veo lo que está pasando en nuestra sociedad, creo que todo es educación”, indica. “Las Humanidades están tan olvidadas… Siempre pregunto lo mismo, la gente no se acuerda qué día Hitler invadió Polonia o los afluentes del Tajo, se acuerda de la música. Es muy importante lo que nos enseñan de pequeños, lo que queda en nosotros y cómo nos forma en valores. Es una pena”, lamenta.
Gutiérrez, Arias y Vallejo coinciden también, como personas “de letras”, en que pesa el lastre de las etiquetas. El “no estudies eso, que no tiene salidas”, una “leyenda negra”, como la llama el traductor, que no se ajusta a la realidad. “No se me ocurre ningún trabajo en el que no sea necesaria esa base”, denuncia la escritora. “Aboguemos por una formación más generalista, donde tengamos una base de todo. Es una ventaja enorme. Y luego podemos ahondar en lo que nos interese, pero sin denostar”, añade.
En un reciente artículo titulado El profesor vencido, Arturo Pérez-Reverte escribe sobre los estudiantes: “Les hemos robado la educación. Y lo que es peor, les hemos robado incluso la necesidad de tenerla. El sentimiento de echarla de menos”. Vallejo, pese al diagnóstico coincidente, tiene aún esperanza y la abriga con iniciativas como las de las niñas sevillanas, que “pulverizan todos los estereotipos sobre la Generación Z”.
“Han llevado la cuestión a lo que es esencial, a los estudiantes, a lo que libremente quieren y no les están dejando hacer en la práctica. Al final, son las razón de ser de toda la organización educativa y no se pueden poner trabas a su deseo de aprender, de conocimiento. No se puede pensar sólo en términos númericos, porque los alumnos no son números. Hay cosas valiosas que no son rentables y que como sociedad podemos decir: ‘sí, queremos mantenerlas, porque esto es lo que somos’. Las humanidades nos humanizan”, concluye.