La isla del ciervo y la luna
Me deslicé por la escalera sin ser consciente del agua, persiguiendo una estela blanca como si fuera un calamar. Cuando el mar ni siquiera se riza, la luna hace un camino limpio sobre la superficie, nítido y sin temblores. Directo, como un cañón la luz penetraba en el agua y hacía visible lo desconocido. En ese caso es una necesidad imperiosa transformarse en un ser marino y perseguir el resplandor, abriendo bien la boca para tragar agua salada y dejarla escapar por las branquias, recordando el pasado pez de nuestros ancestros. En el fondo, la arena se había quedado quieta dibujando suaves montañitas como si fueran olas capturadas en una instantánea, y entre las crestas, estrellas de mil pies andaban de un lado a otro indiferentes a la indiscreción del satélite luminoso. Salir a respirar era un auténtico desperdicio porque la luz argentina y onírica del interior del mar se transformaba en oscuridad al sacar la cabeza y contemplar el cielo vacío de estrellas dominado por la cara redonda de la loca blanca.
Una de las historias mitológicas más turbadora es para mí la de los amores de la promiscua Selene con el pastor Endimión, un joven rey destronado que se ocultaba en las montañas dedicándose a pastorear sus rebaños y a contemplar el firmamento por las noches. Endimión, tras ponerse el sol, para distraer su soledad observaba a Selene a la que cortejaba en silencio; noche tras noche su alma se alimentaba de esa muda contemplación amorosa. Una noche Selene, sin saber nada de la gran pasión que ha inspirado, desciende a la tierra, le ve dormido, hermoso, desnudo, tumbado en la entrada de una cueva, irresistible en su juventud y se desliza con sus rayos blancos para yacer a su lado. La diosa también se enamora y empieza a frecuentarle cada noche. Endimión, despierto, languidece frente a su amor imposible, dormido, se convierte sin saberlo en el objeto de amor de la misma diosa. Él no sabe que ella le visita cuando sueña y ella no sabe que él la ama cuando está consciente. Son Selene y el pastor dos amantes que se persiguen sin encontrarse.
Una noche despierta Endimión entre la zozobra de un sueño, sintiendo el roce de su amada; el goce es infinito para ambos, se confiesan su amor y se observan de cerca, pero desde ese momento Endimión ya no es feliz, siente pánico. Es consciente del paso del tiempo, ese que tan finamente dibuja su pálida amante a base de días de ausencia y noches de ardor, que se les escapa irremediablemente y le deja aterrado ante los primeros signos de su propia vejez. Selene pide ayuda a Zeus y éste concede que Endimión permanezca intemporal mientras esté dormido; sólo envejecerá en los periodos de vigilia. Endimión hace prometer a Selene que estará siempre con él mientras duerma. Sueña y no envejece, siempre despierta enamorado. Pero entonces, cuando está despierto, ella no está y se desespera, solo desea volver a caer dormido otra vez para tenerla entre sus brazos.
Pobre Endimión. ¿De qué le sirve su gozo si no puede deleitarse? Le dio tanto miedo el fugaz tic-tac de Cronos que no supo saborear el presente. No tiene más remedio, al final, que caer en un sueño interminable para poder detener las nuevas arrugas que cada día descubre en su rostro y retener así a su amada. Toda una paradoja de amor, tiempo, sueño y muerte: si existiera el dormirse y no se compensara con el despertar que se origina del estar dormido, sería como estar muerto. ¿Sentirá ahora los besos de la luna? ¿Cómo gozará de ello si no aprecia nada? ¿De qué aprovecha la inmortalidad si esta es insensible?
La isla de los ciervos es un espectáculo durante el plenilunio porque está hecha de arena y de dunas y se platea esas noches como una joya. Su nombre hace referencia a los muchos templos dedicados por la zona a Artemisa, la diosa virgen y cazadora, que iba acompañada siempre por un cervatillo; la que usurpó a Selene su poderío lunar. Por cierto, que fue otra virgen, la María, la que heredó a su vez el trono de Artemisa, por ello se la pinta frecuentemente pisando la luna. Los cristianos llegaron con pie firme para cambiar las cosas.
Al principio Elafonisos era una pequeña excrecencia del Cabo_Malea. Un terremoto quebró su unión con el Peloponeso y la isla se fue poco a poco separando y creando ese estrecho de aguas turquesas que tanto impresiona al visitante. Dicen que en 1677 todavía era posible cruzar de un lado a otro andando sobre los charcos. Los piratas sarracenos la conquistaron y asesinaron o esclavizaron su población; Elafonisos permaneció deshabitada y olvidada durante casi mil años. En el S XIX, y por una disputa territorial, Kapodistrias decide mandar a unas familias a crear asentamientos y comienza a ser habitada oficialmente de nuevo.
Una barca cruzaba a remos al continente, manteniendo una línea irregular, autogestionada y espontánea, en la que los pasajeros eran invitados amablemente a remar y los animales a chapotear amarrados a sus costados; todos menos los burros que tienen pavor del agua y no saben nadar. Una mañana tranquila y calma de 1938 los ocupantes oyeron un estruendo y vieron a una barca roja acercarse a toda velocidad. ¡Nada menos que tenía 5 hp de motor! El joven piloto del flamante barco levantó el brazo y gritó señalando el nombre pintado en la borda:
-Esta es la Virgen María, ¡Mirad el futuro, la grandeza de la isla!
Y todos lanzaron sus sombreros al aire, ante el terror de los pollinos que comenzaron a rebuznar al unísono. Los remos cayeron en cubierta para siempre y los burros, poco a poco, se esfumaron con la bruma. La ruta fue operada por muchos y sucesivos barcos rojos que introdujeron a Elafónisos en una nueva era. En la actualidad, miles de coches y turistas visitan diariamente, en verano, una población de apenas 200 habitantes. Endimión se volvería a dormir para no ver ese precipicio del tiempo y de vírgenes coloradas que pisotean a su amante. Despertaría solo en el pansélino para bañarse en el agua y perseguir a su luna como si no hubieran pasado los siglos y todo fuera como antes del sueño.
La curiosa y sagaz lengua griega tiene la manía de cambiar conceptos al alterar los prefijos, dando lugar a comparaciones originales: Εκδρομές, quiere decir excursiones, recorridos de placer, hacer turismo; Επιδρομές, quiere decir invasiones, como los turistas a tropel. Y solo cambian dos letras. Grecia necesita el turismo como el maná, pero a la vez el turismo la devora como Saturno. Una contradicción, una duda existencial ¿Qué quiero, qué? se pregunta Sapho.
Στίχοι: Σαπφώ
Μουσική: Νίκος Ξυδάκης
εκτέλεση: Ελευθερία Αρβανιτάκη
Ολονυχτίς ο σκοτεινός
τα μάτια ο ύπνος κυριεύει
και με καίει, με καίει
και μ' ανάβει ο πόθος
σύγκορμη.
Τι θέλω τί, μήτε ξέρω τί,
δυο γνώμες μέσα μου.
Τι θέλω τί, μήτε ξέρω τί,
σταγόνα τη σταγόνα ο πόνος μου.
Letra: Sapfo
Música: Nikos Xydakis
Canta Eleftheria Arvanitaki
Toda la noche la oscuridad
los ojos el sueño domina
y me abrasa y me abrasa
y me enciende la pasión
el cuerpo entero
Qué quiero qué, ni sé qué
dos opiniones dentro de mí
qué quiero qué, ni sé qué
gota a gota mi dolor
Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora