Al ser isla pequeña todo está en el mismo sitio, unas cosas frente a otras, como en las casas de muñecas. Y la barca, que se llama la Maga de Donousa, me llegó al corazón. Amarrada a los pies del café, cabeceaba con colorines e impaciencia, deseosa de zarpar en busca de nuevos conjuros y susurraba, quién mejor que ella, entre chirridos de amarras y pajareos de charranes las viejas estrofas de Elytis.
Un techo puede ser lo más parecido a la bóveda celeste; por su forma, por lo elevado, por lo intangible, por lo inabarcable. En el tiempo récord de un año habíamos conseguido reparar el tejado; para estar tan lejos y tan a desmano no estaba mal la plus marca. Ahora tocaba, sin dilaciones, proteger la madera con pintura, sobre todo en la terraza, de las inclemencias del tiempo.
Cuando las cabras andan por los riscos, a veces suceden cosas indeseadas. Hay playas en Lefkada de un azul apabullante, de cantos pulidos, redondos y blancos en la orilla, donde se puede correr un peligro inimaginable. Si no eres precavido, el traspiés de una presurosa cabra, saltando de mata en mata, puede acabar con tu vida.
La historia de los adinerados navieros de este país, sus corruptelas, sus desmanes y sus conexiones políticas se repite una y otra vez como la estrofa de una vieja canción llamada Esto es Grecia. Seguiremos atentos a las noticias sobre la pequeña isla en la que transcurre la historia de corruptelas que les cuento aquí, a ver si esta vez el concierto acaba de otra manera y podemos aplaudir.
Cuando le preguntaban a Henry Miller sobre cuáles eran las cosas que le habían gustado más de Grecia, él respondía: la luz y la pobreza. La respuesta era sin duda sorprendente, pero a nada que se profundiza un poco en Grecia, la frase cobra todo su significado.
Una taberna no está hecha solo de comida, aunque también, sí no de colores, de flores, de luces, de música, de vistas, de barcas, de gatos y, muy importante, de taberneros y taberneras. Es aquí donde puede quedarse reducida a un simple restaurante o ensalzada a categoría de oráculo.
Limnos es tan exclusiva como su kakabiá; una sopa de pescado ancestral que sólo he logrado comer aquí con cierto rigor histórico. La isla es dulce y voluptuosa, carente de montañas abruptas, tan suave como un cuerpo desnudo y bronceado tumbado sobre las olas; llegues por el norte o por el sur, la mano se te escapa a acariciar esa piel de terciopelo cobrizo.
A Samotracia solo arrumbas porque quieres llegar a Samotracia, y ni eso está claro qué significa. Porque tú, donde llegas en realidad es a una montaña de 1600 metros dejada caer sobre el mar, imponente y magnífica. Todo lo demás que la rodea es completamente accesorio y circunstancial. Incluidos nosotros.
Hay lugares en el mundo con esencias sombrías, pneumas oscuros. Así es Skorpios, una isla muy verde adquirida en su época por el magnate griego Aristóteles Onassis, que se tiñó de rosas y amarillos de papel couché en sus épocas gloriosas, pero que en el fondo tiene negras leyendas.
A mí me admira el temple que tiene estos griegos; aquel mastodonte moviéndose bajo maniobras de torpes manos entre sus barcas me daba espanto. Si hubiera sido mi barco, me hubiera tirado a degüello. Ellos sorbían pajitas mientras tomaban su café frapé.