La (in)útil empresa de tomar un taller de escritura creativa
"X" y "Y" se inscriben a un taller de escritura creativa dictado por "R". Ambos han leído a "R", es un autor de los que aparecen en las páginas principales de los diarios y están convencidos de que este taller es lo que necesitan para convertirse en escritores. Las vidas de "X" y "Y" no son muy diferentes: tienen familias, empleos, cuentas por pagar, etc. Ambos han llenado páginas, han rumiado ideas y han dicho a viva voz que están escribiendo un libro. Cada tanto, en alguna reunión de amigos, tienen que explicar cómo va la escritura de ese libro. Mienten la mayoría del tiempo.
Entraron al taller con "R" después de un proceso de selección y pagar una tarifa considerable. No les importa el dinero abonado. Sólo se fijan en su nombre en la corta lista de escritores seleccionados. Ven esto como un primer triunfo. La puerta de entrada a un Olimpo reservado para unos pocos.
El taller dura tres meses o un año. "X" y "Y" asisten religiosamente. Hacen las lecturas programadas por "R", realizan los ejercicios de escritura, leen su trabajo al grupo, reciben comentarios, corrigen, se reúnen con otros miembros del taller para leer, beber y compartir. Antes de que puedan comprenderlo a cabalidad, el taller concluye. "R" es el más contento por esto. "X" y "Y" prometen estar en contacto. Un poco dubitativo, "R" hace lo mismo. Sabe que no tiene mucho tiempo y no le interesa, puede terminar con su bandeja de correo llena de "¿Podrías darme una opinión sobre esto?". No cree en la utilidad de los talleres literarios. Lo ha dictado porque necesita ganar algo de dinero.
"X" y "Y" se reúnen durante los siguientes meses, se escriben, se envían fragmentos. Dejan de escribirse. La amistad se convierte en un presentimiento. Después de un tiempo, "X" publica un libro. "Y", en cambio, deja de escribir.
Esta historia es un cliché. Incluso, se podría hacer una amplia recopilación de anécdotas similares. Sin embargo, plantea una cuestión importante: ¿se puede aprender a escribir ficción? Para "Y" la cosa no ha ido bien. Él podría responder que no. Como él, hay una buena cantidad de personas que asisten a talleres literarios sin conseguir más que una caricia temporal del ego.
La historia de "Y" me recuerda un artículo del escritor británico Hanif Kureishi, quien afirmó, durante el 2014, en un festival literario en Bath, que los talleres literarios eran una pérdida de tiempo. Esto, por supuesto, desató una discusión de parte de aquellos que se sintieron aludidos: personas vinculadas a talleres y carreras de pregrado y posgrado en escritura creativa. La literatura se sacudió brevemente frente a las palabras de Kureishi, como si hubiera quitado el velo a una verdad incómoda. "Y" habría estado de acuerdo con él. Incluso, "R", con quien el escritor británico comparte varios rasgos: ambos no creen que se pueda enseñar a escribir ficción y sacan provecho de la enseñanza de la escritura creativa.
Pero, ¿qué pensaría "X"? es posible que no estuviera de acuerdo. No se atrevería a afirmar que los cursos de escritura creativa son una pérdida de tiempo. Pienso en Raymond Carver y en su relación con John Gardner, y me pregunto qué habría sido del escritor estadounidense sin la influencia de ese maestro que insistía en aspectos esenciales, como la revisión constante de un manuscrito. Sólo así, dice Carver en su texto John Gardner: el escritor como maestro, un escritor "hallaba lo que quería decir en el proceso continuo de ver lo que había dicho". ¿Sería Carver el autor que todavía leemos sin las enseñanzas de John Gardner?
Esa pregunta no la podemos responder. Pero, la historia del escritor estadounidense, y de muchos otros formados en escuelas de escritura creativa, dejan en entredicho lo que piensa "Y" y la afirmación de Kureishi.
Es claro que los talleres literarios no son fábricas de escritores. Si fuera así, bastaría con aplicar técnicas y modos de enseñanza para crear bestsellers y longsellers. Sin embargo, esta afirmación está lejos de demostrar que los cursos de escritura creativa no tengan una función importante, como ayudarle al "proyecto de escritor" a encontrarse con el acto de escribir.
Puede que la utilidad del taller no dependa de "R", sino de la intimidad de "X" y "Y", de algo inaccesible a la hora de reducir los hechos a conclusiones. Quizá no se trata de lo aprendido, sino de la manera de gestionar técnicas, lecturas y ese acercamiento artesanal a la palabra. Quizá, simplemente, se trate de un amor roto, una infancia alegre o una despedida. Es posible que el secreto del éxito de los talleres de escritura creativa esté en un mondadientes atascado entre los dientes del escritor: una pregunta que clama, de manera insistente, por una respuesta.