La guerra los dejó atrás
Personas con discapacidad, enfermos crónicos y mayores han quedado atrapados por la guerra de Ucrania en zonas de intensos combates y sin atención médica.
Mi primera impresión de la región de Kiev fue la de un éxodo. A principios de marzo, mientras nos dirigíamos por la carretera desde el oeste hacia la capital, largas filas de coches avanzaban en dirección contraria. La mayoría de ellos llevaban la palabra “niños” escrita en el parabrisas, con la esperanza de que les protegiera de las balas rusas. Cada uno estaba lleno de personas, pertenencias y animales domésticos. Si no fuera por las sirenas antiaéreas, los controles y la nieve, uno podría haber imaginado que eran familias que se iban de vacaciones.
Pronto comprendí que estas personas eran las más afortunadas. Los jóvenes, las mujeres y los niños y las personas con acceso a un coche y dinero pudieron huir al oeste de Ucrania y a los países vecinos, mientras que los ancianos, las personas con discapacidad, los pacientes con trastornos psiquiátricos y los enfermos crónicos no pudieron marcharse: eran los “abandonados” de la guerra. Por eso, incluso en las zonas que fueron ocupadas por las fuerzas rusas, como Makariv, Borodianka, Irpin y Bucha, un número importante de sus habitantes permanecieron.
El mundo se horrorizó al ver las imágenes de los civiles masacrados en las calles de Bucha, pero ahora hay que prestar especial atención a los supervivientes. Durante un mes, fue imposible que nadie entrara en estas zonas y era muy difícil salir de ellas. Las personas mayores que vivían solas, los enfermos y las personas con discapacidad simplemente no tuvieron la oportunidad de huir.
Algunas personas consiguieron refugiarse en sus sótanos, pero otras no tenían la movilidad suficiente para salir de sus pisos. Todas ellas estaban atrapadas en una situación de extrema violencia. Los que se aventuraron a salir se arriesgaron a que los soldados rusos o los tanques les dispararan. Los suministros de electricidad, gas y agua estaban cortados. Los hospitales y centros de salud fueron dañados o destruidos y el personal huyó, cortando todo acceso a la atención sanitaria. La hipotermia, el estrés y la falta de acceso a la atención sanitaria provocaron una descompensación aguda de enfermedades crónicas, lo que hizo que la gente sufriera infartos y derrames cerebrales. Muchos trabajadores sanitarios sospechan que la mortalidad relacionada con estas enfermedades entre este grupo de personas especialmente vulnerable será de hecho mayor que la relacionada directamente con la violencia.
En áreas que vuelven a estar bajo control ucraniano, como Makariv, Borodianka y los pueblos al norte de Fastiv, los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) han empezado a apoyar a los médicos y autoridades locales para ofrecer atención médica, tratando de localizar y estabilizar a los enfermos antes de trasladarlos al hospital de Fastiv. MSF también está ayudando al hospital a hacer frente al aumento de la demanda de atención, donando medicamentos y equipos y organizando las visitas de un fisioterapeuta y un psicólogo. Tenemos previsto ampliar estas actividades a zonas más al norte de Kiev y a Chernígov, donde ahora es posible el acceso.
Al sur de Kiev, en Bila Tserkva, Hrebinky y Ksaverivka, una gran parte de la población ha huido, temiendo la posibilidad de un rápido avance de las tropas rusas. Una vez más fueron las personas más vulnerables, los mayores y los enfermos, los que se quedaron atrás. Los hospitales y centros de salud recibieron la orden de suspender toda la atención que no fuera de urgencia y prepararse para recibir a los heridos.
El acceso a la asistencia sanitaria, incluida la atención primaria, se ha vuelto extremadamente difícil. Las farmacias han cerrado o ya no tienen existencias de medicamentos básicos. Se prohibió la venta de alcohol, por lo que los alcohólicos han empezado a sufrir un síndrome de abstinencia agudo, una situación que puede llevar a la muerte. Los trabajadores sociales, sin acceso a combustible, han recurrido al uso de bicicletas, pero los frecuentes toques de queda, las restricciones a la circulación y los puestos de control les impiden llegar a las personas confinadas en casas o en cama con la frecuencia necesaria. Estos mismos trabajadores sociales señalaron la paradoja de que mientras los hospitales funcionales permanecen vacíos, esperando a los heridos, los enfermos están condenados a quedarse en casa.
Algunas personas también han permanecido en estas zonas debido a enfermedades crónicas como insuficiencia renal o cáncer, que les hacen depender de diálisis o de quimioterapia. Sin garantías de poder acceder a estos servicios si huyen al oeste del país o al extranjero, se encuentran atrapados, y sus familiares a menudo lo están con ellos. El director de Nezabutni, una fundación benéfica ucraniana que apoya a las personas mayores y a sus cuidadores en todo el país, me dijo que incluso en los lugares que están siendo intensamente bombardeados, las familias de las personas con demencia a menudo optan por no ponerse a cubierto cuando suenan las alarmas, ya que la desorientación y la angustia que provoca estar confinado en un búnker abarrotado una y otra vez es demasiado traumática para los más frágiles. Prefieren esperar que se trate de una falsa alarma a arriesgarse a una descompensación irreversible del estado de su ser querido.
Me ha impresionado la solidaridad mostrada por los cuidadores que se negaban a permitir que estas personas fueran abandonadas. Una y otra vez oí a personas explicar que podían haberse ido pero que en cambio se quedaban para ayudar a los más vulnerables. El alcalde y los habitantes de Fastiv que, gracias a una impresionante movilización de voluntarios ya acogían a los desplazados de ciudades ocupadas cercanas como Makariv o Borodianka, intentaban encontrar la manera de evacuar a la población de estas zonas. Los trabajadores sociales, a menudo mujeres de mediana edad con sus propias familias, trabajaban las 24 horas del día para tratar de identificar y llegar a todas las personas que estaban atrapadas en sus casas. Las redes de voluntarios intentaban conseguir medicamentos en las farmacias y entregarlos en los hogares de personas desamparadas, junto con alimentos y otros bienes esenciales. El personal de las residencias de mayores permaneció de guardia, incluso cuando estaban aterrorizados ante la perspectiva de que los combates se acercaran.
La movilización de la sociedad civil que he visto en la región de Kiev también se está reproduciendo en zonas como Chernígov, Járkov y otras partes del este del país.
¿Qué pueden hacer organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) ante esta situación? Nueve millones de personas en Ucrania tienen más de 60 años, y muchas están aisladas desde que empezó la guerra. Tenemos que prestarles especial atención a ellos y a sus cuidadores.
Podemos apoyar la evacuación de las personas mayores y con discapacidad que se encuentran cerca del frente hacia alojamientos adecuados en zonas más seguras del país. Ese mismo alojamiento podría albergar a personas que han sufrido profundos traumas en lugares como Bucha. MSF puede desempeñar un papel importante colaborando con los servicios sociales ucranianos para establecer y apoyar estas estructuras y ayudar en las evacuaciones médicas. También podemos apoyar a las farmacias gestionadas por voluntarios para garantizar que tengan un suministro adecuado de fármacos, incluidos medicamos para enfermedades crónicas.
Además, tenemos previsto apoyar financiera y técnicamente una plataforma digital desarrollada por Nezabutni que permitiría a las personas mayores y a sus familias beneficiarse de teleconsultas y del acceso a la información sobre la asistencia específica que está a su disposición, incluso en un contexto tan incierto e inestable.
Es a través de la agilidad y la creatividad como una organización médica de emergencia como MSF puede ser más útil en el contexto rápidamente cambiante de la guerra. Empiezan a surgir necesidades a largo plazo, lo que significa que debemos comprometernos ahora, especialmente en apoyo de todas las personas vulnerables que se han quedado atrás.
Natalie Roberts es doctora y directora de estudios del CRASH, el grupo de reflexión de Médicos Sin Fronteras.