La geografía del alma
Una magdalena literaria, los recuerdos y la nostalgia configuran parte de la orografía de nuestra alma.
Los olores constituyen una pieza clave de la percepción del mundo que nos rodea, a pesar de que, quizás por su ubicuidad, conozcamos menos de la memoria olfativa que de la visual o de la auditiva.
En el año 1913 el escritor francés Marcel Proust (1871-1922) publicó su obra Por el camino de Swann. En el primero de sus volúmenes el protagonista se dispone a comerse una magdalena recién horneada cuando su cerebro le transporta a su más tierna infancia. Es lo que actualmente se conoce como el “efecto de la magdalena de Proust”.
¿Cuántas veces el olor que desprende la chimenea encendida, el de la tierra húmeda, el olor del césped recién cortado, el de cierta fragancia floral… nos ha trasladado a otras coordenadas temporo-espaciales? Y lo maravilloso de este proceso es que todo transcurre de forma involuntaria, sin que medie ningún proceso cognitivo consciente.
La zona cerebral responsable de esta asociación es el sistema límbico, el lugar en donde convergen emociones, recuerdos y percepciones, la esencia de lo que nos hace humanos.
En el baúl de los recuerdos
Sin embargo, no todos los olores son almacenados en nuestra memoria a largo plazo, la mayoría lo hacen dejando una impronta muy sutil, que dura un breve espacio de tiempo.
El olfato, al igual que el gusto, es un sentido químico, nuestros receptores son capaces de discriminar, aunque nos parezca imposible, miles de compuestos químicos que flotan en el ambiente. La información circula por el sistema nervioso hasta llegar al sistema límbico, allí en una zona específica —amígdala— se conecta aroma y emoción. Posteriormente, será el hipocampo el encargado de registrar el aroma con un recuerdo. Esto permite explicar que seamos capaces de que un olor nos evoque una imagen o una situación específica.
La complejidad de esta conexión es más profunda de lo que podríamos imaginar a priori y es que no hace mucho tiempo que sabemos que en algunos pacientes la aparición de una memoria olfativa defectuosa puede indicar la existencia de cierta predisposición a sufrir en el futuro la enfermedad de Alzhéimer.
Cuando la nostalgia era una enfermedad
No en pocos casos los recuerdos nos generan un sobrecogimiento, una tristeza, una aflicción que conocemos como nostalgia. El primer caso documentado lo tenemos en La Odisea de Homero, concretamente en el Libro X. Allí el intrépido Ulises les dice a sus compañeros de viaje que la maga Circe no les permite regresar de inmediato a casa, que les va a obligar a permanecer con ella. El bardo griego nos cuenta que “a los hombres se les rompió el corazón cuando le oyeron y se tiraron al suelo, quejándose y halándose el pelo, pero no solucionaron nada con llorar”.
Era la desesperación por no volver con sus seres queridos, era el dolor (álgos, en griego) por no regresar a casa (vocablo que deriva del griego nóstos). En definitiva, la tripulación sufría nostalgia.
Sin embargo, y aquí está lo verdaderamente curioso, esta enfermedad no fue descrita hasta el año 1688. El primero en hacerlo no fue ni un griego ni un gallego, fue un suizo, el doctor Johannes Hofer.
Este galeno observó que era frecuente su aparición entre los mercenarios suizos que luchaban en tierras extranjeras y que los síntomas desaparecían cuando retornaban a su hogar. Por este motivo durante mucho tiempo a la nostalgia se la conoció como “mal du Suisse” —la enfermedad suiza—.
Al parecer los aguerridos helvéticos se evaporaban cuando oían cencerros, ya que el sonido les recordaba a los pastos de su país, y el simple hecho de oír Kuhreihen —una famosa canción folclórica suiza que cantaban mientras las vacas pastaban— les producía tal debilidad que poco les importaba terminar frente al pelotón de fusilamiento. Esta situación llegó al extremo, según cuenta Jacques Rousseau en su Dictionnaire de Musique (1767), que se prohibió a los mercenarios cantar o escuchar.
En el siglo XVIII el médico Robert Hamilton describió el caso de un soldado que tenía una enfermedad misteriosa, no diagnosticada, pero que le había producido un deterioro tan severo de su estado general que se temía por su vida. Ante esa situación se decidió enviarle nuevamente a su hogar. Curiosamente los síntomas desaparecieron a las pocas semanas del retorno. Y es que los rincones de nuestra alma son inescrutables.