La generación marcada por dos crisis que no puede dejar de ser joven
La recesión por el Covid volverá a cebarse con los jóvenes, que no han terminado de recuperarse de la crisis de 2008.
Cuando Enrique, un integrador social de 28 años, se asoma estos días por la ventana del piso donde convive con otras dos personas, observa el vacío de una de las plazas del madrileño barrio de Vallecas. Un vacío acompañado de un silencio que contrasta con los gritos de los niños en el parque infantil, las charlas de los ancianos en los bancos y las risas de los jóvenes en las terrazas que había hace casi 50 días.
Lleva seis años viviendo en esa casa, que tampoco tiene nada de especial más allá de que consiguió un alquiler barato (para los tiempos que corren) y al lado de una parada de metro a 15 minutos del centro, a pesar de ser uno de los barrios más pobres de la capital. Ahora busca trabajo para pagar el alquiler del mes que viene porque, cuando comenzó el estado de alarma, su empresa hizo un ERTE que aún no ha cobrado y que, “igualmente, no llega para vivir”.
Pero, ¿cómo encontrar empleo durante el confinamiento? Esta pregunta se añade al temor de que se repita la situación de recortes y austeridad que tuvo lugar tras la crisis de 2008. “De momento hay mucha gente buscando trabajo. Muchos voluntariados y muy pocos contratados”, apunta. Saldrá adelante, dice, porque ya ha pasado por muchos empleos: residencias de ancianos, educación de menores, animación, campamentos, personas con autismo... A pesar de todo, dice considerarse un “privilegiado”: “He tenido contratos en casi todos los empleos y en uno llegué a cobrar 1300 euros al mes”.
Sueña con un futuro que sabe que no tiene, ni mucho menos, garantizado: “Tener una casa pagada en la que poder criar hijos, formar una familia y darles estabilidad”. Pero de momento sus focos están puestos en la incertidumbre del futuro inmediato: este mes come gracias al dinero de sus compañeros de piso. “Hemos sido víctimas de una crisis y somos carne de la que se viene”, declara.
Dos crisis económicas que se ceban con los jóvenes
Enrique no está solo. Todo indica que la generación millennial estará marcada por dos crisis económicas. Tras la que estalló en 2008 la tasa de paro juvenil llegó a superar el 55%. Miles de ellos emigraron. Otros tantos dejaron de estudiar por no poder pagarse la formación. Otros siguieron estudiando con la esperanza de acceder a un futuro prometido que aún no ha llegado. Hubo quien descartó la posibilidad de poder tener hijos o pagar una hipoteca entonces.
Una década después la historia puede repetirse. Pero esta vez la crisis azota cuando aún no les ha dado tiempo a recuperarse de la anterior. Cuando algunos rozaban con los dedos el primer contrato de su vida, otros acababan de salir de casa de sus padres a los 30 años, otros se planteaban tener su primer o segundo hijo... Pero la austeridad que provocará la pandemia del Covid-19 volverá a golpear primero donde más duele: a los empleos temporales y precarios, ocupados en su mayoría por jóvenes.
Así lo asegura la politóloga y coautora de El muro invisible: las dificultades de ser joven en España, Silvia Clavería, que señala que esta discriminación por edad tiene que ver también con la propiedad: “Los jóvenes tienen que pagar alquiler y no poseen viviendas”. La situación precaria impide que puedan emanciparse, algo que supone “una de las bases de la vida adulta”. “Son jóvenes que, de alguna forma, no dejan de serlo”, lamenta Clavería. Y no se refiere a la edad, sino a estas “transiciones al mundo adulto”. Se les han echado encima dos crisis antes siquiera de que hubiesen colocado los cimientos de su vida adulta.
Los datos la respaldan: en 2019, sólo el 18,5% de la población de entre 16 y 29 años se emancipó. Tres de cada cuatro jóvenes menores de 26 años no llegaba al SMI en noviembre del año pasado. La situación no ha mejorado con la irrupción del coronavirus: el desempleo juvenil se ha situado en el 33% en el primer trimestre de 2020, según la Encuesta de Población Activa, que no recoge todo el impacto de la pandemia.
“Otra vez en la casilla de salida”
Adrián, un joven de Alicante de 25 años, está entre esos puestos de empleo destruidos en marzo. También tenía planes de futuro: acabar sus estudios de diseño gráfico y hacer unas oposiciones. Pero “dada la situación actual” dejará esa idea aparcada para intentar mantenerse a flote.
Está en paro porque el restaurante donde trabajaba como camarero a tiempo completo para pagar los estudios cerró al empezar la pandemia y no sabe si volverá a abrir. Actualmente vive de sus ahorros. “Nuestra generación está en una situación de constante precariedad laboral”, opina. En sus palabras se percibe frustración y angustia: “Hemos pasado muchos años de crisis y nos hemos esforzado mucho para vernos otra vez en la casilla de salida y abandonados por las instituciones”. Teme que, si se mantiene esta situación, pueda perder su independencia económica y la capacidad de seguir estudiando.
La frase ‘estudia y llegarás lejos’ le ha perseguido también a él. “Podría decirse que ha sido un cliché en mi vida. Pero la realidad es que tengo amigos sobrecualificados trabajando de camareros por menos del sueldo mínimo. Nos hemos convertido en la juventud mejor preparada y peor valorada laboralmente”, concluye.
“Mis próximos meses son crisis”
En cambio Lucía, una madrileña de 26 años, se consideraba hasta hace poco del grupo de los “afortunados”. Entre otras cosas por poder trabajar de psicóloga después de seis años de formación y de encadenar trabajos temporales y pagados en negro. Es autónoma y paga una cuota de casi 200 euros al mes mientras trabaja en un gabinete privado y pasa consulta en Leganés. Ahora no le salen las cuentas.
Ha perdido alrededor de un 70% de pacientes y lo que está facturando lo cobrará en dos meses, el plazo que estipula su empresa. En los próximos 60 días no ingresará nada. Por eso lo compensa con trabajo administrativo de gestora de información o traduciendo algún texto.
Su mutua le ha dado una ayuda de 600 euros para ese tiempo sin ingresos, en los que tendrá que pagar 400 euros de cuota de autónomos: “Pretenden que viva con 100 euros al mes”. Comparte piso y no ve “para nada” cercano el momento de vivir sola: “Mi sueldo varía, pero como muchísimo cobro entre 700 y 900 euros al mes. El máximo fueron 1050”. Hasta ahora, o no llegaba o llegaba muy justa al mes siguiente: la cuota de autónomos, 300 euros del piso, los gastos mensuales de comida y 72 euros de abono para el transportes se comían todos sus ingresos.
Jóvenes que no dejarán de ser jóvenes
Recuperarse de esto, dice, “no va a ser fácil”. Tendrá que volver a buscar pacientes y exponerse a más personas durante la desescalada. Al menos, celebra, sigue trabajando en lo que la gusta. Otros de su generación no han tenido esa ‘suerte’. “Somos los más preparados y los de menos rendimiento”, señala la politóloga Silvia Clavería, quien además teme que esta vez no exista la vía de la inmigración, “porque la crisis del Covid afectará a otros países también”.
A la experta le preocupa también que la solidaridad sea desigual: “Se ha demostrado que el Covid-19 afecta más a los mayores y los jóvenes están siendo solidarios. No sé si esa solidaridad será igual cuando venga la crisis de después y necesitemos nosotros esa ayuda”.
Esta preocupación también trasciende a la política: “Los mayores votan más y contribuyen más con su dinero al Estado de Bienestar y eso los políticos lo saben. Por eso en 2008 se hicieron muchas políticas para ellos”. Quizá ahora la esperanza de estos jóvenes sea el Gobierno de coalición: “Aunque PP y PSOE tienen unos votantes envejecidos y pensarán en ellos, puede que Unidas Podemos se centre en otro tipo de electorado con políticas como la renta mínima, que se desvincula de lo que tu hayas contribuido a la sociedad a la hora de ayudar”.
El añadido de ser joven e inmigrante
Pero hay casos en los que ni siquiera las instituciones se están parando a pensar estos días. Como el de Brenda, una joven peruana de 22 años que vino a España a “estudiar y buscarse la vida” porque el grado de Comunicación Audiovisual no estaba en la universidad pública de su país y que estos días busca desesperadamente la forma de ingresar dinero para “pagar el alquiler y comer”.
Al haber venido como estudiante, no tiene permiso de trabajo para jornadas completas. Y cuando ha intentado conseguir empleos a media jornada “no te quieren contratar por los trámites que hay que hacer”. Lleva cuatro años con la frustración de “querer trabajar y no tener derecho a ello”. Está atrapada en la pescadilla que se muerde la cola: “Los sitios donde he trabajado me lo han negado diciéndome literalmente que es porque no tengo residencia, pero no puedo acceder a ella sin contrato de trabajo”.
Una vida laboral “inexistente”
Su situación laboral es “inexistente”, dice con una risa irónica. Para ella, tantas trabas al intentar contribuir a la sociedad “son una forma de decirte que regreses a tu país, porque allí al menos si me niegan un trabajo será porque no valgo, no por ser de fuera”. Está cursando un máster, pero las tasas para alumnos extracomunitarios triplican las de los residentes y nacionales y no sabe cómo va a terminar pagarlo.
Este miércoles le ha llegado, meses después de pedirlo, el permiso de búsqueda de empleo que le permite quedarse un año más en España si encuentra en ese tiempo un trabajo. Lo solicitó cuando caducaba su Número de Identidad de Extranjero (NIE) en septiembre y ha pasado estos meses sin poder probar su legalidad, aunque por ley sí que fuese legal en España. Eso ha supuesto una traba más en gestiones como alquilar una vivienda o matricularse en la universidad. “Ven el NIE caducado y creen que eres ilegal y, aunque se lo expliques, no se atreven a contratarte”, cuenta.
Sus padres están confinados en Perú y tampoco pueden enviarle dinero: “Tengo algo para sustentarme pero no quiero que pasen dos meses y verme sin un duro para vivir, estoy intentando pedir becas y proyectos pero las expectativas de futuro se han convertido en casi nulas en España”, asevera. Ella tenía planeado volver a trabajar a América Latina en la industria del cine, pero ahora cree que tendrá que volver “por obligación” y eso le apena.
El sueño europeo de Brenda se ha roto: “Labrarte un futuro profesional en la Europa maravillosa que nos habían vendido es totalmente falso o imposible a menos que te acostumbres a la precariedad”. Pero no piensa darse por vencida: “Venimos de una crisis económica y se viene otra. Será difícil, pero hay que organizar la rabia, seguir siendo solidarios y, sobre todo, hay que pelearlo”.