La economía circular: alargando la vida de las cosas

La economía circular: alargando la vida de las cosas

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El término economía circular, el cual aparece cada vez más en las agendas políticas, es preciso pero no expresa el cambio mental profundo que implica. Vivimos en una época en la que las máquinas y la mano de obra no sólo se usan para producir vaqueros, pero también para desgastarlos antes de venderlos. De hecho, la idea de una economía circular es precisamente lo opuesto. Se refiere a la extensión de la vida útil de los productos y materiales, haciéndolos "circular" en la economía durante más tiempo, reduciendo la cantidad de materias primas y productos de nueva creación, así como su impacto ambiental. El Plan de Acción para la Economía Circular de la UE, y la Política china para una Economía Circular son dos ejemplos de las iniciativas que están proliferando en este sentido.

Walter Stahel, arquitecto y asesor industrial suizo, ha sido uno de los padres de la idea de la economía circular desde los años '70. Para argumentarla él usa la metáfora 'del río y el lago'. Hasta ahora la economía se ha concebido como un río, en el que debemos probar a doblar el caudal per cápita cada diez o veinte años, sin importar si el contenido de nutrientes beneficiosos o el de toxinas perjudiciales crece más rápido. De lo contrario, la economía circular es más bien como un lago. Los ciudadanos y políticos preferirían preservar y mejorar la calidad y accesibilidad del lago, sin incrementar sus afluentes y efluentes más de lo estrictamente necesario.

  Walter Stahel, arquitecto y asesor industrial suizo.www.ecointeligencia.com

En la economía circular el impacto ambiental se reduce gracias al incremento de la durabilidad, reutilización, reparación, re-fabricación, y reciclaje de productos y materiales. Tanto productos como materiales 'circulan' en la economía durante más tiempo, en lugar de pasar rápidamente a través de ella, convirtiéndose pronto en basura y contaminación. Algunos científicos consideran que la tecnología actual podría proporcionar, en los países industrializados, productos y servicios usando una mera décima parte de los materiales usados hoy en día, y un tercio de la energía primaria. Reducciones significativas en el consumo de energía y materiales se persiguen, por ejemplo, con la Estrategia energética suiza para una sociedad de 2000 vatios (consumo de 2000 vatios por cápita en lugar de los 6000 actuales), el laboratorio de ideas francés Negawatt, el Rocky Mountains Insitute, el Factor 10 Institute (que persigue incrementar diez veces la productividad de los materiales).

Por qué motivo fracasa esta 'economía del sentido común' en hacerse popular? Tomemos el oro como ejemplo. El total de oro extraído se estima en 180.000 toneladas, lo que equivale a un cubo de tan sólo 21 metros de lado. Una parte del oro trabajado del mundo ha circulado durante milenios, derretido y refundido en innumerables artefactos. De este modo, relativamente poco material generó una gran cantidad de valor de uso en el tiempo. En cambio, otra parte del oro trabajado del mundo se extrae de las minas a costa de grandes daños ambientales, y consumo de energía. Éste vuelve rápidamente al subsuelo, a las bóvedas de los bancos, sin producir ningún valor de uso técnico.

Una porción adicional del oro extraído volverá pronto a tierra, a los vertederos, donde se desechan restos de teléfonos celulares y otros dispositivos, que contienen pequeñas cantidades de oro. De nuevo, una gran cantidad de materiales y energía desperdiciada para generar valor de uso muy breve. En su primera iteración, el oro es el prototipo de la economía circular, sin embargo, en la segunda y la tercera es el de una economía lineal.

Las tecnologías actuales nos permiten acabar con la mayor parte del uso indebido y la disipación del oro, y los daños ambientales derivados. De hecho, sólo nuestras concepciones equivocadas nos impiden hacer precisamente eso. Por una parte, persistimos en convenciones que otorgan al valor de uso técnico del oro un valor de cambio desproporcionado. Por otra parte, en muchos casos, hoy es más 'conveniente' disipar oro que conservarlo, como resultado de un sistema fiscal que desalienta lo que es deseable (empleo) y alienta lo que no lo es (el uso y abuso de la naturaleza).

En la mayoría de los países industrializados, la mano de obra, abundante y en parte infrautilizada, se vuelve más costosa debido a los impuestos y los costos de la seguridad social. Por lo tanto, fomentamos la sustitución de mano de obra por máquinas, materiales y energía. Sin embargo, los materiales y la energía, relativamente escasos, por lo tanto dignos de ser ahorrados, son poco gravados en comparación con la mano de obra, o incluso subvencionados, lo que estimula su uso, contribuyendo al desempleo, aumentando los costos sociales, y aumentando la basura.

Hoy en día, consumir y desperdiciar demasiado material y energía compromete el equilibrio planetario a largo plazo.

Por ejemplo, David Coady, economista del Fondo Monetario Internacional, estima que los subsidios globales a los combustibles fósiles en 2015 ascendieron a más de 5,3 billones de dólares (6,5% del PIB mundial). Algunos economistas consideran que necesitamos urgentemente una reforma tributaria ecológica para revertir esta carga, reduciendo los impuestos y las cargas sobre el trabajo, al tiempo que se aumentan impuestos sobre la energía, los materiales y, en general, sobre el uso y el abuso de la naturaleza. 'Los desempleados serán kilovatios y toneladas, no personas', dijo Ernst Ulrich von Weiszaecker, fundador del Wuppertal Institute, un importante laboratorio de ideas alemán.

En 1976, Walter Stahel y Genevieve Reday publicaron un informe para la Comisión Europea cuyo título parece un error de imprenta: El potencial para sustituir la energía por la mano de obra. Un momento. Durante miles de años el progreso significó sustituir la mano de obra por máquinas, exactamente lo contrario. Esto es cierto. Pero el éxito de dos siglos de sociedad industrial provocó un problema de escala; la población humana y su producción material alcanzaron proporciones tales que convirtieron lo que era progreso real para billones de individuos en un boomerang colectivo. Hoy en día, consumir y desperdiciar demasiado material y energía compromete el equilibrio planetario a largo plazo y nos lleva a una nueva era que las ciencias de la tierra llaman 'antropoceno'. Una época geológica en la que las actividades humanas comenzaron a tener un impacto global significativo en la geología y los ecosistemas de la Tierra.

'Sustituyendo energía por mano de obra' (Walter Stahel) no significa renunciar a la lavadora o al progreso técnico. En cambio, significa encarar el progreso usando ingenio y trabajo para extender la vida de las cosas, en lugar de reducirla. Este es el propósito de The Product-Life Institute, creado en 1982 en Ginebra por Walter Stahel y Orio Giarini, profesores universitarios y consultores de empresas, gobiernos e instituciones internacionales.

Quizás la contribución de Giarini y Stahel a la economía política no es menos importante que la de la ecología industrial. Libros como Diálogo entre bienestar y riqueza (1980) y La economía del rendimiento(2010), redefinen el concepto de valor económico: El verdadero valor se encuentra en qué se desempeña y por cuánto tiempo, no en la cantidad de la producción y comercio.

Este concepto simple fue formulado por Aristóteles en su distinción entre oikonomia (cuidado de la casa) y crematística (cuidado del dinero). Pero fue abandonado por muchos economistas modernos cuando la economía política parecía subordinarse a la economía cuantitativa; porque es difícil o imposible medir directamente el uso real de las cosas, en su lugar medimos la cantidad de su producción y compra.

Esta premisa mal concebida configuró una economía que tiene como objetivo duplicar continuamente tanto la producción como la destrucción de las cosas, en lugar de optimizar su ciclo de vida. Abandonar este concepto de economía lineal promete instigar una contrarrevolución real. En la actual fase terminal de nuestra civilización centrada en el consumo, el precepto antiguo de preocuparse y preservar tanto la naturaleza como los productos manufacturados subvertiría el desorden establecido actualmente, mientras atenuaría la pérdida de empleo y protegería el planeta.