La depresión va por barrios
¿Se deprimen las ciudades? A todas las grandes ciudades les toca vivir épocas de euforia y de bajón: sus ciudadanos se constituyen en radiografías vivientes de los estados de ánimo al alza o la baja en consonancia con los acontecimientos deportivos, políticos, los atentados terroristas, la pérdida de empresas o competitividad, o las crisis de todo tipo. Desde 2006 hasta hoy, España ha sido un terreno abonado a la depresión y los ansiolíticos.
La crisis económica alteró los equilibrios establecidos en la bonanza. Algunos de los más afectados por los desahucios y la pérdida de trabajo fueron los pioneros de un bajón nacional que se ha prolongado hasta la crisis emocional provocada por la eclosión del separatismo catalán, que ha convulsionado a mucha gente de forma grave. Ya hacía tiempo que no se veía a una multitud de individuos, grupos, familias, colectivos, en tantos sitios a la vez, tan deprimidos afectivamente, como en este otoño.
Pues sí, las ciudades suben y bajan de ánimo colectivo, aunque son los individuos quienes expresan esos sentimientos o afecciones, los titulares del derecho a deprimirse, las ciudades y los territorios no son sujetos de esa posibilidad, por mucho que en estos días pudiera parecerlo.
En sólo cuatro años, de 2006 a 2010, los casos de depresión mayor aumentaron un 2,34%, y los de la variante menor de la enfermedad otro 1,8%, según datos 2015 del estudio Impact sobre Psiquiatría de la Universidad de Islas Baleares, según EL PAÍS. "La depresión afecta en España al 4-5% de la población y el riesgo de padecer al menos un episodio grave a lo largo de la vida es mayor en mujeres que en hombres, en una proporción de casi el doble. (16,5% vs 8,9%).
Según datos recogidos en la 'Estrategiade Salud Mental del Sistema Nacional de Salud', España es el país europeo con la tasa más alta de síntomas depresivos en población de edad avanzada. En el año 2013 se registraron un total de 1.868.173 personas que sufrieron la enfermedad.
Es prototípico el caso de Nueva York en los 70, que pasó por depresiones basadas en la alta tasa de criminalidad en el período de estanflación de EEUU. La ciudad atravesó un período de desindustrialización y de pérdidas graves de demografía, cercanas a la quiebra. Nueva York fue origen de nuevas políticas de endeudamiento: la luz se apagó en julio de 1977, lo que provocó saqueos y desórdenes.
Para el geógrafo británico David Harvey la crisis fiscal del estado se expresaba "en la bancarrota de la ciudad de Nueva York y allanó el camino para la prácticas neoliberales basadas en la austeridad monetaria, luego de años de extrema liquidez nacional e internacional...". Se daba a la ciudad (no sólo de Nueva York) un papel preponderante en la reestructuración de las interacciones a las que se estaba amoldando la economía internacionalizada.
Los "tigres asiáticos", el crecimiento imparable de los países emergentes y la economía "informal", como señas de identidad de un mundo sin derechos, antes reconocidos por el "estado de bienestar" afloraron, en tanto que la Unión Europea afrontaba su ampliación, mecida en el sueño de ambiguas políticas socialdemócratas y blandas - o disimuladas - políticas neoliberales.
Las redes sociales y las tecnologías de la información son hoy un elemento diferencial primordial respecto de aquellas crisis y sus equivalentes en España (la reconversión industrial en España, la deslocalización productiva y el desempleo crónico). La depresión "en red" supera la de poblaciones como Linares, las cuencas mineras o los denominados "cinturones industriales". Si Nueva York empezó a salir del pozo con el reequilibrio presupuestario, ya no volvió a las originarias políticas de bienestar, sino que se instaló en las de la seguridad y las del neoliberalismo para los que pudieran pagarlo.
En España, lo sucedido con la crisis separatista catalana afecta y mucho a la salud del país (casi no se puede decir a la salud nacional) porque la depresión se ha trasladado directamente a los hogares y a los grupos de las redes sociales en forma de mensajes humorísticos, desencantados o, simplemente vitriólicos.
Crece la disensión sobre todo, la política, la justicia, los actores, las opiniones, los gobiernos y entre los ciudadanos se ha creado un bucle melancólico incuestionable e inmedible por ambas partes. Barcelona, Madrid y muchas ciudades de Cataluña y España están perdiendo la autoestima, recurriendo a los ansiolíticos de todo tipo, lo que no puede decir que aliente la energía social, sino el recurso que va de la indignación al conformismo pesimista.
La consecuencia extrapolable es que la economía global, produce estados de ánimos globales. Hay territorios venidos a menos emocionalmente, por el saqueo de los acreedores (en Grecia, con la privatización de monumentos, de islas o de bienes comunales). El bajo costo de las aerolíneas ha matado a varias de ellas (Monarch Airlines, Air Berlin, etc.). Aunque no tenemos datos, el bajo costo de la calidad de vida después de 2008 avisa de que la competitividad extrema, extrema la ansiedad, mata el ánimo colectivo, no sólo en la escuela, machacada por el neoliberalismo, sino en los barrios, dónde ya no quedan recursos para no caer en las enfermedades psicológicas de este tiempo de penuria mental.
Se veía venir, pero nadie alcanzaba a presagiar que viviríamos una crisis de verdad "nacional", en el sentido de fracturarse la convivencia entre nosotros mismos, cuando cobradas ya las facturas socioeconómicas más abultadas de la crisis, nos quedaran las secuelas intangibles de las lacras padecidas en los barrios. Ha sido justo ahora, cuando parecía que nos habíamos librado del lobo feroz.