La cuenta atrás
Nuestra ambición climática tiene que aumentar. Y tiene que hacerlo mucho. Ya.
Hace 50 años el responsable de relaciones públicas de la NASA, Jack King, descontaba los segundos que restaban para que Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins iniciasen su viaje rumbo a la historia. La cuenta atrás que precedió al despegue del Apollo 11 en Cabo Cañaveral fue seguramente la más conocida y emocionante de todos los tiempos. La carrera espacial protagonizada por Estados Unidos y la Unión Soviética permitió que el hombre pisara la Luna y que se desarrollaran un sinfín de avances tecnológicos a todos los niveles.
Medio siglo después hay docenas de satélites de observación de la Tierra con sensores cada vez más capaces y variados, cuyos datos de cobertura global son ahora mismo cruciales. Yo mismo he tenido la oportunidad de contemplar el planeta desde una posición orbital, apreciar el tamaño limitado de nuestra tierra, la delgadez extrema de la atmósfera, la superpoblación que muestran las luces de las ciudades y las vastas extensiones de bosque talado durante los años que la última estación espacial ha estado en órbita. Las imágenes que envían los satélites ayudan a un sinfín de aplicaciones y también acercan ese sentimiento nuestro de un solo planeta, en cierta medida frágil, al público en general.
Los astronautas, de forma natural, tendemos a llamar a nuestro planeta nuestra nave espacial redonda, en la que de alguna forma todos somos astronautas, ya que vagamos por extensiones inmensas de vacío montados en ella. Y, por supuesto, somos conscientes de que, como en nuestras naves metálicas, los recursos son finitos y se debe usar la energía de forma responsable, siempre teniendo en cuenta el control térmico. No es raro que reduzcamos el uso de electricidad en naves o estaciones espaciales si aumentan las temperaturas.
Cuando llegué al Gobierno, una de las primeras ideas con las que concebí mi misión fue expresada muy bien por el astrofísico y divulgador Neil DeGrasse Tyson: las decisiones políticas contienen elementos ideológicos, pero en todo caso deben estar basadas en los datos objetivos que proporciona la ciencia. No cabe duda ya de que la ciencia ha avanzado mucho en precisión y en certeza midiendo el cambio climático actual y determinando cuáles son sus causas más importantes. Desde el artículo de Syukuro Manabe y Richard T. Wetheral en Journal of the Atmospheric Sciences en 1967, en el que se presentó el primer modelo del clima global basado sólidamente en la física, que permitía hacer predicciones precisas, se ha avanzado mucho tanto en modelado como en adquisición de datos objetivos.
No queda ya ninguna duda sobre el daño que le estamos haciendo al equilibrio natural del planeta. Tampoco del papel central de la ciencia y la innovación para demostrar y mitigar los efectos del cambio climático, que está quedando patente durante estas dos semanas en las que se está celebrando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Madrid.
Estos días abordaremos el nuevo enfoque de misiones del próximo programa marco de investigación e innovación de la Unión Europea, llamado Horizonte Europa (2021-2027). El enfoque de las misiones se inspira precisamente en el ejemplo del Apolo 11, cuando en 1961 el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, anunció que su objetivo era llegar a la Luna antes de que terminara la década, cuando aún no existía ni la tecnología adecuada, ni las capacidades ni el conocimiento para conseguirlo. La Comisión Europea ya ha definido las cinco áreas sobre las que se centrarán estas misiones, muy relacionadas en su gran mayoría con la emergencia climática que vivimos: (1) adaptación al cambio climático, incluyendo las transformaciones sociales; (2) cáncer; (3) océanos, costas y aguas saludables; (4) neutralidad climática y ciudades inteligentes, y (5) salud de suelos y alimentación.
La cuenta atrás para evitar que nuestras acciones modifiquen de forma irreversible el equilibrio natural del planeta hace tiempo que ha comenzado. El estado actual de la ciencia ofrece una certeza más que suficiente para tomar decisiones, y cuanto mayor es la precisión más acuciante se revela la necesidad de actuar rápido y de forma decisiva. Seguiremos tomando datos cada vez más precisos, mejorando los modelos, haciendo descubrimientos sobre los detalles de la evolución del clima, pero lo que sabemos hasta ahora y la seguridad con la que lo podemos afirmar es suficiente ya: nuestra ambición climática tiene que aumentar. Y tiene que hacerlo mucho. Ya.