La campaña permanente es cosa de millenials
La política se cuela cada día en una pantalla Oled y se consume de 15 en 15 segundos, de camino al trabajo o tuiteando sobre Operación Triunfo.
Muchos hablan de la perennidad que ha adquirido la política en apenas un lustro. Lo asimilan a las nuevas tecnologías y hablan de la progresiva simbiosis que se ha creado entre las fases del ciclo electoral y el tiempo entre elecciones.
Hoy no quiero hablar de todo eso que se ha escrito y debatido. Me acabo de sentar frente al ordenador para abrir una pieza más al puzzle: las primeras consecuencias del salto generacional. El comportamiento como sociedad civil del conjunto millennial, que será suelo de la Z.
Hasta hace cinco años, el mundo político conocía ciclos electorales: la campaña y el binomio gobierno-oposición. Entre ellos, periodo de estabilidad. Pero llegó la crisis, la corrupción, el desafecto político… y llegaron las redes y el 15M dentro de una sociedad líquida que tan pronto acampaba en la calle, como se quedaba en su casa el día de ejercer el derecho al voto. Y entonces, los límites se fundieron como el hielo del Muro cada temporada.
Una ciclogénesis curtida en cinco años que ha hecho que la conversación de cada esquina y la mirada a cada móvil sean los problemas sociales transformados en agenda política.
La sobreinformación de contenidos se trata desde la comunicación política a través de la Teoría de la (Des)Movilización. Dos subteorías conectadas por un patrón: la influencia de Internet. Yo, quizás como millennial o quizás como politóloga, soy de las que opinan que Internet produce cultura cívica. Y que ese cupo de adultos-jóvenes antaño conocido como “la generación perdida” están cambiando las reglas del juego.
Lo vemos en los cambios de discurso, de intercambio cultural, de moda, de canales audiovisuales, y lo vemos en los lobbies. El colectivo LGTBIQ+ rajó una roca que terminó de romper el 15M. Y ahora las piedras del camino son ecologistas, feministas, animalistas, individuales e independientes.
Cuando todas estas piezas se unen; cuando lo social -gracias a los canales digitales- empapa la agenda política, sumarse a lo viral gana votos.
Lo social se vuelve permanente a base de shares en redes y lo viral, que todos sabemos que es un polvo de una noche, se aprovecha de esas pequeñas olas formadas por la sociedad líquida para crear una elasticidad a la que llamamos campaña permanente.
Y la política ya no sólo está en determinados espacios y tiempos, ni si quiera usa LCD. Sino que se cuela cada día en una pantalla Oled. Y se consume de 15 en 15 segundos, de camino al trabajo o tuiteando sobre Operación Triunfo. Ahora los vídeos de campaña son Arde Madrid y se transforman en tráilers. Ahora los lemas son hashtags. Ahora la expectativa es Netflix y el meme, La Resistencia... aunque de eso ya hablaremos otro día.