'La bolsa o la vida', diario de un año crucial
La periodista publica un libro sobre cómo el coronavirus cambió a la sociedad.
El 31 de diciembre de 2019, el Gobierno chino informa a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que se ha detectado una “neumonía de causas desconocidas” en Wuhan, una ciudad industrial de 11 millones de habitantes en el centro del país. Ningún medio lo lleva a sus portadas. Tampoco el 5 de enero cuando China lo concreta en 44 casos a través de otro comunicado. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se enfrenta a su primer impeachment interpuesto por el Partido Demócrata, que ganará gracias a sus correligionarios del Partido Republicano en el Senado. España vive un ambiente prebélico, con la triple derecha tratando de boicotear la investidura de Pedro Sánchez como presidente de un Gobierno de coalición entre su partido, PSOE, y Unidas Podemos. La presión es tal y el resultado tan ajustado sobre el papel que el diputado de Teruel Existe ha de dormir la víspera de la votación escondido bajo protección de la Seguridad del Estado.
Así, a muy grandes rasgos, comenzaba 2020. El trazo menudo de los días iba tejiendo sin embargo un retrato de un año crucial. Lo seguí paso a paso. A través de mis columnas en ElDiario.es y en Twitter. Cada semana, cada día. Cómo fue creciendo la pandemia, las trabas de la oposición política amplificada en los medios que la sostienen, el desconcierto social, el miedo, el dolor por las primeras víctimas y las que siguieron, la escasez de medios —al punto de faltar hasta guantes y mascarillas— por la precarización que venía sufriendo desde tiempo atrás la sanidad pública. Blanca Rosa Roca, directora de Roca Editorial, con la que 10 autores habíamos publicado Derribar los muros en 2019 me sugirió escribir un libro con lo que iba contando.
Se demostró que con el confinamiento bajaban los contagios. Con las mascarillas, la distancia interpersonal, el lavado de manos. Aprendimos, muy duramente, a vivir de otra manera, pero funcionaba. Todo el mundo estaba igual. Los mapas de la Universidad Johns Hopkins se van tiñendo de rojo virus y ampliándose a cada vez más países. El 14 de marzo, fecha en la que entra en vigor el estado de alarma en España, el balance diario del coronavirus registra, en cifras oficiales, 145.000 casos en el mundo y 5.429 muertos. Siguen algunos preocupantes ascensos. Uno anota los países con casos y han pasado de 117 el día anterior a 139.
El confinamiento funciona, sí, mientras no se disponga de vacunas o medicamentos eficaces para detener el virus. Se produce, en consecuencia, la primera paralización mundial en la historia de la actividad productiva. La disyuntiva entre primar la economía o la salud. La mayoría de los Gobiernos hacen lo que humanamente pueden dadas las circunstancias y eligen dar prioridad a la salud de los ciudadanos. Algunos, los menos, optan por suavizar restricciones para no detener el ritmo económico, causando un mayor número de víctimas sin salvar tampoco la economía.
El virus va derribando a personas cercanas. Ha enfermado e incluso matado a profesionales de la sanidad. Y se convierte en una condena para los ancianos de los geriátricos. Casi 30.000 han muerto. Fuimos conociendo por informes periodísticos, o de organizaciones de derechos humanos, el abandono sufrido cuando, por falta de medios, se relegó su atención, al punto de no llevarles ni al hospital. Sobre todo en Madrid, la comunidad que con más decisión había elegido la economía sobre la salud.
Cada prórroga en el estado de alarma en España es un parto con fórceps para el Gobierno. En una de las sesiones se llega a mencionar Paracuellos, ETA, la homosexualidad. Los insultos en el Congreso nos tienen sobrecogidos. ¿Cómo se atreven en un momento así? Cada vez es más claro que los ciudadanos estamos soportando varias pandemias al mismo tiempo. Ese clima añade dolor a la ciudadanía atribulada.
El 21 de junio, cuando termina el estado de alarma en España, la incidencia es de 8 contagios cada 100.000 habitantes y se produce un sola víctima mortal ese día. Se inicia ahí una segunda etapa de la pandemia, con excesiva relajación en demasiados casos. Es como empezar otra vez. Hay que “salvar el verano”, y aun así es el peor en décadas para el turismo. En España —que vive de él— y en el mundo. Yo sigo escribiendo al detalle.
Y viene la segunda ola. Y por salvar las otras fiestas del consumo, incluida la intocable Navidad, llega la tercera ola. En este 14 de marzo de 2021 los contagios se acercan a los 120 millones y han muerto oficialmente más de 2.500.000 personas en el mundo. 192 países sufren el covid-19, prácticamente todos. La cuarta ola puede darse por hecha si no se ata en corto la Semana Santa y no se aceleran las vacunaciones.
Porque ya hay vacunas. En tiempo récord. La ciencia ha hecho un esfuerzo sin precedentes. La investigación es la gran ventana al futuro. Aunque se estén dando los inconvenientes propios del sistema, existen y terminarán por ir llegando.
Trump es derrotado en las urnas y se va tras un lamentable asalto al Capitolio de sus partidarios. Sus colegas vuelven a salvarle de un segundo impeachment por su responsabilidad en los hechos. El fascismo crece en numerosos países obnubilando mentes que no quieren entender lo que ocurre y no prevén el futuro racionalmente. La pobreza y la desigualdad aumentan. No sin esperanza: se dibujan cambios notables en la actividad productiva que la lógica marcaría escuchar para salir del bache. Pero sigue habiendo demasiado ruido.
Tras todo el relato, invito a la reflexión de lo ocurrido en todas las pandemias. A atender a los factores que influyen en unos sentido o en otros. A no perder el objetivo del bien común. Es el capítulo en el que más busco las grandes y pequeñas ideas de apoyo en la tarea que otros han ido diciendo también. Cómo nos fuimos acompañando en distancias que se hacían cercanía. Por ejemplo la del periodista británico de The Guardian Jonathan Freedland: “La pandemia se ha llevado demasiadas vidas, pero también nos recuerda para qué sirve la vida”. Cuantos más años se cumplen, más claro se tiene para qué.