Karina Sainz Borgo: "A mí no me va a censurar el régimen de Venezuela, me van a censurar el aislamiento y la pobreza"
La periodista venezolana publica su primera novela, 'La hija de la española', contextualizada en el país latinoamericano.
En Venezuela, "todo se desborda: la suciedad, el miedo, la pólvora, la muerte y el hambre". Así lo cuenta La hija de la española, el primer libro de la escritora venezolana Karina Sainz Borgo. De hecho, es el hambre el que ha desatado "la larga lista de odios y de miedos" en el país, y el que ha hecho que la gente se descubra "deseando el mal al inocente y al verdugo", resalta Adelaida, la protagonista.
La periodista Karina Sainz Borgo nació en Caracas en 1982 y abandonó su país con 24 años, en 2006 (cuando aún vivía Hugo Chávez), para venir a España, cuando "la situación en Venezuela se hizo insostenible". Su padre y sus abuelos eran españoles y ella tiene doble nacionalidad. Para entonces ya había ejercido el periodismo en Venezuela.
A pesar de las historias de desarraigo que se cuentan en La hija de la española, el libro no deja de ser una novela de vocación literaria, una narración sobre la demolición. Entre sus 200 páginas no se lee el nombre de ningún líder político: su única aspiración es literaria.
Eso tampoco impide que la venezolana hable de lo que ocurre en su país natal y de lo que espera de España. Aunque insiste: esta no es una novela política, es una tragedia en todos los sentidos. Eso sí, puede ayudar a entender el drama de una sociedad "que no cabe en una campaña electoral".
La hija de la española es una novela que se desarrolla en Venezuela. ¿Qué pesaba más cuando te pusiste a escribir? ¿Crear una historia o denunciar la situación de un país?
Esto no es una novela de denuncia política. No es reivindicativa. Aspira a provocar la misma sensación que a mí me producen libros como Esperando a los bárbaros de Coetzee. Lo leí muy joven y me emocionó. Quería hacer una buena novela y sentía que ya tenía madurez para abordar este tema que me atraviesa, el desarraigo, estar lejos. Lo más pesado aquí es la culpa del superviviente. El superviviente tiene que sobreponerse a la violencia y a lo que le acosa y después se puede transformar. Si [la novela] es política es porque plantea una reflexión de fondo: qué pasa con el individuo en sociedades totalitarias. Algo muy grande se impone y termina desdibujándote. Si yo hubiese querido hacer una novela política habría escrito un reportaje o un libro de crónicas. La literatura te permite abordar temas complejos. Siempre he visto como algo valioso al autor que plantea obsesiones.
Mencionas que el hambre desata el odio y el miedo. ¿Es el hambre lo que inicia esa transformación?
El hambre es la precariedad más evidente. Es la circunstancia que enloquece, desata el instinto, hace saltar los resortes de la supervivencia. Cuando se utiliza algo tan básico como la alimentación como un arma contra alguien estás tocando una fibra, estás apretando el instinto. Está el hambre física, pero también hay una serie de necesidades que no están cubiertas. Alrededor del personaje principal todo está sucio, tiene miedo, no puede salir, le quitan la casa, tiene miedo de que su madre esté a merced de los vivos... El hambre resume muy bien todo esto, es real, eso está pasando y quería hacer con eso algo valioso.
¿Se utiliza el hambre como propaganda política?
Esto sería homologable a cualquier proceso totalitario. Con las antiguas repúblicas soviéticas te das cuenta de cómo funciona un sistema que uniforma, que dice 'aquí todos tenemos que tener lo mismo'. Pero normalmente lo que hace es empeorar la calidad de vida de aquellos a quienes quería redimir. El régimen soviético es muy claro con eso, pero los populismos también empobrecen y se utiliza como arma política. Hay una sensación entre todas las personas que han vivido en regímenes de este tipo de que se apagan, te obligan a lidiar con cómo alimentarte, se te olvidan cosas de elaboraciones más complejas porque tú quieres pan. Eso funciona. Toda la efervescencia... En otros países en los que se ha vendido la novela se ha leído en clave de la experiencia de devastación, que es lo que les resulta universal.
Y la falta de alimento, como cuentas en esta historia, también sirve para enfrentar a la gente.
El papel del hambre en esta novela es una fuerza que se desata, porque ningún personaje puede decidir sobre eso. Nadie puede controlar esa sensación de infierno. Adelaida se alimenta con sus recuerdos, busca resistir en un mundo que se está cayendo a trozos. Todos los momentos de luz del libro dentro de este horror son los recuerdos. Yo nací en un lugar en el que hasta las flores depredan, y eso te condiciona al momento de mirar y contar.
¿Te refieres a la inseguridad o a la muerte?
Me refiero a que hasta lo bello es peligroso, porque en el entorno todo es exagerado. El paisaje o la relación que hay con la muerte. Esta última es una relación extraña, entre festiva y al mismo tiempo macabra, como si hubiese una pulsión vital muy fuerte pero que chirría con un entorno tan violento. Hay una violencia manifiesta, pero también del lenguaje.
Una de las escenas más impactantes, de hecho, habla de esa relación con la muerte, de una niña que baila sobre un ataúd. ¿Es una escena real?
Eso existe. Además es una costumbre que se hace en Centroamérica también. Las sociedades violentas desarrollan mecanismos extraños para relacionarse con la muerte porque tienen algo a mitad de camino entre el poder (yo mato, yo tengo el poder) y la víctima. Hay momentos en que las sociedades enloquecen y pierden la perspectiva de la propia tragedia. La novela se ceba mucho con lo desagradable, lo feo, lo que hace daño.
El fuerte vínculo con las madres en una sociedad como la venezolana, en la que abundan las madres solteras, es otra de las lecturas de La hija de la española.
No es una reivindicación feminista, es que así es. La sociedad venezolana es muy matriocéntrica y evidentemente muy machista, pero las mujeres de las clases más populares sostienen el peso de la casa. La mujer es un elemento muy importante. De hecho, hay una diosa popular, María Lionza, cuya figura aparece desnuda con un hueso pélvico en la mano. Representa el poder de lo femenino como voracidad y como protección. Los hombres suelen ser fantasmagorías, el padre que no está.
Es tu primera novela y está contextualizada en Venezuela. ¿Estás preparada para escuchar 'una persona más que viene a hablarnos de Venezuela'?
Afortunada o desafortunadamente, cuando escribes un libro no puedes controlar cómo va a ser leído. Lo que pienso es que hay unas circunstancias de actualidad que acompañan a este libro, pero quiero que sea leído en clave de tragedia.
Aunque escuchemos hablar de este tema constantemente, ¿lo vemos con mucha distancia?
Puedo comprender que así sea. Por mucho que tengamos empatía con lo que está ocurriendo en Oriente Medio, no lo podemos llegar a comprender. Lo curioso con el caso español es que Venezuela sí es un lugar cercano, porque hay muchos españoles allí. La novela cuenta una cosa que no se ha contado todavía: todo el que haya tenido que emigrar y que haya pasado por la tragedia de no poder volver al sitio del que salió creo que podría encontrar en La hija de la española un espejo y en buena medida el drama del personaje, que está en un país donde todo el mundo es mestizo y no tiene ningún pasaporte para poder salir. Es una cuestión que te plantea problemas de identidad severos. En la novela también se habla de los muchos chilenos y argentinos que se tuvieron que mover por Latinoamérica en las dictaduras de los 80. Influyó mucho.
¿Qué echas en falta? ¿Cómo puede hacer España por ayudar a Venezuela?
(Respira profundo y guarda silencio). Voy a hablar desde un punto de vista humano. Creo que no está mal ponerse en el pellejo de otros. A España le pasó, atravesó un largo proceso muy complejo: una guerra y una postguerra, y fue complicado su camino hasta florecer. Yo solo aspiraría a que la gente viera que la épica revolucionaria ya se contó y no conocemos la historia de las víctimas. Una persona que no come es una víctima, una persona que tiene miedo es una víctima, una persona que se tiene que marchar de su país andando es una víctima... yo solo pediría empatía.
¿Sientes que se ha utilizado políticamente?
Se ha utilizado como arma arrojadiza. La campaña electoral española tiene otras claves, otras coordenadas, donde el tema venezolano ha sido utilizado como un artefacto de agresión electoral y resulta que detrás del nombre de Venezuela hay millones de personas que no tienen opción de elegir, no pueden ni votar. Hablamos de un proyecto político que después de veinte años en el poder está demostrado que no supo: no quiso o decidió que lo mejor era apostar por la demolición en lugar de por la construcción. Esto es una tragedia, separa familias y no porque tengan opiniones distintas, sino porque tienen que emigrar. El drama de una sociedad no cabe en una campaña electoral.
Pero también es cierto que hablamos mucho de Venezuela y poco, por ejemplo, de Nicaragua y del gobierno de Daniel Ortega.
Esto no es confeti. No es 'a ver cuántos muertos tienes tú y qué muertos son más importantes'. Toda vida, toda tragedia, es importante. Evidentemente en Nicaragua también están viviendo un proceso fortísimo de descomposición y de violencia, no creo que esto sea una pole position de dictadores. ¿Que tan desesperado tienes que estar para irte andando? Amañar esos debates tiene una intención ideológica. Secundar dictadores no me parece un signo muy democrático. Estar en desacuerdo me parece saludable. Hay sitios en los que no puedes estar en desacuerdo porque eso se paga caro.
Mencionabas en una entrevista que has visto la implantación de la muerte como un acontecimiento rutinario...
Yo crecí en una sociedad muy violenta. Donde la vida tiene tan poco valor que puedes morir para que te quiten algo tan elemental como unos zapatos. Eso era unas cosas que más me llamaba la atención con 10 años. Una sociedad cuya relación con lo importante, con la vida, con el ser humano, está intervenida por hacer daño, por violentar. El problema es que la violencia se fue transformando en un elemento político. Eso te genera una sensación de que estás en medio de una guerra en la que no hay tanques, no hay misiles, pero estás en una guerra de supervivencia. Para mí la muerte es una cosa muy natural y es uno de los temas que más me obsesionan. Cómo la muerte puede presidir una sociedad, cómo la puede configurar. Como dice la novela, "más que funerarias, la ciudad tenía hornos porque la gente entraba y salía como panes de ellos" o "no vivía en un país, sino en una picadora de carne". La vida vale poco, no hay cifras oficiales.
¿Vas a estar censurada en Venezuela?
La censura es que no pueden comprar el libro. La verdadera censura es la pobreza. Es que este libro debe costar el equivalente a seis o siete veces el sueldo de un profesor universitario. A mí no me va a censurar el régimen, me va a censurar el aislamiento y la pobreza. Y eso me duele muchísimo, me hace daño.
Pero no saldrá a la venta allí...
Hasta donde yo sé, no va a estar a la venta en Venezuela porque la industria está desmantelada. La última vez que fui estaban desmantelando los fondos editoriales. Era más barato un libro que un café. No hay una red de distribución, no pueden importar libros. Si no pueden importar alimentos, imagínate... la lectura también alimenta y la desnutrición moral y física está siendo realmente profunda y convendría ponerse en el pellejo. No quiero que este libro sea una soflama política, quiero que sea una tragedia universal, que duela para que se comprenda mejor.
Y leer te hace más libre.
Y desconfiado y escéptico. Y eso es saludable. Cuando hay un proceso que arrasa todo es transversal. No quiero que veas otra cosa, quiero que te encierres y te aísles. Estas cosas ya han pasado, lo que no entiendo es por qué se olvida. En España deberían tener muy presente que para publicar y editar había que pasar por la censura hace cuarenta años, no hace tanto. Hay que valorar los esfuerzos de una sociedad por el progreso, por la igualdad. Hay una saliva ciudadana como de hormiga que emponzoña las cosas y ablanda y propicia su demolición. Eso se ve y es homologable a los nuevos populismos extraños, tipo Trump, que quiere que pienses de manera binaria: si estoy en contra de esto estoy a favor de esto. Parece mentira que estemos declinando nuestro derecho a la complejidad en el mundo contemporáneo después de dos guerras mundiales. ¿Por qué de manera voluntaria estamos rechazando ese derecho a ser complejos? Y ser complejos no creo que signifique ser relativos o elusivos.
¿Cómo ves el futuro de Venezuela?
(Un silencio mucho más largo que el primero). Quiero pensar que el proceso que podemos iniciar hacia una transición democrática prosperará, pero lo hará con mucha lentitud. Va a ser un proceso complejo, doloroso y muy duro porque hay mucha gente que lleva muchos años perdiendo. Y es difícil resistir y tener una vocación de no dejar los brazos caídos, de pedir lo imposible, y la gente lo está intentando. Quiero pensar que eso va a ser posible. Gestionar esa paciencia y esa frustración no es sencillo. Sobre todo si tienes familia. 'Mis muertos están enterrados en una tierra que me ata y que me está comiendo'. Es el dilema del individuo y lo colectivo.