Kafka: “La gente que no haya holgazaneado hasta los 25 años es muy digna de compasión”

Kafka: “La gente que no haya holgazaneado hasta los 25 años es muy digna de compasión”

Firma de Franz Kafka.

Presentación WMagazín

"Una carta es como el carnero manso que sirve de guía a otros veinte corderos epistolares". Se publican en español 145 cartas inéditas de Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, 1924). Forman parte del volumen Franz Kafka. Cartas 1900-1914 (Galaxia Gutenberg) con 778 misivas. El libro reúne cartas de Kafka a sus familiares, amigos y editores, además de las ya conocidas a sus "novias" o amantes. Incluye unas quinientas cartas a Felice Bauer (su primera novia), a Grete Bloch (amiga de Felice) y a los editores Max Brod, Ernst Rowolth y Kurt Wolff. Por primera vez las cartas se ordenan cronológicamente, sucediéndose los destinatarios según la fecha en la que fueron escritas. Una edición que permite otra aproximación a la vida personal y creativa y como la una influye y se refleja. Se aprecia la evolución de Kafka y los diferentes aspectos que revelan de su personalidad según a quién se dirija.

La edición corre a cargo de Jordi LLovet sobre la base insuperada de la editorial alemana S. Fischer. Todas las cartas se publican en nueva traducción de Adan Kovacsics. La edición incluye un amplio aparato de notas que permite adentrarse en los entresijos de las referencias empleadas por Kafka y en los detalles de su vida.

WMagazín publica dos cartas en exclusiva: una a su amigo Oskar Pollak en 1902 y a Hedwig Weiler, su romance de otoño de 1907. La priemra la escribe con 19 años, en 1903, y se aprecia la soltura de sus pensamientos, la confianza de hablar, ironizar, criticar, despotricar, expresar sus dudas y chistes sobre Goethe, sus intenciones literarias y el humor. Es casi un relato donde como él mismo escribe muestra su "postura sobre la vida". En la segunda carta, a Hedwig Weiler, el escritor la escribe con 25 años. Se muestra más recatado y galante, claro, pero se nota que no es la primera misiva. Hay confianza y claves que solo ellos conocen. Se aprecia, incluso, su sentir en el trabajo y la manera como concibe parte de la literatura.

Con ustedes, Franz Kafka en privado:

A Oskar Pollak, Praga (?)

Praga, domingo 24 de agosto de 1902 o antes

[Incompleta]

Estaba sentado a mi hermoso escritorio. No lo conoces. Cómo ibas a conocerlo. Resulta que es un escritorio de convicciones profundamente burguesas cuyo cometido es educar. Tiene dos terroríficas puntas de madera allí donde pone las rodillas el escribiente. Y ahora presta atención. Cuando uno se sienta con tranquilidad y cautela y escribe algo profundamente burgués, se halla a gusto. Pero ay si se agita y el cuerpo le tiembla un poco, porque las puntas se le clavan indefectiblemente en las rodillas, y cómo duelen. Podría enseñarte los moratones. ¿Qué significa eso entonces?: "No escribas nada agitado ni dejes que tu cuerpo tiemble mientras tanto".

Estaba, pues, sentado a mi hermoso escritorio, escribiéndote la segunda carta. Sabes que una carta es como el carnero manso que sirve de guía a otros veinte corderos epistolares.

¡Uy, la puerta se ha abierto de súbito! ¿Quién ha entrado sin llamar? Un patrón descortés. Oh, es un huésped muy querido. Tu postal. Resulta peculiar esta primera postal que recibo aquí. La he leído innumerables veces, hasta sabérmela de memoria, y sólo cuando he empezado a extraer más de lo que realmente ponía llegó la hora de dejarlo y de romper mi carta. Zis, zas, ha hecho, y ahí se ha quedado, muerta.

Sí, he leído en la carta algo prolijamente expuesto, pero que no era nada bonito de leer: que recorres el país con el maligno y maldito crítico en el cuerpo, y eso no debe hacerse nunca.

Falso y equivocado de medio a medio me parece lo que escribes sobre el Museo Nacional Goethe. Entraste con fantasías e ideas de escuela y enseguida te dedicaste a ponerle peros al nombre. El nombre de "museo" es bueno, por supuesto, pero lo de "nacional" me parece aún mejor; no una cosa de mal gusto ni una profanación ni nada por el estilo, como tú dices, sino un toque de fina, finísima ironía. Lo que escribes sobre el cuarto de trabajo, que consideras el sanctasanctórum, vuelve a ser mera fantasía, una idea de escuela y un poco de filología germánica, que el diablo se la lleve.

Qué demonios, era sumamente fácil mantener el cuarto de trabajo en orden y arreglarlo luego y convertirlo en "museo" para la "nación". Cualquier carpintero o tapicero –si era hombre de bien y capaz de apreciar hasta el sacabotas de Goethe– podía hacerlo y merecía todo el elogio.

¿Sabes cuál sería el verdadero sanctasanctórum, lo más sagrado que podríamos poseer como recuerdo de Goethe? Las pisadas de sus recorridos solitarios por el país, eso. Y ahora viene el chiste, buenísimo, al que el buen Dios reacciona llorando con amargura y el infierno con una infernal risa convulsiva –nunca podemos tener el sanctasanctórum de un extraño, sólo el propio–; es un chiste excelente. Ya te lo ofrecí una vez en trocitos diminutos, en los jardines Chotek, pero tú ni lloraste ni te reíste, precisamente porque no eres ni el buen Dios ni el maligno.

En ti sólo vive el crítico maligno (estropicio de Turingia), que es un diablo de baja estofa del que sería preferible desprenderse.

Quiero contarte entonces, para tu provecho y disfrute, la extraña historia de cómo Wieland, que en paz descanse, fue superado en su día por Franz Kafka.

Siempre me perseguía, dondequiera que estuviera, tumbado o de pie. Cuando me hallaba sobre el muro del viñedo y contemplaba el país y a lo mejor miraba o escuchaba algo ameno allá lejos detrás de las montañas, puedes estar seguro de que alguien se alzaba de pronto, de forma bastante ruidosa, tras el muro, decía mu, mu, con tono solemne, y exponía de manera ceremoniosa su acertada opinión de que el hermoso paisaje precisaba decididamente de un tratamiento. Explicaba con prolijidad el proyecto de una minuciosa monografía o de un encantador idilio y, para ser sincero, lo demostraba, además, de modo concluyente. Sólo podía oponerle a mí mismo, lo cual era bastante poco.

No puedes imaginar hasta qué punto me atormenta todo esto ahora. Humor patibulario y aire campestre es todo cuanto te he escrito, y día de luz estridente que se clava en los ojos es lo que te escribo. Mi tío de Madrid (director de una compañía ferroviaria) ha estado aquí, y por él he venido también a Praga. Poco antes de su llegada tuve la peregrina idea, demasiado peregrina por desgracia, de pedirle, no, no de pedirle, sino de preguntarle si podía ayudarme en estas cosas, si podía llevarme a algún sitio donde pudiera, por fin, ponerme manos a la obra. Pues bien, empecé con cautela. Es inútil que te lo explique con detalle. Se puso a hablar con unción, a pesar de ser, por todo lo demás, una persona muy agradable; me consoló, bien, bien. Nada, ¡volvamos la hoja! Callé de inmediato, sin querer, de hecho, y en los dos días que llevo en Praga por su causa no he vuelto a hablarle del asunto, a despecho de que paso todo el tiempo a su lado. Esta noche se marcha. Luego me iré yo, para pasar una semana en Liboch y después otra en Triesch; a continuación volveré a Praga y posteriormente me iré a Munich, a estudiar, sí, a estudiar. ¿Por qué haces esas muecas? Sí, sí, estudiaré. ¿Por qué te escribo todo esto, de hecho? Tal vez sabía que era inútil, ¿para qué tiene uno los pies? ¿Por qué te lo he escrito? Para que conozcas mi postura respecto a la vida, esa que tropieza con las piedras allá fuera, igual que la pobre diligencia que hace traqueteando el trayecto de Liboch a Dauba. Has de tener paciencia y compasión con tu

Franz

Franz Kafka.

A Hedwig Weiler, viena

Praga, después del 9 de octubre de 1907

Querida niña:

Perdóname que no te contestara antes, pero todavía no he aprendido a aprovechar bien las pocas horas de que dispongo, porque enseguida llega, como esta vez, la medianoche. No creas que el buen tiempo te aparte dentro de mí, aunque la pluma sí lo aparta, querida. Pero responderé a todas tus preguntas.

No sé si me trasladarán pronto o lejos, pero difícilmente ocurrirá tal cosa antes de un año; lo más bonito sería que me trasladara incluso de compañía, lo cual no está del todo descartado.

No me quejo tanto del trabajo como de la pereza del pantanoso tiempo. Resulta que el horario del despacho no puede dividirse, y hasta en la última media hora la presión de las ocho horas se percibe igual que en la primera. Muchas veces es como viajar día y noche en tren, cuando uno, al final, ya alarmado, deja de pensar en la labor de la máquina o del maquinista, en el paisaje llano o accidentado, y atribuye todo el efecto única y exclusivamente al reloj, que no suelta en ningún momento, teniéndolo siempre en la palma de la mano.

Estoy aprendiendo italiano, pues es probable que vaya a parar inicialmente a Trieste.

En los primeros días debo de haber tenido, para quien sea sensible a tales cosas, un aspecto muy conmovedor. Y así era, en efecto, pues me sentía degradado; la gente que no haya holgazaneado hasta los veinticinco años, como mínimo, es muy digna de compasión, porque estoy convencido de que uno no se lleva a la tumba el dinero ganado, mas sí el tiempo que ha pasado holgazaneando.

Entro en la oficina a las ocho y salgo a las seis y cuarto. ¿Gente divertida sin más? Toda la gente que tiene una profesión similar es así. El trampolín para su buen humor es el último minuto en el trabajo; por desgracia, no tengo trato con ese tipo de personas.

Erotes se publicará pronto con el título de El camino del enamorado, pero sin mi portada, que ha resultado ser irreproducible.

Es interesante lo que escribes sobre el joven escritor, pero exageras las semejanzas. Yo, de paso y por el momento, sólo intento vestir bien, pero eso lo han conseguido ya muchos hombres en numerosos países de todos los continentes; precisamente ellos se cuidan también las uñas, algunos hasta se las pintan. Si él habla un francés maravilloso, ya establecerá una diferencia considerable respecto a mí, y el hecho de que pueda tener trato contigo supone una diferencia brutal.

He leído el poema, y como me concedes el derecho de juzgarlo, puedo afirmar que hay en él mucho orgullo que, sin embargo, sale a pasear muy solo, por desgracia, creo yo. En general, me parece una muestra de admiración pueril –y, por tanto, simpática– hacia admirables contemporáneos. Voilà. Sin embargo, por exagerado respeto al equilibrio externo que ha de mantener la balanza que tienes en tus queridas manos, te envío una bagatela mala, escrita hace un año quizá, que él deberá juzgar bajo las mismas circunstancias (tú no conoces ningún nombre ni nada, ¿de acuerdo?). Me alegraré mucho cuando se burle de mí con ganas. Luego me devolverás la hoja como yo hago con ésta.

Ahora que he respondido a todo e incluso a más cosas, tocaría el turno de mis derechos. Lo que escribes sobre ti es muy poco claro, y supongo que tú misma lo percibes. ¿Soy yo el culpable de que te atormenten, o te atormentas tú y simplemente no te ayudan? "Un hombre que me resulta muy simpático", "ambos deberían haber hecho concesiones". En esa gran ciudad que es Viena, del todo opaca para mí, sólo tú me eres visible, y ahora parece que no puedo ayudarte. ¿No puedo cerrar entonces la carta mientras dan tristemente la una?

Tuyo,

Franz

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