La realidad de la crisis en Ceuta: jugar con seres humanos por diplomacia
8.000 personas han cruzado la frontera, al menos dos han fallecido. Hay más de 850 niños en centros de protección y otros tanto esperando cruzar a la Península.
Se echan al agua con lo que llevan encima y con la esperanza de llegar ilesos a la playa de Ceuta. Algunos de ellos muy jóvenes. Otros, menores de edad. En alguna ocasión, familias enteras. La crisis política entre España y Marruecos ha dado lugar a una crisis humanitaria sin precedentes en las playas de la ciudad autónoma y las crudas imágenes de los últimos días dejan clara una cosa: será diplomacia, pero los que llegan exhaustos y se tiran en la arena con hipotermias son seres humanos. Los que se esconden en las calles y en parques de Ceuta estos días son seres humanos. Los que duermen en estanterías porque no hay sitio en los centros de protección no son sólo seres humanos: son menores de edad.
Y es que lo vivido estos días en Ceuta tiene causas políticas y son las complejas relaciones entre España y Marruecos por el Sáhara Occidental. “Es un ejemplo más de cómo Marruecos juega permanentemente con sus súbditos y con España, utilizando la migración como medida de presión para sus propios intereses”, explica Estrella Galán, directora del Centro de Ayuda al Refugiado (CEAR). La experta opina que la Unión Europea y España “no pueden ceder a este tipo de estrategias y deben ser conscientes de que las relaciones con países donde no se respetan los Derechos Humanos están abocadas al fracaso”.
La situación en Marruecos no ayuda
Ese “fracaso” del que habla Galán esta vez tiene forma de una oleada de miles de personas cruzando a nado la frontera hasta Ceuta. “Son las consecuencias de una estrategia de externalización de fronteras que venimos denunciando desde hace años”, critica la directora de la ONG, que cree que “se está jugando con la vida de seres humanos y eso no puede permitirse en la Unión Europea”.
Y es que el ingreso en un hospital de Logroño del líder del Frente Polisario, el cierre de fronteras por la pandemia y la situación socioeconómica en Marruecos han sido el caldo de cultivo perfecto para la exitosa estrategia del rey Mohamed VI, que fue quien dio la orden de abrir la valla. “Marruecos lleva más de una década usando la migración para negociar con España”, explica el politólogo y vecino ceutí Mohamed Mustafa, que rechaza “por completo” el término “invasión” usado la extrema derecha. “Las personas no han venido a ocupar un territorio, sino huyendo de ese país”, explica.
Porque si la pandemia ha golpeado duramente en los países desarrollados, aún más en los que continúan en vías de desarrollo: “Había gente que trabajaba entre Ceuta y la ciudad de Castillejos (Marruecos) y, con el cierre de fronteras, se ha quedado sin nada. Al cerrarse ese circuito económico entre los dos territorios, Marruecos salía mal parado y la situación socioeconómica ha empeorado mucho”, explica Mustafa, “por eso quieren salir de esa miseria y emprender proyectos y por eso se resisten a volver”.
Sus palabras coinciden con los testimonios que han captado los últimos días las cámaras de televisión. Jóvenes recién llegados piden no ser devueltos en caliente porque “en Marruecos no hay trabajo ni hay nada”.
Jóvenes, niños y familias enteras
Jóvenes que, en miles de casos, no llegan a la mayoría de edad. Mustafa distingue tres perfiles entre las 8.000 personas que han llegado a España los últimos días. Están los hombres que “irían de los 17 a los ventitantos años” y serían el perfil mayoritario. Después, los menores de edad, que en esta ocasión han sido miles, cientos de ellos sin compañía de un adulto. “Chavales de 4 a 10 años cuyos padres los están buscando porque cruzaron sin permiso”, explica el politólogo.
En tercer lugar, diferencia a familias enteras. Una de las imágenes que se recordarán de esta crisis es la de un guardia civil rescatando a un bebé al que su madre había cargado en la espalda mientras nadaba.
Mustafa no se olvida de otros casos que ha conocido estos días, como aquellos marroquíes que trabajaban en Ceuta (empleadas del hogar, mecánicos...) y que, antes de la pandemia, cruzaban cada día la frontera para ganarse el pan. “Algunos han aprovechado la ocasión para volver a Ceuta, porque se quedaron sin nada”, explica.
¿Y Ceuta el resto del año?
Son historias sobrecogedoras pero no nuevas. El politólogo lamenta que sean estos dramas masivos los que hagan poner el foco de autoridades políticas y medios en Ceuta o Melilla. A sus playas llegan personas casi cada semana. “Lo que interesa de los países es hablar de Relaciones Internacionales, no de Derechos Humanos ni de vidas de seres humanos”, lamenta el politólogo. “El número de víctimas parece dar igual a Marruecos si quiere alcanzar su objetivo”, asevera.
No es la primera vez que pasa: varias personas han muerto intentando cruzar a nado la frontera, pero parecen vidas de segunda. “Hasta el hombre que murió nadando el primer día de esta crisis ha pasado de forma casi irrelevante”, lamenta Mustafa. Otro cadáver apareció en las aguas de El Tarajal este jueves. En el mismo lugar, hace sólo siete años 15 personas murieron ahogadas por la represión de los agentes que patrullaban la zona, que utilizaron material antidisturbios mientras los migrantes permanecían en el agua. El caso ha sido archivado y reabierto hasta tres veces. “Las víctimas siempre pasan a segundo plano y esto es una derrota del ser humano”, advierte Mustafa.
Porque estos días se habla de las relaciones entre Marruecos y España, de la respuesta de Pedro Sánchez y las críticas de la oposición, de Mohamed VI y del Frente Polisario... Y cuando alguien humaniza a las verdaderas víctimas, como la joven Luna Reyes abrazando a un hombre desesperado en la playa, es acosado hasta pasar todos los límites. “Deberíamos sentir bochorno por la situación, seas marroquí o español”, asegura Mustafa.
Las políticas migratorias, a debate
La situación ha sacado a relucir las lagunas de las políticas migratorias y de las relaciones entre los dos países, España y Marruecos. “Un tema que le viene genial a la extrema derecha para polarizar a la población, porque algunos ceutíes y melillenses se sienten abandonados el resto del año por el Gobierno”.
Se ha producido a “un escenario perfecto en el que Marruecos está siendo el mejor director de campaña de Vox”. “Se empieza a usar la retórica de la militarización o la construcción del muro y se escucha a Abascal insinuando que los musulmanes ponen en peligro el territorio español”, opina.
Y en el otro lado están las organizaciones humanitarias, que también cuestionan las políticas migratorias del Gobierno. “Marruecos no estaría en condiciones de hacer esto si nuestras políticas migratorias tuvieran otro enfoque más transversal y más humano”, señala la directora de CEAR.
Desde la organización denuncian que muchas de las devoluciones de los migrantes se han producido “sin apenas garantías” y que, por tanto, “no cumplen con la legalidad ni los estándares internacionales”, señala la portavoz Paloma Favieres. “Son devueltos sin un análisis previo individualizado, sin analizar las vulnerabilidades de cada persona”, lamenta.
Así lo corrobora a EFE el abogado Francisco Solans, experto en extranjería. En el caso de Ceuta y Melilla, la ley de Extranjería cuenta con una disposición adicional de la Ley Mordaza que regula las devoluciones en caliente de inmigrantes, avaladas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y, posteriormente, por el Tribunal Constitucional. La norma fija que “los extranjeros que sean detectados en la línea fronteriza de la demarcación territorial de Ceuta o Melilla mientras intentan superar los elementos de contención fronterizos para cruzar irregularmente la frontera podrán ser rechazados a fin de impedir su entrada ilegal en España”.
Pero, añade el texto, el rechazo se realizará “respetando la normativa internacional de derechos humanos y de protección internacional de la que España es parte”, lo que, según Solans, no está ocurriendo en Ceuta.
Mientras se debate sobre Política y Diplomacia, miles de personas -entre los que hay varios niños- continúan en la ciudad autónoma a la espera de ver si consiguen una oportunidad en Europa o los devuelven otra vez a su país. Allí, en los centros de protección donde intentan hacerles hueco, no se habla de geopolítica y mucho menos de intereses económicos.