Del “esto no está pagado” a “esto no me compensa”, los jóvenes buscan el equilibrio entre salud mental y trabajo
La precariedad se ceba con aquellos que inician su andadura en el mercado laboral.
Alicia tiene 27 años y en toda su vida no ha conseguido que las empresas para las que ha trabajado le hayan pagado más de 800 euros. Ha ido empalmando contratos de prácticas con otros trabajos en los que le pagaban por proyectos. Carolina, otra joven de 28 años, ha ido sobreviviendo a base de contratos temporales: “Yo cogía todo lo que salía. Que sale una cosa de un mes, lo cojo, de dos meses, también”. Con “la suerte”, reconoce, de que justo cuando se le terminaba un contrato, encontraba otro. Hasta ahora. Por eso, como Alicia, sigue buscando trabajo. Pero no es fácil. Actualmente la tasa de paro para los jóvenes de hasta 24 años se sitúa en el 30,7% y para los de hasta 29 años en el 23,6%, según el informe Jóvenes y Mercado de Trabajo.
“Hay muchas ofertas de prácticas. En algunos casos son ofertas de prácticas para trabajar 40 horas a la semana y te pagan entre 500 y 600 euros, algunos incluso 300”, cuenta Alicia. O “empresas que buscan perfiles junior con 3 años de experiencia. Una vez he trabajado 3 años en una misma posición en una empresa no me considero junior”, sostiene. “Y eso me molesta”, añade.
José Ramos, catedrático de Psicología del Trabajo en IDOCAL y colaborador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas explica la importancia que tiene el trabajo en nuestra en vida: “Nos permite conseguir una serie de recursos que nos facilitan la vida o nos permiten hacer planes de futuro”.
Por eso, no poder acceder al mercado laboral afecta a nuestra salud mental y no encontrar trabajo a largo plazo agrava nuestro bienestar psicológico. Algo que reconoce Alicia: “Ver todos los días durante 4 meses que nadie te contesta y todo el mundo te rechaza, pese a que envías el CV, lo cambias, lo actualizas, escribes cartas de presentación para que pueda estar bien, para que puedas de alguna manera ser valorada por la empresa… Cuando ves después de unos meses que todo el mundo te rechaza, no te contesta, la verdad es que es muy, muy difícil”.
Pero no solo la falta de trabajo afecta nuestro bienestar psicológico. Ramos explica que “un trabajo en el que no tenemos aquello que nos gustaría obtener, lo vivimos como una carencia y nos afecta fundamentalmente a través de generar inseguridad, insatisfacción y probablemente y todo esto nos afecta a nuestro bienestar psicológico”. Esa insatisfacción la conoce bien María, de 30 años, que dejó un trabajo fijo y estable hace unos años porque no se sentía “cómoda” con las labores que llevaba a cabo hasta el punto en el que le empezaron a dar ataques de ansiedad. “Lloraba todo el camino hasta el trabajo, no podía dormir por las noches, empezaron las migrañas, fue una tortura”, explica.
Pese a estar viviendo “una tortura”, María tardó “más de un año” en salir de esa empresa. Es lo que Ramos califica como “la trampa del subempleo”, que define, como “dejar de buscar opciones mejores” porque “ya tengo un trabajo –aunque no me guste– que me quita ganas y tiempo” de buscar algo mejor.
La salud mental en el trabajo
A raíz de la pandemia, la salud mental ha pasado a ser un tema de debate público, ya no es algo que se esconda, que no se comparta. Y la pandemia también ha hecho que mucha gente se haya replanteado muchas cuestiones vitales. Entre ellas, las que tienen que ver con el trabajo.
Uno de cada cuatro trabajadores en España, en concreto el 27%, se plantea dejar este año su puesto de trabajo, principalmente por salud mental o por las condiciones económicas de su empleo, según un estudio de Infojobs. Para la directora comunicación y estudios de esta empresa, Mónica Pérez, esto indica “un cambio de tendencia, de mentalidad respecto a qué aspiran los profesionales”. “Ahora la gente está valorando otro tipo de cosas, que un profesional escoja una empresa u otra no solo es un tema de sueldo, sino que está asociado a otro tipo de condiciones”, señala. Y lo explica con un ejemplo: “Antes se decía ‘esto no está pagado’ y ahora se dice ‘esto no me compensa’”.
Valorar más su salud mental que un posible trabajo es lo que hizo Alicia cuando en una entrevista se topó “con una persona borde seca, prepotente y que contestaba con tono arrogante”. “Como es una persona con la que tendría que trabajar codo con codo he dicho que no. No quiero trabajar en un ambiente así, quiero trabajar en un sitio donde no tenga que tener ansiedad continuamente porque alguien me trata mal”, cuenta.
Un empleo digno
El objetivo, entonces, es sencillo: encontrar un empleo digno. Pero, ¿qué requisitos tendría que cumplir para ser considerado como tal? Para Alejandra de la Fuente, escritora de La España precaria (Foca) y creadora de MierdaJobs, un trabajo digno “tendría que ser un empleo con un salario suficiente como para vivir, para que una persona pueda ser independiente, con una desconexión digital y unas facilidades de conciliación”.
Sin embargo, considera que conseguir esto es “muy difícil” por “la cultura que tenemos en España de turnos partidos y horarios rotativos”. “Tener la sensación de que solamente vives para trabajar porque tienes horarios imposibles, que llega el fin de semana y estoy reventada… Eso al final te acaba mermando como ser humano”, lamenta.
Para evitar que el trabajo perjudique nuestra salud mental tanto Ramos como De la Fuente consideran que es importante que las condiciones laborales sean las mejores posibles. Aunque en el caso de que una persona se sienta superada por la situación, Ramos recuerda que “es bueno que afronte esa situación recibiendo ayuda profesional”. Pero recuerda que “eso no nos puede hacer olvidar que la naturaleza del problema trasciende el individuo: está en el propio mercado laboral y que la ley de riesgos laborales dice claramente que el entorno laboral tiene que ser saludable”. “No solo seguro, sino saludable”, remarca.
¿Aceptar un trabajo precario o esperar a que llegue algo mejor?
Cuando una persona joven quiere acceder al mercado laboral, en repetidas ocasiones ve que la oferta no cumple con sus expectativas: salarios bajos (o incluso trabajos sin remunerar), horarios imposibles que impiden la conciliación o contratos temporales que dificultan hacer planes a futuro. Y ahí llega la duda: ¿lo cojo porque es un paso más y por algún sitio hay que empezar o espero a que aparezca algo mejor?
Ante eso, tanto Ramos como De la Fuente opinan que hay que tener en cuenta muchas cuestiones. Ramos destaca dos puntos: el primero es que “la situación laboral en la que uno entra al mercado tiene implicaciones muy serias y muy profundas sobre el futuro laboral. Cuando uno entra en el mercado laboral de manera precaria, la precariedad tiende a arrastrarse”. Una idea que apunta a que quizá es mejor esperar a que aparezca una oportunidad mejor.
Sin embargo, el catedrático reconoce que es muy fácil decir “pues espera a que venga algo mejor” porque depende de muchas cuestiones como el tiempo que se puede esperar y si es económicamente viable.
Por su parte, De la Fuente admite que cogió “trabajos de prácticas muy chungos” en los que trabajaba muchas horas por “100 euros al mes”. Si se encontrara ahora en esta situación, admite que seguramente diría que no a muchos de esos trabajos. “Pero no puedo hablar por los demás”, añade.
¿Y se puede esquivar la precariedad? No hay una fórmula mágica que permita a alguien pasar obtener un buen empleo, pero Ramos insiste en la importancia de tener una buena formación específica para el empleo en cuestión: “En general los jóvenes mejor formados pueden acceder a mejores oportunidades laborales y tienen tasas de ocupación más altas, mejores salarios altos, etc.”
Alicia, sin embargo, reniega de esa afirmación: “Pensaba que después del máster [además de una carrera universitaria y un curso específico] iba a tener mucha más experiencia, un trabajo más estable y que me pagarían más porque llevo muchos años trabajando en el mundo de la comunicación, y al final no”. “Tenía ciertas expectativas que al final no se han concretado y es un poco difícil de aceptar”, lamenta.
Ramos, sin embargo, insiste: “La formación hoy por hoy sigue siendo una de las mejores garantías para reducir la precariedad”.