Jóvenes culpables: ¿Qué harías si te hubiesen robado los 18?
Es un año que perdemos todos, de acuerdo, pero nosotros tenemos el poder y ellos no, nosotros tomamos las decisiones y ellos las asumen. O no.
Escribo mientras escucho a María, una chica de 21 años de Talavera de la Reina, en la tele. Cuenta orgullosa que sale de botellón sin mascarilla porque los jóvenes tienen derecho a divertirse. Se va creciendo y dice: “Yo no me voy a poner la mascarilla en una fiesta y punto. Yo lo que pretendía era defender mis libertades y las libertades de los jóvenes. Siento mucho que los ciudadanos sean unas marionetas de los políticos. ¿Qué pasa? ¿Que el coronavirus se despierta a las once de la noche y se acuesta a las seis de la mañana? Yo voto por la libertad”. Es todo preocupante: la soflama política de extrema derecha que vincula la mascarilla a la falta de libertad, los errores gramaticales y de dicción que va desplegando, la falta de conocimiento y la soberbia, tan propia de los 21. Las televisiones, necesitadas de ruido, han encontrado en esta persona tan irritante un filón para los magazines y la convertirán en tertuliana o la destruirán porque, repito, tiene 21 años y da miedo. Le da todo igual con tal de divertirse. Es el egoísmo en estado puro, aunque ella es “una joven”, no “los jóvenes”.
Vamos al principio. No hay una evidencia científica, pero hemos encontrado culpables para las cifras de contagios: los jóvenes. Ellos se han saltado las normas y hacen botellones sin mascarilla. Ellos han disparado el contagio. Ellos son la generación más preparada pero hacen lo que les sale de los cojones. Ellos no respetan nada. Cuando yo era joven, blablablabla… A veces habría que oírnos desde fuera para ver en qué nos hemos convertido. Siempre el culpable es otro, siempre son ellos, sean quienes sean, pero si encima es más joven que nosotros el encarnizamiento es mayor. Analicemos esto desde varias perspectivas.
Cuando arrancó el punk oficialmente, en 1977, se recurrió a una frase del Ricardo III de Sheakespeare, la celebérrima “el invierno de nuestro descontento”, para narrar la forma en que la juventud británica se revolvió violentamente contra el hastío y las medidas represivas económicas sociales del Gobierno Thatcher. Los Sex Pistols acuñaron una frase que definió el estado de ánimo de la juventud británica: No Future. En aquel mundo gris de gente adulta que aceptaba sin inmutarse el recorte de derechos y libertades, ellos le pusieron alfileres en la nariz a la sacrosanta reina de Inglaterra. Se drogaron, tocaron guitarras que no sabían tocar y plantaron cara al sistema haciéndolo tambalearse. Aquello dejó ídolos como Joe Strummer y mártires como Sid Vicious, pero sobre todo dejó una lección para quien la quiera entender.
Pero aquello era el 77, hoy estamos viendo botellones en medio de una emergencia sanitaria y a gente como María salir a propagar el virus. Como decía Forrest Gump, tonto es el que hace tonterías y, como dice el código penal, delincuente es el que comete delitos. Yo creo que María y los que actúan como ella después de los 18 años son delincuentes y debe caer sobre ellos el peso de la ley. De hecho no es difícil encontrar grupos de jóvenes borrachos en la playa, en los paseos o en pisos de estudiantes no respetando las normas... pero un momento: es exactamente igual de fácil que encontrar adultos borrachos en los restaurantes, las terrazas o sus propios pisos. Hay dos diferencias. La primera es que quien juzga son los adultos, no los jóvenes, por lo tanto el veredicto es unilateral. La segunda es que los jóvenes −ponga usted el límite de edad donde quiera− carecen de muchos de los frenos que nos hemos ido imponiendo de mayores. Eso pasa por el egoísmo de emborracharse sin importar las consecuencias y fomentar el contagio. ¿Y si les da igual todo?
Está claro que no todos son buenos. A los 16 años ya hay auténtica basura andante, asesinos, violadores y mil cosas más, pero en ese punto hemos construido nuestra civilizaciones sobre el hecho de la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos. No siempre son culpables los padres, de hecho imagino que los progenitores de La Manada deben ser buena gente, pero la vida fluye de manera extraña. Hay chicos buenos y otros malos, por supuesto, pero lo que está pasando con esta generación va más allá de esa circunstancia natural y nosotros no somos inocentes, de hecho somos los responsables solidarios con ellos.
Estamos en la posición del adulto que juzga a criajos que se saltan las normas y que se rebotan si les decimos algo y nos contestan mal. Son maleducados, visten mal, llevan pelos horribles, oyen a Rosalía y a Carlos Tangana, no estudian ni trabajan, toman drogas… Vamos cargando sobre ellos todo el espantoso dolor inconsciente de no ser como ellos, de ser viejos y estar más cerca de la muerte. No quiero decir que deseemos eso, me repele Tangana y sus pelos me parecen espantosos, pero en lo demás he sido como ellos y, probablemente, usted también. No planteo que les perdonemos todo, hay una responsabilidad mayor a la que muchos faltan, pero sospecho que los adultos actúan irresponsablemente en idéntica proporción que ellos. Unos por inconsciencia, otros porque no tienen más remedio, ya que si en el trabajo se enteran de que están contagiados los echarán y sus hijos no podrán comer. Poca broma.
Hay algo que debemos pensar antes de juzgarlos: están perdiendo el mejor año de sus vidas. Me da igual si son los 17, 18, 19 o 20, este es el año del viaje de estudios, el primero de la universidad, el del Erasmus, el de la primera novia… No sé cómo fueron esos años para ustedes, para mí fueron los mejores de la vida. Tanto que aún no me he repuesto. Fueron años de viajes, amor, borracheras, punk y velocidad. Todo lo que ellos se están perdiendo, y lo piensan cada día. ¿Tan difícil es entender la frustración en este invierno de su descontento, tan duro es ver que están hasta los cojones y que han interiorizado el No Future? Su música nos parecerá hortera, pero la letra, sea la que sea, grita No Future en el trap, el hip hop o lo que queda del punk. No sé cómo se sienten pero sí sé cómo me sentiría yo, porque me sentí así sin motivos tan tremebundos como que me roben un año de la vida. Es un año que perdemos todos, de acuerdo, pero nosotros tenemos el poder y ellos no, nosotros tomamos las decisiones y ellos las asumen. O no.
Juzgar es muy fácil y hermoso porque nos coloca en un plano moral superior al juzgado. Es tan español pero a la vez, tan humano, que nadie está libre de ese vicio. Sin embargo, esa altura moral no la estamos demostrando, solo hay que ver el comportamiento de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, de Quim Torra o Puigdemont en Cataluña y Waterloo, de Santiago Abascal por donde pase o de tantos y tantos políticos que han convertido la soberanía popular en el circo de los Hermanos Ringling. Ven cómo se están comportando miles de empresarios que obligan a trabajar a sus padres pese a estar con un ERTE, ven cómo sus compañeros son contratados por gente sin escrúpulos que les paga una miseria, ven cómo el calentamiento global es algo que heredan sin tener culpa… Y ven que los malos son ellos mientras nos traen a casa un kebab en una mochila de JustEat por unos céntimos.
Escribo este artículo porque soy un empresario de 48 años con dos hijos, una posición social y deberes con mi comunidad. Si tuviese 18 años tal vez estaría en la calle bebiendo litros de cerveza sin mascarilla y oyendo a los Clash. Bueno, a Tangana. No lo sé, la verdad. No sé cómo actuaría si fuese ellos pero sí sé que el “ellos” no existe, sé que no existen “los jóvenes” porque hay de todo en ese saco al que estamos demonizando alegremente sin pensar qué significa tener su edad, qué significa perder un año y por qué no respetan a sus padres... ¿tal vez porque sus padres no supieron hacerse respetar, quizá no supimos transmitirles el respeto a las normas?.
Cuidado con los juicios, tal vez pasemos de fiscal a acusado.