Jóvenes, catalanes... y desencantados
El apoyo a la independencia cae con fuerza en los últimos dos años en la franja de edad entre los 18 y 34 años.
La ensoñación independentista de Oriol Simò, barcelonés de 23 años, se derrumbó en 2015 al entrar en la Universidad de Barcelona para estudiar Ciencias Políticas.
También la de David Paredes, de 19 años y estudiante de Derecho en la Universidad Pompeu Fabra.
Y la de Ares Cases, politóloga de 29 años.
Los tres encajan en el perfil de esa nueva generación urbanita y bilingüe que, según recoge la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, se está desconectando del ‘procesismo’ catalán.
Cortar el cordón umbilical con el secesionismo fue sencillo para Simò. Ahora vive en Frankfurt (Alemania) para aprender el idioma, pero reconoce sin ambages que hace seis años era seguidor de Artur Mas. En la consulta del 9 de noviembre de 2014 votó independencia (‘sí’ a que Cataluña fuera un estado propio y ‘sí’ a que fuera independiente) en lo que supuso el aperitivo del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. “Mas me caía bien y me creía sus discursos”, reconoce.
Este joven, que ahora milita en Ciudadanos como integrante del grupo LGTBI del partido y del equipo de redes y comunicación, evoca aquella jornada: “Llevé mi senyera independentista, merchandising, pulseras, todo... Mi familia nunca ha sido independentista. Mi familia por parte de madre son todos catalanes, pero no son independentistas. Solo parte de la familia lejana. Y, por parte de padre, son andaluces”, explica.
Todo cambió cuando Simò fue a un pleno en el Ayuntamiento de L’Hospitalet y pasó de la teoría de las clases en la universidad a la práctica, en plena efervescencia secesionista. Le gustó el discurso de Cs, el único a su juicio que habló de “unir a todos los catalanes”, pero también de más cosas que la estelada. “No tenía una ideología definida ni era independentista con el fervor que te puedes encontrar hoy en día por la calle. Las manifestaciones no me gustan. Ni las de mi partido ahora ni las secesionistas cuando era supuestamente independentista”, opina.
Ahora mira más allá de la independencia e intenta salir del bucle secesionista. “He estado defendiendo las políticas públicas en materia LGTBI desde el Parlament. Opino cosas buenas y malas de mi partido. Entiendo la política como algo crítico, tienes que ser crítico con tu partido. Pero yo estoy en Cs básicamente por las políticas públicas”, dice.
Según el último barómetro de opinión de la Generalitat, el apoyo a independencia por grupos de edad arroja que los más jóvenes son los menos convencidos: el 29,5% entre 18 y 24 años y el 34,3% entre los 25 y los 34. “Del mismo modo que pasó en Quebec, que se aburran del soberanismo no quiere decir que abracen con entusiasmo el federalismo. Simplemente se hacen descreídos. Y, como es obvio, así se aleja cualquier posibilidad de declaración unilateral creíble”, opina Ignacio Molina, politólogo de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador principal del Real Instituto Elcano.
Esa incredulidad es la que detecta David Paredes en más jóvenes cada día. “No es ‘dejo de ser independentista’ porque me paso a la otra cosa, es ‘dejo de serlo’ porque estoy harto de todo. Se traduce ‘dejo de ser independentista’ por ‘a partir de ahora detesto todo lo que sea la política’. Y eso tampoco es bueno en la sociedad. Es gente que ya lo ve ajeno y se cansa, que empieza a pensar que no sirve para nada. No porque haya menos independentismo, sino porque hay mucha gente que se está volviendo apolítica”, opina este joven, que también ha transitado desde el apoyo a la causa secesionista —“mamada en casa”—, a ser hasta hace dos años coordinador de jóvenes en Cataluña de Societat Civil Catalana.
“Estaba más bien en la cuerda independentista. Igual desde un poco antes del 9-N. Ya en el 9N decía, y sigo diciendo, que me gustaría que hubiese más autogobierno en algunas cosas. En aquella consulta, que no pude votar por edad, era partidario de pedir el brazo para que dieran la mano. Hubiera votado ‘sí’ a un ser un Estado propio”, dice. El problema es que pronto vio que la vía independentista era “una tomadura de pelo”.
“Veía que no avanzaba y además empezaron a salir todos los casos de corrupción del Gobierno de la época de Pujol… A cada cosa que salía, más incidían en el tema de la independencia y pensaba: están jugando con nosotros… Me empecé a enfadar y lo dejé estar. Me fui al lado contrario, a Societat Civil. Al principio sí que quería la independencia, pero eso duró dos años. Hasta que llegó el 9N. Desde entonces no me he movido mucho, la verdad es que seguiría apostando por un estado federal”, explica Paredes.
¿Pero por qué los jóvenes se están bajando del autobús destino República Catalana? Simò lo relaciona a la precariedad de los jóvenes y a las expectativas truncadas. “Se han empezado a dar cuenta que la tasa de paro que sufrimos es insostenible, casi del 50%, y ya veremos con el coronavirus. Que el independentismo puede que sea sencillo de vender, pero a la hora de la verdad sería proceso económico muy costoso… yo creo que no es una prioridad para los jóvenes y, sobre todo, en las grandes ciudades, donde hay más extranjeros y tienes otro prisma”, razona.
“Todo empezó a raíz de la crisis de 2008, igual vemos que el independentismo vuelve a subir con la del coronavirus. Espero que no, que vuelvan con lo mismo. Empezaron pidiendo dinero y luego ya pidiendo la independencia. Pero la carta ya no es la misma. No volverán a pillar a la gente como la pillaron antes, especialmente a los jóvenes. No va haber ningún proyecto que convenza a nadie porque, claro, antes era: ‘Hostia, vamos a ser un país propio y vamos a cambiar las cosas…’ Eso a la gente apolítica le llamó la atención, pero ya no creo que haya nadie que pueda captar a esa gente”, arguye Paredes.
Al final, la realidad se impone para Simò: “Estamos perdiendo dinero público y tiempo dedicado a algo que nos está desgastando y que no nos está aportando nada. Los jóvenes debemos pensar oye, el proyecto independentista está muy bien, tiene mucho sentimiento, pero tiene poco seny como decimos en catalán, tiene poca lógica”.
Ares Cases aún se sorprende de su pasado independentista cuando era adolescente. “Recuerdo ser independentista desde muy joven, pero no era una elección consciente, sino algo natural. Dejé de sentirme parte de ello en 2014, cuando socialmente empezó a crecer más y a ser el tema estrella en la política catalana. Quizás fue precisamente porque eso sirvió para que viera realmente su cara y significado real”, cuenta esta joven, que mostró su hartazgo en redes en octubre de 2017, cuando Cataluña se dirigía al precipicio de la intervención de la autonomía.
“Si algún día alguien revolviera mi habitación de cuando era pequeña encontraría libretas de todos los tamaños y colores llenas de escritos, de mayor o menor calidad, pero escritos que te hacen crecer y te muestran tu evolución”, dice la politóloga, que lleva fuera de su ciudad desde 2009. Ahora vive en Barcelona. “Si no fuera así, dudo que hubiera escrito ese hilo ni que hablara tan claro. La presión del entorno ha sido clave para que en muchos grupos sociales no se haya podido abordar el tema con un debate sano”, cuenta.
Ares soltó la estelada tras un largo camino. “Evidentemente, no dejas de ser independentista de un día para otro, es un conjunto de situaciones externas y de reflexión interna. Fui consciente de que mensajes que yo había normalizado escuchar como, por ejemplo, ‘somos mejores’, no eran deseables”.
Cases, politóloga por la Universidad Autónoma de Barcelona, se bajó del tren. “Por todo esto y por haber apartado del debate los problemas de la gente que cada día levanta el país, a mi no me encontraréis”, publicó en Twitter. “El impacto que tuvo el hilo que escribí en octubre de 2017 explicando por qué había dejado de apoyar la causa independentista me demostró dos cosas. La primera es que había mucha gente huérfana políticamente que no podía decir en voz alta según qué cuestiones por el miedo al rechazo. Me llegaron muchos mensajes diciendo que se sentían muy reflejados con lo que había escrito. La segunda fue que realmente la disidencia no se estaba gestionando bien. Recibí insultos y acoso que traspasó muchas líneas rojas”, explica.
Una caída transversal del apoyo a la República Catalana
La caída del ‘sí’ es transversal a todos los grupos de edad según el barómetro, pero en algunos es más pronunciada que en otros. La que más se aleja del independentismo es, efectivamente, la gente joven; de izquierdas o centro izquierda; con fuerte arraigo familiar en Cataluña (uno o varios abuelos nacidos en allí y con el catalán como lengua materna o bilingüe); residentes en ciudades de más de 50.000 habitantes; y, algunos de ellos muy formados, incluso votantes de ERC o los comunes.
Fuentes del CEO de la Generalitat, no obstante, explican a este diario que no pueden sostener con los datos que “la voluntad de independencia sea más o menos grande en un grupo de edad o en otro en relación al conjunto de la muestra”, porque los resultados no son estadísticamente significativos en el conjunto de la muestra. Además, aseguran que no han hecho el análisis de por qué hay estas pequeñas fluctuaciones en la opinión de la ciudadanía.
El Govern, preguntado por este diario, rehúsa valorar estos datos justo el día en que previsiblemente, el Tribunal Supremo inhabilitará al presidente Quim Torra de manera definitiva por el caso de los lazos amarillos. Torra tiene el botón de la convocatoria electoral en sus manos y solo lo accionará cuando su partido tenga buenas perspectivas electorales. De momento, el independentismo, que también intenta capitanear Junts está dividido acerca de qué estrategia seguir para colocar algún día una estelada en las instituciones de la Generalitat.
En ERC son partidarios de retomar la mesa de diálogo con Moncloa, pero el expresident Carles Puigdemont, referente para una parte del procesismo se resiste a dejar de confrontar con el Estado. El problema es que la pandemia ha arrasado todo. Por primera vez en años, los catalanes tienen algo más urgente de lo que preocupase y los jóvenes se están dando cuenta.