Jón Gnarr: el comediante que se mofó de todos y llegó a la alcaldía de Reikiavik
El humorista se presentó a las elecciones con un programa que ridiculizaba a la clase política y ganó contra todo pronóstico.
Pocas bromas han llegado tan lejos. ¿Se imaginan a David Broncano, Pepe Rubianes o a Joaquín Reyes llegando a la alcaldía de Madrid? Algo parecido ocurrió en Reikiavik, la capital de Islandia, en 2010. En medio de un descontento generalizado por la quiebra de los tres principales bancos del país, el principal humorista islandés lanzó una campaña a la alcaldía en la que se mofaba de toda la clase política. Y, sin quererlo ni preverlo, ganó las elecciones con el 35% de los votos.
"El plan era hacerlo todo lo máximo ridículo posible", cuenta Jón Gnarr (Reikiavik, 1962) en Barcelona, donde ha acudido a dar una conferencia en el festival Serielizados. "Usábamos fotografías de bancos de imágenes, sin quitar la marca de agua, que se veían totalmente ridículas. ¡Nos lo tomábamos todo de cachondeo!". Bautizaron su formación como el "Partido Mejor" y redactaron un programa electoral que copiaba literalmente fragmentos de las propuestas de sus rivales. Añadieron otras promesas descabelladas como construir un Disneyland al lado del aeropuerto o adquirir un oso polar para el zoo. En una sociedad hastiada de sus gobernantes, la parodia cuajó.
"Mi idea inicial era crear un espectáculo inspirado en el surrealismo. Quería llevar el teatro hasta los noticieros", explica mientras sorbe su café. La broma se le fue de las manos y acabó en la alcaldía de la principal ciudad del país, donde viven la mitad de los 330.000 islandeses. "Los primeros dos años fueron muy duros", reconoce. "No estaba preparado para eso".
Gnarr se ríe de todo, incluso de él mismo. Finaliza sus respuestas con una carcajada contagiosa y no es fácil diferenciar si habla en serio o está bromeando. "El humor puede aportar mucho a la política", sostiene, "ayuda a comunicar, demuestra inteligencia y contribuye a generar empatía".
Siguiendo con su habitual tono surrealista, este cómico ha anunciado este viernes que se presenta como Rival de Ada Colau y Manuel Valls a la Alcaldía de Barcelona: "Es para mí un honor anunciar que tengo la intención de concurrir a las elecciones para ser alcalde de Barcelona en 2019 en nombre del Partido del Bacalao. ¡Por favor voten por mí y obtendrán un bolígrafo gratis!", ha escrito Gnarr en Twitter.
Un pionero del populismo
Famoso en su país gracias a una serie televisiva, Gnarr fue el precursor de la ola populista en la que nos encontramos hoy. "Sí, usé métodos muy populistas. Pero lo que quería realmente era ridiculizarlos", admite. "Me aproveché de mi estatus de celebridad local y prometí cosas inalcanzables, mofándome de lo que hacían el resto de candidatos". Según sostiene, lo suyo era un "populismo positivo" porque no se basaba en atizar el miedo de sus votantes. "Yo nunca dije que si no me votaban pasaría tal o cual cosa, que es lo que hacen los populistas de hoy".
Gnarr también fue pionero en el uso de internet y las redes sociales para divulgar sus mensajes. Mediante vídeos virales en Facebook, consiguió llegar a los jóvenes de su país mientras el resto de candidatos ignoraba lo que sucedía en la red social. "Todos los menores de 40 estaban en Facebook, pero los políticos no", recuerda, "eso supuso una gran ventaja para mi: fue como luchar con una metralleta contra gente que llevaba una espada". Gnarr suelta otra sonora carcajada.
El propio logo de su partido estaba inspirado en el famoso "me gusta" de la red de Mark Zuckerberg. El pulgar hacia arriba, sin embargo, era mucho más grande hasta el punto que parecía un puño sujetando una salchicha. "Mi hijo, que estudiaba diseño, tuvo la idea de alargar el pulgar", recuerda mientras intenta aguantarse la risa. "Vimos que se parecía a un hot dog, era super ridículo. ¡Nos encantó!"
La llegada a la alcaldía de una persona inexperta no fue sencilla. Gnarr explica que todo lo que sabía de política lo había visto en la sitcom británica Sí ministro. "Pensaba que se trataba de sentarse en una silla y que te vinieran asesores a decir lo que tenías que hacer". Nada más llegar al puesto vio que era mucho más complicado: tuvo que articular el presupuesto de la ciudad en medio de una terrible recesión. "¡No tenía ni idea de cómo hacerlo!", grita. Además, sufrió los ataques del "establishment" y de los medios. "Mucha gente, incluso fuera de Islandia, me vio como una amenaza de lo que podía venir".
La política institucional puede ser agridulce y Gnarr sufrió el descontento de sus compañeros activistas. "Todos en el Partido Mejor éramos artistas, músicos, escritores...", comenta. "Mucha gente pensó que íbamos a gobernar para ellos, y no fue así". El humorista acabó su mandato con fuertes crisis nerviosas y renunció a volverse a presentar, a pesar de las encuestas a su favor y de que el conocido lingüista Noam Chomsky dijera que era su alcalde favorito.
La importancia de las series
La trayectoria de Gnarr ha estado marcado siempre por las series televisivas. Se hizo famoso interpretando a un gerente de gasolinera, un déspota comunista, con un aspecto calcado a Lenin, que amargaba la vida a sus dos inútiles trabajadores. Su paso por la alcaldía de la capital islandesa también acabó en televisión y se tradujo en una serie, Borgarstjórinn (El alcalde), cuyo primer capítulo se ha proyectado este viernes en Barcelona.
Su amor por las series se convirtió incluso en una exigencia de Gobierno. Durante las negociaciones para llegar a la alcaldía, advirtió que no pactaría con nadie que no hubiese visto la serie The Wire. Su personaje favorito, igual que explicó Barack Obama, es Omar Little: un pistolero homosexual que roba a los traficantes y que tiene un código ético que solo le permite matar a otros gángsters. "Me encanta Omar porque es un villano pero a la vez es un buen tipo", apunta. "Es una persona que vive al día, es totalmente impredecible y extremadamente guay".
-¿Cómo usted?
-¡Exacto! -Jón Gnarr no puede parar de reír.