Illa se marcha de Sanidad sin haber aprobado medidas contundentes contra el tabaquismo, a pesar de la covid
Para esta pandemia existen dos tipos de reglas, una para la población que no fuma que debe llevar mascarilla en todo momento, y otra para los que fuman.
Camino por una acera de algo más de metro y medio. A unos diez metros se aproxima el enésimo fumador sin mascarilla con el que me he cruzado en poco más de 20 minutos. He tomado la costumbre de mirarles a los ojos cuando pasan a mi lado. Muchos evitan devolver la mirada, ojos al infinito, conscientes de que, yonkis con privilegios, no lo están haciendo bien. Algunos disimulan, camuflan el cigarro encendido entre los dedos, con la punta humeante hacia atrás y, si tienen tiempo, se ponen la mascarilla antes de llegar a tu altura.
Los más osados, fumando sobre el patinete mientras invaden la acera. Observo grupos de empleados en las puertas de supermercados, fumando en grupos, hablando a menos de metro y medio como si no tuviéramos ya 80.000 muertos a nuestras espaldas. En las mesas de algunos bares, a pie de acera, varias personas encienden un cigarro en horario de desayuno, aunque no haya cenicero ni guarden una distancia de seguridad de dos metros, por otro lado indiscutiblemente insuficiente.
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, se despide sin haber integrado las medidas contra el tabaquismo en la lucha contra la Covid19 y sin obligar a los fumadores a llevar mascarilla, a pesar de que la nueva variante británica del SARS-CoV-2, más transmisible y letal, según Boris Johnson, lo hace aún más inexcusable.
Esta última persona que viene hacia mí es la gota que colma el vaso. Entrado en la cincuentena, bozal al cuello. No hace el menor intento de colocarse la mascarilla, ni de apartar el cigarro. Me paro. Me echo a un lado, y entonces, al señor le sobrevienen ganas de estornudar. Uno, dos estornudos al aire, antes el cigarro que cubrirme la boca. Cuando me pasa por el lado, ajeno a su comportamiento incívico y peligroso, exploto y le digo “¡Muy bien! Estornudando sin subirse la mascarilla, y además fumando por la calle”. Todo el país obligado a llevar tapabocas, salvo quienes reportan beneficios a cuatro corporaciones asesinas en medio de una pandemia que reparte neumonías bilaterales a diestro y, sobre todo, siniestro.
Al principio, el hombre no reacciona. Lo hace, pero tarde, algo así como Salvador Illa o Fernando Simón a los que las olas les sorprenden cuando ya se han mojado. Entonces, a lo lejos, me grita abriendo mucho los brazos, con la chulería de quien ha puesto distancia segura de por medio “¿Qué?”. Le repito que lo que hace no está bien. Me marcho. No llega la sangre al río. Él se aleja sin mascarilla y sin perdonar su cigarro.
Al llegar a casa, decido compartir esta historia en el muro de Facebook de Nofumadores.org. La respuesta fue sorprendente, más de 1800 interacciones. Mi indignación, sirvió de catalizador para que cientos de personas se vieran reflejadas y contaran la historia personal de agresiones recibidas por culpa del tabaco.
Paula Figueira comenta que cuando va con su hija de tres años la obligan a apartarse y que a pesar que ella lo hace de forma ostensible, “la mitad no se dan ni cuenta porque no les importa nada”. Lula Mae se queja de la desprotección: “En Madrid ayer me pasó igual. Antes de cruzarme, me salí a andar por la carretera con los coches” También en las entradas y salidas del metro. La mirada desafiante es la que más sufro”. En el muro, las quejas de asmáticos son frecuentes.
La indignación es generalizada, y tiene un motivo muy claro. Para esta pandemia existen dos tipos de reglas, una para la población que no fuma que debe llevar mascarilla en todo momento, y otra para los que fuman que, de entrada, pueden hacerlo a dos metros de distancia en la mayoría de comunidades autónomas, aunque en la realidad ni siquiera respeten esa distancia mínima. Y ese privilegio se les mantiene a pesar de que el papel de los aerosoles en los contagios está cada vez más fundamentado y, también, de otra razón cívica básica; nadie debería estar obligado a tragar a través de la mascarilla el humo nauseabundo de un adicto, un humo que, además puede venir con Covid19. Salvador Illa y el Gobierno son responsables de este abuso.
Otros muchos aprovechan para contar la forma en que los fumadores les agreden en sus vidas diarias. Ana J. cuenta que es asmática, que bajar por las escaleras de su comunidad es “una tortura”, porque sale el humo por debajo de las puertas de las casas de los fumadores. En su propia casa no puede abrir las ventanas para que no se le cuele el humo. Ana está harta del fumador que pasea el cigarro 50 metros, incluso sin darle una calada, mientras el que va detrás se lo traga y luego tira la colilla al suelo -el 99% de las veces la tiran al suelo, todos-, encendida y desde allí sigue echando humo. Siempre sin mascarilla.
María Isabel cuenta que el origen de sus problemas respiratorios se remonta a cuando se fumaba en las oficinas. Y se queja de que ni en su propia casa consigue estar libre de humo. La ley 28/2005 no te protege en tu propia casa y, por tanto, permite al vecino fumador agredirte con su humo ¿Cuándo va a cambiar esto?
El Gobierno es el principal culpable de la increíble mano ancha que existe con el tabaco. La pandemia de Covid19 debería ser el certificado de defunción de los palitos de la muerte, un producto criminal que mata cuando se emplea tal y como dice su fabricante. Recapitulemos: en marzo todo el país cerrado pero los estancos abiertos con la excusa de que vendían sellos y no cigarros. La realidad es que se les consideró un bien esencial. Cuando en verano apretaba la segunda ola Illa dijo que prohibiría fumar en las terrazas, pero lo dejó en dos metros de distancia creando conflictos por todos lados y complicando la vida a los muchos hosteleros que colgaron los carteles de “no se puede fumar en la terraza”.
Del ministro saliente, Salvador Illa, recibimos buenas palabras, pero la realidad es que no adoptó ninguna de las medidas valientes y claras que habrían sido necesarias. Los estancos permanecieron abiertos, considerando que proporcionar nicotina a los drogodependientes era algo esencial. Obligó a toda la población a llevar la mascarilla al salir de casa, salvo a los fumadores a los cuales les bastaba con 2 metros ficticios para seguir agrediendo a los demás con su humo. Fue incapaz de prohibir fumar en las terrazas de hostelería con una orden clara, prescindiendo de metros, alentando el fraude. Y, por supuesto, mientras el Gobierno mantenía falsamente el IVA de las mascarillas al 21%, el precio del tabaco en España se mantuvo estable. No subió la cajetilla a 10 euros, sabiendo que el precio alto tiene un carácter disuasorio, a la vez que evita que los jóvenes se inicien en el tabaquismo. Quien quiera que tome la cartera de Sanidad deberá pensar en proteger a la población y no los beneficios de compañías depredadoras.
El porcentaje de fumadores, en el 33%, se mantiene intacto a pesar de una pandemia que les provoca neumonía bilateral. La sanidad pública asumiendo el coste económico. Me viene a la mente “Un día de furia”, esa película de Michael Douglas en el que un ciudadano harto de tragar lía la mundial. Después de un año ya de SARS-CoV-2 que se contagia por aerosoles, una pandemia en la cual los fumadores tienen una mayor posibilidad de sufrir síntomas graves, el gobierno fue capaz de emitir leyes que me obligan a mí a llevar mascarilla todo el tiempo desde que salgo de mi casa, pero el fumador con el que me cruzo tiene bula. Milán ha prohibido fumar en las calles. Aquí, el Gobierno no ha movido un dedo en meses, dejando la pelota en el tejado de las autonomías.
En el mayor estudio realizado hasta el momento sobre síntomas de Covid19, 2.4 millones de británicos descargaron la app ZOE entre marzo y abril de 2019 para registrar cómo percibían el desarrollo de la enfermedad. En este estudio, son los ciudadanos quienes introducen los datos. Además, los investigadores anotaban las visitas al hospital como señal de una posible gravedad de la enfermedad. Después de procesarlos, los fumadores reportaron sufrir en mayor medida la triada de síntomas clásicos del SARS-CoV-2, tos persistente, fiebre e insuficiencia respiratoria. Y, además, eran un 29 por ciento más propensos a sufrir cinco síntomas o más de la enfermedad y, atentos, un 50 por ciento de tener diez o más síntomas. El agravamiento de la Covid19 por ser fumador es un hecho ¿Por qué el tabaquismo mantiene sus privilegios?