Identidad y mitos (sobre la identidad)
Una de las discusiones más importantes de nuestro tiempo tiene que ver con la cuestión de la identidad. Pero a menudo no se distinguen dos nociones que son muy diferentes. Una noción de identidad tiene tintes objetivos: las personas inevitablemente caen bajo grupos socialmente significativos. Unas son hombres y otras mujeres; unas tienen abundantes recursos económicos y otras no; unas son de piel clara y otras son de piel oscura; unas tienen un cuerpo y una mente que funciona de una determinada manera y otras tienen un cuerpo y/o una mente que funciona de otra forma; unas son cis-heterosexuales, otras son transexuales, otras homosexuales, etc. Y todas las personas pertenecen a distintos grupos socialmente significativos a la vez.
La otra noción de identidad tiene que ver con aquello que una persona cree que la hace lo que es, o al menos, con aquello con lo que se identifica. En esta dimensión hay mucha variedad: las personas se pueden identificar con un grupo de amigos, con una nación, con unos valores, con un grupo de música, con una forma de hacer cine, con ciertos usos y costumbres o formas de ser y relacionarse, con opiniones políticas, con clubes de fútbol o de ajedrez, etc. En estos procesos de identificación, las personas pueden obviar su identidad en el sentido objetivista.
Esto pasa en los procesos "alienadores" en los que, por ejemplo, una persona que pertenece a una clase social desfavorecida se identifica con los valores que típicamente corresponden a la clase social privilegiada. Sin embargo, la identificación no tiene por qué ser alienante, aunque no atienda a las categorías socialmente significativas a las que la persona pertenece. No diría que es alienante que yo, que soy nacido en el País Vasco, me identifique con la cultura húngara.
Creo que hay dos errores que se suelen cometer a la hora de discutir cuestiones de identidad, incluso cuando las dos nociones están bien separadas. El primer tipo de error, que tiene que ver con la primera noción de identidad, es pensar que hay un conflicto entre atender a factores de género, raza, sexualidad, etc. (que se han venido a denominar – problemáticamente- 'identitarios') y atender a factores de clase. La clase llamada "baja" es un grupo que se caracteriza, por ponerlo de la manera más neutra posible, por carecer de oportunidades básicas en la sociedad. Pero ni es un grupo homogéneo ni es el único grupo socialmente significativo que está en esa situación. Desde este punto de vista, las propuestas que sugieren que la "izquierda" tiene que centrarse únicamente en "políticas de clase" parecen inmotivadas.
El segundo tipo de error, asociado a la noción de identidad como identificación, consiste en considerar que todo tipo de identidad tiene una cara hostil, ya que no puede haber identidad sin contraste y, eventualmente, sin enemigo. En filosofía, al menos desde que Hegel, usando un complicado ejemplo que involucra amos y esclavos, pareciera sostener que la subjetividad sólo emerge en la confrontación con un otro, se ha hecho habitual pensar que los procesos de identificación siempre se realizan frente o contra algún otro grupo.
La sociología y la psicología social y evolucionista también tienden a entender que los procesos de identificación se dan en dinámicas, típicamente conflictivas, entre grupos, las llamadas "dinámicas ingroup/outgroup". Sin embargo, este tipo de visión se aleja bastante de nuestra propia experiencia. La mayor parte de los grupos o simplemente cosas con las que nos identificamos no acarrea ningún tipo de comparación. No nos identificamos con nuestra familia, con nuestro grupo de amigos, o con nuestra música favorita por oposición hacia otras familias, otros grupos de amigos u otras músicas. La identidad, en este sentido, no es necesariamente hostil a nada, como aquí cuenta la antropóloga Helga Vierich.
Suele asociarse la eclosión de la relevancia actual de la cuestión de la identidad en ambos sentidos al romanticismo, culpándolo de fijarse excesivamente en las diferencias y en la subjetividad, alejándonos así de la cultura cosmopolita e igualitaria pergeñada por la Ilustración. Quiero terminar poniendo en cuestión también la idea de que, en general, la reacción del romanticismo fue un error del que, de una forma u otra, hay que recuperarse.
Más bien al contrario: quienes apostaron por la particularidad y se fijaron en la diferencia muchas veces mostraron una sensibilidad mucho mayor que los grandes ilustrados. Hume, un gran emancipador y el gran filósofo cabal, llegó a escribir: "Puedo sospechar que los negros, y en general todas las otras especies de hombres, son naturalmente inferiores que los blancos.
Jamás hubo una nación civilizada que no fuera de complexión blanca, ni ningún individuo que fuera eminente en la acción o la especulación". Algo parecido dijo, dos décadas después, Kant, en respuesta a algo que había llegado a sus oídos, a saber, que un africano había dicho una cosa aparentemente inteligente: "este hombre era negro de la cabeza a los pies, prueba fehaciente de que lo que dijera era estúpido".
En general, la actitud de los pensadores ilustrados de aquella época hacia la diversidad humana era racista también en tomar la negritud, y sólo ella, como un hecho a explicar. Fue un romántico anti-ilustrado, Herder, quien hizo ver que no hay mayor necesidad de explicar la piel negra que la piel blanca, y que es un error presuponer que la piel blanca es la piel de la especie humana y la negra una desviación. En la cuestión "racial", desde luego, el defensor de la particularidad y la diversidad, tuvo más tino.
Se trata, sin duda, de otras épocas históricas –justo por eso tiene Herder el mérito que tiene-, pero hay una lección a extraer. Es importante ser sensible y atender a las distintas identidades (en el sentido objetivista), y procurar observar el mundo desde su perspectiva. Hacer tabla rasa de las diferencias puede producir monstruos. Por otra parte, también conduce a errores de juicio y a errores políticos creer que la identidad como identificación implica siempre confrontación, y que por tanto se trata en general de un fenómeno a combatir. Si combates el fenómeno, lo acabas generando, y las identidades entran en dinámicas de confrontación.