Honrarás a tu padre
Un relato de Abraham García para el día del padre.
—No puedo vivir sin verlo, Carmen. Pero tu plan no tiene ni pies ni cabeza, que el niño no es tonto, que se va a coscar a la primera…
—Pues claro que no es tonto; ha salido a mí. Mira, en el barrio nadie sabe nada, y él le cuenta a todo quisqui lo de tu trabajo. Así que, aguantamos el cuento dos años más, y cuando vuelvas a casa él estará orgulloso de su padre. Que la vida sigue, Antonio.
—¿Y qué le vas a decir cuando lo traigas? ¿Que estoy en un hotel?
—Mira, precisamente eso, que vives en un hotel porque tu trabajo es muy importante y tienes que estar muy seguro. A ver, que no es tan difícil. Pasamos el control, entramos en la sala y así podrás verlo durante media hora. Tú, sonríe y dile que estás muy bien y que es todo muy bonito. Ni te imaginas la ilusión que tiene.
—No más que la mía —interrumpe.
—Hasta te está preparando un regalo en secreto y no me deja verlo. Me ha pedido las deportivas que le regalaste, que estaban ya para tirar, y se las ha llevado a su cuarto. Y, por Dios, no se te ocurra llorar, que la cagas. Ya lo hago yo muchas noches.
—A ti te ha trastornado la memez esa del padre y el niño en el campo de concentración, pero esto no es el cine, Carmen.
—A mí, lo único que me trastornó fue el veneno que me entró el día que te conocí, que hay que joderse con la vida que me has dado. Vale, yo me lo busqué, pero el angelito no tiene ninguna culpa. Vamos a fingir que somos felices, y cuanto más dure en su limbo, menos sufrirá.
El autocar se aburre por la recta que atraviesa la llanura sin distracciones.
—¿Falta mucho para llegar, mami?
—Como media hora, cariño. ¿Por qué no te comes el bocadillo y así ya has merendado cuando veamos a papá?
—Lo que no entiendo es por qué tenemos que ir nosotros a verlo; ¿por qué no puede venir a casa como los papás de mis amigos?
—Ya te lo he explicado, Dani. Su trabajo es muy importante y no tiene días de descanso.
Dani asiente sin quitar la vista del folio enrollado que guarda la madre en el bolso.
La mujer de uniforme no ha cerrado del todo la puerta del cuarto al que ha entrado con Carmen. A través de la rendija, la madre observa, mientras la funcionaria la cachea, al niño, que espera en el sórdido pasillo, y percibe en su cara, súbitamente enrojecida, un gesto de desagrado.
Sonriente, la madre sale ajustándose la blusa y colocando las pocas cosas que lleva en su bolso. El niño atisba, aliviado, su enrollada sorpresa.
—¿Por qué te tocaba esa señora, mami?
—Una tontería; se ha puesto a hacerme cosquillas en broma. Aquí tienen un trabajo muy serio y de vez en cuando les gusta reírse un poco. Como a todos.
En la sala de visitas no hay más mobiliario que algunas mesas atornilladas al suelo, bancos corridos sujetos con furia al cemento mal alisado que pisan, y una foto inclinada del Rey.
El padre, alborozado, se levanta del asiento y tiende los brazos impacientes.
Los primeros minutos se gastan en las noticias que el niño quiere darle: que en el equipo le han hecho titular, centrocampista, y que ya ha metido dos goles, aunque al entrenador no le gusta que suba tanto.
—El míster me dice que yo tengo que organizar el ataque, papá.
—Sí señor, como Kross. Tú eres el cerebro del equipo.
—Cariño, que el niño es del Atleti, despierta… También en el cole va disparado, menos en inglés, que se le atraganta.
—Que no me entere yo —se revuelve el padre fingiendo enfado— el inglés es muy importante. Mira, Dani, si yo hubiera sabido inglés, mejor me habría ido en la vida.
—¿Es que este trabajo no es bueno, papi? — balbucea el niño.
—Sí… claro… el mejor… lo que quiero decir es que… si yo hubiera sabido inglés… me habrían nombrado jefe... los jefes siempre hablan en inglés.
—¿Pero en que trabajas, papá? —dispara a puerta.
-Es secreto. Si se supiera antes de tiempo, algún listo nos robaría la idea… por eso tenemos que quedarnos a vivir en este… hotel.
—¿Y aquí se come bien?
—¡Uf! ¡Como en casa de la abuela!
—No empecemos, Antonio —se altera Carmen— que en casa no siempre llamamos a Telepizza.
—¿Y por qué vas de chándal?
—Para… hacer deporte —farfulla, dubitativo, el padre— Aquí hacemos mucho deporte.
—¿Y a qué jugáis?
—¡Carreras de relevos! —interviene Carmen, temerosa del nerviosismo incontrolado de su marido— ¡Relevos como este! —y levanta del bolso abierto el folio enrollado y sujeto con el cordón umbilical de la zapatilla— ¿No se lo ibas a dar a papá? Es un dibujo que te ha hecho…
El niño arranca el cilindro de la mano de su madre.
—¿Puedo verlo?
—No. Luego, papi. Cuando nos vayamos.
—Pero es que os tenéis que ir ya, cariño, que se me acaba el recreo –zanja el padre sin poder reprimir un halo de tristeza que el niño, eso creen, no llega a percibir.
Antonio estrecha a su criatura casi hasta hacerle daño.
Carmen se levanta con resolución para abrazar a su marido. Más que cariño, le entrega gratitud por la bien urdida mentira y, con el niño de la mano, se dirige a la salida.
Bruscamente, Dani se vuelve para entregar a su padre el folio enrollado que ha guardado, con celo e impaciencia, hasta el momento propicio.
Ya a solas, las encorvadas lágrimas de Antonio funden sobre el folio los palotes del “escápate papi” con la mal dibujada lima.