Hernán Cortés y la anatomía del poder
La historia del retratista favorito de políticos, empresarios y juristas
La luz de Cádiz le marcó la manera de ver el mundo desde que nació. Ya desde pequeño pintaba las paredes y a los seis años su madre le regaló su primera paleta. Observaba a sus padres y hermanos mientras veían la televisión y los plasmaba luego en su bloc.
Su madre, mujer de un médico de provincias, no pudo lograr su sueño de ser pintora, pero le traspasó a su hijo el amor por este arte. Hernán Cortés (Cádiz, 1953) es cincuenta años más tarde el gran retratista español. Sus cuadros son pura anatomía del poder y se puede observar una buena parte de su obra en una exposición hasta el 10 de octubre en la Fundación Telefónica en Madrid.
La obra de Cortés es un trozo de la historia de la España de las últimas décadas. Desde principios de los ochenta ha pintado a los personajes más poderosos del país: los reyes Juan Carlos I y Felipe VI, los presidentes José María Aznar y Felipe González, políticos como Javier Solana, Esperanza Aguirre, Rafael Arias Salgado, Luisa Fernanda Rudi, Carlos Solchaga, Alberto Ruiz-Gallardón, Elena Salgado y Ángel Gabilondo, juristas como Francisco Pérez de los Cobos y Pascual Sala, empresarios y banqueros como Isidoro Álvarez, Amancio Ortega, Alicia Koplowitz, Francisco González y Manuel Pizarro...
Sus cuadros cuelgan en el Congreso de los Diputados, el Senado, el Palacio de La Moncloa, el Tribunal Constitucional, varios ministerios, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, el Tribunal Supremo, la Real Academia Española... Las paredes del poder.
"Siempre fui proclive al retrato, hay que servir, te tiene que gustar observar a las personas y trasladarlas a un papel o a un lienzo", confiesa en una conversación con El HuffPost. De joven experimentaba con varios estilos, mientras estudiaba Bellas Artes en Sevilla el primer curso y luego en Madrid. En aquellos años hacía mucho desnudo, le obsesionaba la tradición grecolatina. "Siempre interesado en la figura humana", reitera.
Y relata: "Ya vivía de la pintura y en el año 1981 decidí dibujar a mis amigos. Me di cuenta de que el retrato era lo que estaba buscando, la composición sólidamente individual. Me atrapó inmediatamente. Entro por el placer de retratar, por amor al género". El punto de inflexión en su carrera llegaría en 1984 cuando la Real Academia Española le encargó un cuadro de Dámaso Alonso: "Me vine a Madrid, llegaron más encargos y hasta hoy".
"El pintor de retratos disfruta observando a las personas, cómo se visten y cómo se comportan", reflexiona. Pero sus encargos no son anónimos. "En el fondo se les pinta como a todo el mundo, la obligación es representar al ser humano que se esconde detrás del personaje público", agrega Cortés, que incide en una máxima: "lo ideal es distanciarse, no dejarse llevar por el exceso de prejuicios".
"Que un rey venga a posar a tu estudio impresiona, claro que impresiona, pero los reyes y las personas acostumbradas a ser retratadas son los que más facilitan precisamente la labor, entienden de lo que se trata", comenta no obstante.
Sus retratos, revela, suelen llevarle un año de trabajo. Al principio solía centrarse en los posados, pero entendió que le salían demasiado naturalistas. Quería captar mucho más allá. Por eso, empezó a cambiar el orden de su trabajo y primero se centra en la documentación y en la recopilación de fotografías y vídeos. Luego llega ya el momento de ver a estos peculiares modelos frente a frente.
"La realización del retrato no es tan distinta como en otros momentos de la historia", entiende el pintor, que indica que después de un año viendo a los retratados también ve sus propios cambios, cómo engordan y adelgazan, cómo tienen unos días buenos y otros peores. Captar la vida en un solo cuadro.
Y lleva "muy bien" que sus cuadros se asocien al debate político. Aunque muchos no lo sepan, están hartos de ver su obra en los medios colgada en la Sala Constitucional, donde se exhibe el políptico de los padres de la Constitución (Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca, Gregorio Peces Barba, Manuel Fraga, Jordi Solé Tura y Miquel Roca). "No soñaba mejor suerte para una obra mía, es algo que provoca orgullo, tiene casi diez años ya", apostilla, a la vez que precisa: "Sabía que se iba a ver a través de las televisiones, necesitaba un lenguaje más bien sencillo, con un fondo uniforme, en el que ninguno de los ponentes sobresaliese sobre los otros".
Más trabajosa fue la obra que está colgada en el pasillo del Palacio del Senado, que consta de 34 retratos de personalidades políticas del país con motivo de la conmemoración de los 30 años de las primeras elecciones democráticas. "Fue más lenta la elaboración, incluso la colocación", resalta sobre una conjunto en la que tienen mucha importancia la interconexión y las miradas de los personajes.
La "tendencia" del retratista es no dejarse impresionar por ninguna de las personalidades, repite como dogma. Pero, ¿quién le ha impactado más? Accede a responder ante la insistencia: "Yehudi Menuhin -para la Escuela Superior de Música Reina Sofía-. Fue un placer conocerlo, la mezcla de fuerza interna con un físico aparentemente frágil, fue una combinación muy bella". "También Severo Ochoa era un personaje que tenía una presencia importante. Y Dámaso Alonso, muy querido. Felipe González y su carisma...", desgrana. Rápidamente vuelve a su estilo: "Pero dicho todo esto, la obligación es no dejarse impresionar, hay que observar como un analista".
"A veces me preguntan qué pasa si el modelo me cae mal. Contesto algo que parece una boutade, a mí no me cae mal laguien que haya confiado en mí para retratarlo", se responde el propio Cortés. ¿Se han enfadado muchos? "El retratado necesita tiempo para hacerse a la imagen. No se crea que todo el mundo se queda tan contento. Ja, ja, ja, ja", se ríe sin dar más pistas.
Repasar su obra es una pequeña lección de la historia reciente de España. El pintor lo ha vivido "con expectación y con curiosidad". Él lo ve así: "Lo que le gusta al retratista es representar el gran teatro del mundo, lleno de actores, unos mejores y otros peores". Y tiene claro que "la historia" de nuestro país está en el Museo del Prado. La representación de los poderosos es una "tradición occidental que viene de la noche de los tiempos, nos enseña a ver cómo somos los humanos", agrega.
A lo largo de su vida le han marcado a él una serie de retratos, especialmente dos de Velázquez, el del papa Inocencio y el de Felipe iV. También se extasía con el de María de Médicis, que hizo Rubens y que cuelga precisamente en el Prado. No se quiere olvidar uno actual, el que pintó Graham Sutherland a Lord Goodman en la Tate.
¿Y quién le gustaría que lo retratara a él? "Tampoco podría elegir ahora, lo voy a buscar para la próxima entrevista", zanja entre risas. Como las de aquel niño cegado por la luz de la bahía de Cádiz.