Guerra de ricos
La Superliga plantea sin disimulo un oligopolio, que atenta contra una competición abierta y reduce salvajemente el espíritu deportivo.
Ha estallado en el mundo del fútbol una guerra por el reparto de un inmenso botín: más de 7.000 millones de euros al año. El lanzamiento público de la Superliga europea, un proyecto que de momento componen doce de los equipos más poderosos del continente, no es más que un intento de estos clubes por hacerse con el control de los enormes beneficios que genera el deporte rey y que, a día de hoy, está en manos de la UEFA y la FIFA.
Los que más tienen y más pueden quieren más y los que manejan en la actualidad los asuntos económicos no quieren perder comba en este provechoso negocio. Estamos fundamentalmente en un pulso por el dinero —“Es la pasta, estúpido”, parafraseando aquel recurrente lema de la campaña de Bill Clinton—, un ejemplo más de la avaricia de los que tienen casi de todo y ambicionan más o de quienes se resisten a ceder su productivos privilegios.
Poniendo la codicia de unos y otros en una balanza, esta se inclinaría del lado de los promotores de la nueva competición. No es que el sistema actual sea la panacea, pero al menos irriga parte de sus ganancias al sustento de las competiciones domésticas y de las federaciones más modestas. Si bien escasa, existe cierta redistribución equitativa. Quizá sea solo la calderilla que se mueve en esta mina de oro y diamantes sobre la que se asienta el fútbol. Sin embargo, con esta iniciativa en ciernes, la solidaridad desaparece por completo.
El nuevo proyecto nace para hacer caja y repartir entre sus miembros el lucro producido por su actividad. La brecha de la desigualdad en este deporte, que ya existe y con grandes dimensiones, se hará insoportable e infranqueable. Además, dejará a las competiciones continentales como torneos menores y a las ligas nacionales como campo de entrenamiento, porque donde se jugarán los cuartos es en su invento.
La Superliga se ha presentado a la opinión pública con el aval de 12 clubes (tres de ellos, españoles, Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid), a los que pretenden sumar otros tres, aún por definir. Estos 15 fundadores siempre formarán parte del torneo, que se disputaría entre semana en lugar de participar en la Champions, y se invitarían a cinco equipos más según unos criterios estadísticos no especificados y que irían rotando según los méritos deportivos cosechados.
Los magnates del fútbol harían una versión libre de esas campañas navideñas de sentar a un pobre a tu mesa. No es más que un gesto de supuesta beneficencia y generosidad para ocultar sus verdaderas intenciones. Se plantea sin disimulo un oligopolio, un círculo cerrado y elitista que atenta contra una competición abierta y reduce salvajemente el espíritu deportivo de superación, promoción e igualdad de oportunidades.
Con el acompañamiento de las federaciones nacionales y en línea con la FIFA, la UEFA, que no quiere perder su chollo actual, ha replicado con celeridad y contundencia anunciando medidas de carácter judicial y deportivo contra los promotores de la Superliga y contra los jugadores que se sumen a este torneo. Si se cumple la amenaza, los equipos rebeldes no podrán participar en ninguna competición nacional, europea o mundial y sus futbolistas no podrían ser convocados por sus respectivas selecciones. Se blanden medidas disciplinarias severas para disuadir y reconducir el conflicto a una negociación entre las dos partes, cuya solución solo podría pasar por incrementar los ingresos de este selecto grupo de clubes.
La FIFA llama sin disimulo al diálogo para construir un camino armonizado por el bien general… ¿O es el interés particular de los estamentos que dirigen el fútbol? Ya se conoce el dicho popular de que mejor un mal acuerdo que un buen pleito. Aunque hay voces que sostienen que este nuevo proyecto ya no tiene marcha atrás, quizá nadie esté dispuesto a una batalla sin cuartel a campo abierto.
Esta súbita declaración de guerra ha traspasado las fronteras del deporte para adentrarse en los ámbitos político y diplomático. La Comisión Europea y las autoridades de España, Francia, Reino Unido e Italia, entre otros países, se han posicionado en contra de la Superliga europea por los perjuicios que causaría a este deporte, por el ninguneo a los valores europeos de solidaridad, diversidad e inclusión y por el desprecio al mérito deportivo. Desde la esfera política se anima a la UEFA a adoptar sanciones y actuar contra la rebelión de los clubes ricos. Las instituciones democráticas quieren mantener el statu quo como mal menor.
El balón ha comenzado a rodar. En este partido nos estamos jugando el futuro del fútbol europeo. Posiblemente a partir de ahora nada será igual. Se ha abierto la caja de Pandora. El tiempo dirá si los poderosos han dado rienda suelta a todos los males. De este episodio mitológico también aprendimos que la esperanza es lo último que se pierde. Pues eso.