Gerontocracia en tiempo de COVID-19
Gane quien gane, pierda quien pierda estas elecciones, el próximo presidente se convertirá en el más anciano de la historia de Estados Unidos.
El SPQR de la antigua Roma colocaba sobre el tapete de la política la unión entre el senatus –ancianos– y el populus –pueblo–. Y es que el senatus romano –del latín senex, senectud– era una cámara de mayores y reflexivos. Esta institución llegó a tener en la época republicana hasta novecientos miembros y, a pesar del exceso, se caracterizó por su sensatez, moderación y oratoria.
La verdad es que dar la palabra y las riendas de la política a los mayores no fue un invento romano, nos tenemos que remontar más atrás, ya la política griega asentó sus decisiones en los consejos de ancianos.
La gerousia espartana estaba compuesta por un consejo de veintiocho personas mayores de sesenta años de forma vitalicia. En el caso de la boulé ateniense la edad mínima para poder participar eran los treinta aunque, en la práctica, la edad solía ser mucho mayor.
Vayamos ahora al presente. A las puertas de las elecciones presidenciales estadounidenses parece que la situación se refrenda, la gerontocracia planea sobre el ala oeste de la Casa Blanca. Recordemos que Joe Biden tiene 77 años y Donald Trump 73. La media de los candidatos se encuentra, pues, en los 75 años y traduce la existencia de un estado gerontocrácico.
El término gerontocracia procede del griego gerontos, anciano, y kratos, poder, y podría ser definido como una forma oligárquica de gobierno en la cual los más ancianos mantienen el control.
Gane quien gane, pierda quien pierda estas elecciones, el próximo presidente se convertirá en el más anciano de la historia de Estados Unidos. ¿A quién desbancará en el podio de honor? Curiosamente, al propio Trump, ya que cuando accedió a la Casa Blanca en el año 2016 –a los setenta años– se convirtió en el presidente de más edad.
Esta situación es nueva, antes no era así. Si echamos la mirada atrás, en la primera década del siglo pasado ningún candidato presidencial superó la edad de jubilación. Este techo lo rompió el presidente Eisenhower en su segundo mandato, al cumplir los sesenta y ocho años.
Más adelante, la edad sería rebasada por el carismático Ronald Reagan, que se alzó con la primera victoria presidencial tan sólo un mes antes de penetrar en la octava década de la vida.
La verdad es que año a año, década a década, la edad de los políticos estadounidenses ha ido aumentado. En el año 2017 una tercera parte de los senadores estadounidenses tenían más de setenta años.
Seguramente que más de uno considerará en este punto de la lectura que sólo es cuestión de salud. Parece que tanto Trump como Biden rebosan salud y lozanía, a pesar de que el primero tuvo que ingresar en un hospital hace apenas unas semanas a consecuencia de la COVID-19 y el segundo, allá por la década de los ochenta, sobrevivió a dos aneurismas cerebrales, uno de los cuales llegó a romperse.
Que nadie considere esto como una crítica embravecida y poco piadosa hacia la edad de nuestros políticos, ya que tampoco debemos caer en las redes de la gerontofobia, a las que, por cierto, Aristóteles se aproximó.
En sus obras Política, Retórica y Ética a Nicómaco este filósofo griego responsabilizó a la senectud de cuantos males encarnan los humanos y acuñó un tópico que cobró un enorme predicamento: la vejez es una enfermedad.
Una afirmación que, afortunadamente, fue recusada siglos después por Galeno (129-200 d. de C.), el médico romano consideraba que ambos términos no era sinónimos, a pesar de que el cuerpo de los ancianos no sea perfecto ni robusto y corra el riesgo de sufrir un elevado número de enfermedades.
Volviendo a las elecciones presidenciales, sea quien sea el próximo presidente del país de las barras y las estrellas es un buen momento para recordar una cita latina: Seni debetur veneratio. Al anciano se le debe veneración.