Fuenteovejuna no era un pueblecito idílico y feliz
La Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico —no confundir con La Joven, una compañía interesante en sus propios términos— se atreve por primera vez desde que fuera fundada por Eduardo Vasco hace años con una tragedia, y no es una tragedia cualquiera, sino la más conocida, interpretada, y puesta en escena de las lopescas.
Como hemos indicado en otra entrada de este mismo blog, Fuenteovejuna es una de las obras más complejas de poner escena para un público contemporáneo. Su mensaje, muy maniqueo, presenta la unión entre el pueblo y la monarquía en contra de la alta nobleza, los anteriores señores feudales. La obra original presenta un mundo en blanco y negro, con buenos y malos, y, hasta ahora, todos los adaptadores han seguido esta doctrina: bien enalteciendo el papel del pueblo en la revolución (como en las versiones de La Barraca, y las de la Rusia soviética), bien destacando todavía más la figura de los reyes católicos como restauradores del orden natural. No obstante, la versión de la Joven CNTC prefiere explotar los pocos grises que tiene esta obra para presentar una sociedad que no era utópica antes de los desmanes del comendador y que tampoco lo es tras su muerte. Alberto Conejero, el magnífico autor de La piedra oscura y Javier Hernández Simón, adaptador y director respectivamente, se aseguran de que nadie quede dispuesto como héroe. La figuración de los monarcas presenta a los Reyes Católicos como si de dos espectros se tratara, con una caracterización casi cercana a la de películas de vampiros. El pesquisidor real llega, incluso, a utilizar el manto de Isabel la Católica como instrumento de tortura.
Fuenteovejuna, paradigma de la unión del pueblo, también tiene amplias fisuras. En esta labor de socavamiento que realizan adaptador y director son fundamentales los papeles de Jacinta (Loreto Mauleón), muchacha raptada anteriormente a Laurencia y que es utilizada como desahogo de la tropa, algo parecido a las espingaderas que aparecen obras de Torres Naharro y en Calderón, y el gracioso Mengo, quien aparece representado como una víctima sacrificial desde la primera escena, en la que vemos como el pueblo maltrata a un toro interpretado por el actor que hace de Mengo, Carlos Serrano. Ambos personajes recriminan al resto del pueblo su abandono frente a los desmanes del comendador. Jacinta no se une la revolución puesto que cuando a ella la violaron nadie se acordó de defenderla. Mengo, en un giro argumental muy lejano a las intenciones del original, es asesinado por los esbirros de los Reyes Católicos. Al final resucita en forma de fantasma, o figura alegórica, con la intención de reprochar a sus vecinos la inutilidad de su muerte; "¿y para esto morí yo?", les llega a espetar.
No hay ningún personaje que sufra más mutaciones en las adaptaciones últimas del teatro clásico que el gracioso: en las últimas temporadas hemos tenido desde uno que da miedo como el de El burlador de Sevilla de Darío Facal que vimos hace unos años en el teatro español, a otros que mueren fuera del guion como el presente, a otros que hacen de conciencia social. Me gustaría reivindicar desde aquí la dignidad del papel cómico de los graciosos en las tragedias (y tragicomedias) áureas, El alivio cómico es fundamental dentro de la concepción de la tragedia en nuestro clásico. ¡Si hasta había cachondeo pastoril en obras teológicas!
El trabajo actoral es, en términos generales, correcto. Algún actor perdió el ritmo del verso con mucha facilidad, a Paula Iwasaki, que estuvo muy divertida en su papel de "choni" en La villana de Getafe, le han recortado la mitad del monólogo de Laurencia, uno de los mejores para brillar como actriz en la tragedia clásica española. La decisión es una pena pues se trata de una prometedora actriz.
La escenografía imita la de una plaza de toros del pueblo, aspecto que pudiera haber sido influido por una parecida que se utilizó para El alcalde de Zalamea de Helena Pimeta en la temporada pasada.
Se trata, en resumen, de una versión interesante, que quizá llevaría mejor el nombre de Fuente Ovejuna, no todos a una, una apuesta arriesgada e interesante, que no gustará al público más clásico, pero que seguramente atraiga enormemente al más juvenil y arriesgado: fin último, al fin y al cabo, de LA JOVEN compañía Nacional de Teatro Clásico.
Este post forma parte de los resultados del proyecto TEAMAD (H2015/HUM3366) del Instituto del Teatro de Madrid