Frijoles y dignidad: los migrantes no tienen por qué comer de todo
Les voy a confesar algo: primero muerta que comerme un filete de pescado. Lo odio, siempre lo he hecho y el olor me mata de dolor. Traumas infantiles, falta de costumbre, llámenle como quieran, pero no me gusta nada nada. Llevo 33 años sin comer pescado y hasta el momento no me ha causado ningún problema (aparte de un par de situaciones incomodas, pero nada grave). Mi esposo detesta el cilantro y tengo una amiga que no puede ver una berenjena ni en pintura. ¿Y qué creen? También tengo una amiga que odia los frijoles y a nadie parece molestarle demasiado. Pero claro, ella no es una migrante.
Como en ocasiones anteriores he comentado en este blog (chequen mis posts sobre el terremoto), la comida no solo alimenta el alma sino el cuerpo. Y en esos momentos en donde todo lo demás nos es negado, donde no tenemos casa ni futuro seguro, cuando estamos agotados y agobiados, la comida es muchas veces nuestro único consuelo.Estoy segura de que esa es más o menos la situación de Miriam Celaya, la ahora famosa migrante a la que no le gustan los frijoles y que ahora resulta que tiene que disculparse ante la nación para no ser tachada de malagradecida.
Y ese es el tema del que quiero escribir justo hoy y quiero lanzarle a Miriam una mano solidaria y decirle que la entiendo. A mí los frijoles me gustan, pero hay muchísimas cosas que no me gustan. Y bajo el estrés y la circunstancias en las que se encuentra, entiendo perfectamente su queja, su mal humor y su grito indignado. Los frijoles refritos no son ni el alimento más estético ni el mejor para cuando alguien tiene males estomacales (como el hijo de Miriam) y entiendo perfectamente que si se los dieron de plato fuerte le pareciera un plato indigno.
Nuestra indignación sobre el disgusto de Miriam con los frijoles tan solo refleja una cosa: se nos ha olvidado que los migrantes, los refugiados, los asilados son seres humanos. Son seres humanos que crecieron en culturas particulares, con gustos específicos y que tienen derecho a quejarse sobre la comida que les dan. No, eso no significa que no estén agradecidos por la ayuda que se les da, solo significa que ellos también tienen derecho a no entender la cocina de otros o simplemente a que no les guste. Y que no por ser migrantes tienen que comer lo que sea, o vestir lo que sea o dormir donde puedan.
Migrantes, sobrevivientes de conflictos suelen estar buscando mejores condiciones de vida, condiciones dignas y negarse a comer ciertos alimentos que no consideran ideales o apropiados para su salud o cultura es una de las pocas maneras en las que pueden ejercer su libertad.
En el libro Jews and Their Foodways, Hagit Lavsky narra cómo los judíos sobrevivientes del holocausto se negaban a comer la comida que les daban los soldados británicos y americanos por no considerarla digna. Nadie les dijo mal agradecidos, nadie cuestionó sus preferencias gastronómicas, al contrario, se empezaron a buscar dietas dignas que les permitieran a los sobrevivientes recuperar la salud perdida en los campos de concentración alemanes y, al mismo tiempo, recuperar la dignidad.
Hace un par de días me hice voluntaria para servirle a desayuno a personas que duermen en las calles de Londres durante el invierno. El desayuno se sirve en la sinagoga de mi "colonia" y por lo tanto no hay ni tocino ni salchichas. Varias personas se nos acercaron a preguntar si había tocino, a lo que tuvimos que responder que no, que estaban en una sinagoga y por lo tanto no podía servirse. Nadie se indignó, nadie cuestiono qué tan agradecidos estuvieran.
Es sencillo, dormir en la calle no implica que las papilas gustativas o loshábitos y preferencias alimenticias desaparezcan, querer tocino en la mañana o no querer pan blanco es simplemente parte de la condición humana.
En fin, los quiero invitar a reflexionar sobre lo mal que nos hemos visto al juzgar a Miriam por su desprecio a los frijoles. Ahora sí que el que nunca en su vida haya hecho cara de fuchi ante el plato que le pusieron enfrente que tire la primera piedra. Me parece que lo que se nos olvida es que Miriam es un ser humano exactamente igual que nosotros y en una situación espantosa y tiene derecho, al igual que nosotros, no solo a comer para sobrevivir. Sino a comer para sentirse cuidado, consolado, apreciado y valorado.
Los migrantes no solo tienen derecho a la comida, tienen derecho a la comida buena y digna de acuerdo a sus propias dietas y además también tienen derecho a no querer comer frijoles.
Este post se publicó originalmente en el HuffPost México.