¿Examen para votar?
Últimamente, uno de los temas más recurrentes en los debates políticos que se suceden en los bares es si todas las personas están suficientemente informadas o si disponen de unos conocimientos mínimos a la hora de votar. Tras la victoria de Trump o los resultados del Brexit, mucha gente se ha sumado a la moda de la epistocracia, concepto ya sugerido hace siglos por Platón en La República, y que ahora ha resurgido con fuerza tras el último libro del también filósofo Jason Brennan titulado Against Democracy (Contra la democracia) donde se plantea que el derecho a voto es un poder que hay que ganárselo con conocimiento para no dejar nuestro futuro en manos de políticos irresponsables.
Los detractores a esta corriente ya advierten de las limitaciones de la propuesta de Brennan como, por ejemplo, quién es el encargado de elegir a los votantes que consideran suficientemente informados o de los peligros que supone pasar de un sufragio universal a uno restringido. Si bien es cierto que la epistocracia refleja demasiadas dudas para que sea posible ponerlo en práctica, sí que revela uno de los mayores y principales defectos de todos los sistemas democráticos actuales: el poder de votar no se está tomando en serio.
Si votar es firmar un contrato con un partido político que te representará durante los próximos cuatro años, deberíamos leer con atención toda la letra pequeña del programa electoral para evitar así desengaños a posteriori o poder reclamar todas las promesas incumplidas. Cuanto mayor sea el entendimiento, el análisis global y la posición crítica del representado que firma el contrato, mayor deberá ser el compromiso, profesionalidad y eficacia a la hora de gestionar y resolver los problemas de los votantes del representante. Seamos francos, ¿cuántos votantes se han leído siquiera algunas de las propuestas electorales y las han comparado entre los distintos partidos? ¿Cuántos votantes a ciegas se decantan influidos por estereotipos del partido, apariencia de los candidatos o siguen votando a un mismo partido por tradición familiar?
En una sociedad de fast-information donde reinan las noticas sintéticas y poco contrastadas, estar objetivamente bien informado acerca de temas políticos resulta cada vez más difícil con unos medios de comunicación siempre sesgados y donde se dedica menos tiempo al análisis en profundidad de los hechos. Por tanto, resultaría conveniente proponer alguna herramienta de control a la hora de votar con el objetivo de que el votante sea consciente de qué es lo que está votando, del mismo modo que uno debe ser consciente acerca de las cláusulas de un contrato hipotecario antes de firmarlo.
Este examen podría consistir simplemente en enumerar algunas de las propuestas electorales del partido escogido, incluso con el programa electoral en la mano con el fin de interiorizarlas. De este modo, el test ayudaría a que los votantes tuviesen una vista global del conjunto de promesas electorales, conociesen algunas con las que probablemente discrepen y pudiesen justificar así un poco más su elección.
Además, podría ser fácilmente integrado en un sistema de voto electrónico que pronto o tarde se implementará en nuestro país, e incluso dotarle de más seguridad al sistema ya que funcionaría del mismo modo que un captcha en internet con los que se diferencian humanos de ordenadores. En estos últimos tiempos en los que probablemente se vote más con sentimiento o emoción que con el uso de la razón, deberíamos al menos ser conscientes y leer con atención todas las partes del contrato que firmamos con nuestro representante ya que no podremos despedirlo hasta dentro de cuatro años.