Cuando al pueblo sólo llega el pan: la realidad de la España vaciada
Radiografía de la despoblación en campaña: “No se trata de obligar a la gente a que se quede, pero sí de incentivarla”.
“¿Cómo voy a tener para cobrar con tarjeta, si aquí no llega la cobertura?”, se exclama Ramón, dueño del único bar de Mohernando, ante la duda.
En este pueblo de Guadalajara de menos de 200 habitantes, un pincho de tortilla —de medio kilo, literalmente— cuesta 2,50 euros, pero conseguir los ingredientes para prepararlo sale más caro que en cualquier ciudad. En Mohernando no hay ninguna tienda ni mercado, ni mucho menos supermercado, así que hay que desplazarse al pueblo de al lado, Yunquera de Henares (a 6 kilómetros), o directamente a Guadalajara (a 20) para hacer la compra.
Lo único que se puede comprar en el pueblo es el pan que llega cada día gracias a Mercedes, panadera en Yunquera, que desde hace 3 años acude puntual a su cita de las 11 con las vecinas de Mohernando, a quienes vende “unas 25 barras” diarias.
Mari es una de sus clientas. Aunque no es de Mohernando, se fue a vivir al pueblo por su marido hace “treinta y pico años” y ahí han nacido sus dos hijos. Pese a la falta de servicios, esta ama de casa no cambiaría la tranquilidad del pueblo por nada: “Aquí estoy en la gloria. Para mí no echo nada en falta”.
Pero no todos los vecinos de Mohernando sienten lo mismo. “Aquí vives sin los agobios de la ciudad, sí, pero de ahí a vivir bien… depende de lo que entiendas por eso”, opina uno de los parroquianos de El Arcipreste, el bar de Ramón, acodado en la barra frente a un café con leche.
“Aquí, si no tienes coche, mal, muy mal”, resume Lucía, de 23 años. La joven vive en Alcalá de Henares, pero su padre es de Mohernando y ella se acerca de vez en cuando al pueblo para quedar con sus amigos o echar una mano a su padre. “Es verdad que está el autobús [que los conecta con la ciudad casi cada hora], pero tarda 45 minutos lo que en coche haces en 15”, señala. “Y sí, el panadero viene todos los días y el frutero cada dos semanas, pero de pan no se puede vivir”.
En Mohernando hay plaza de toros, pero no farmacia. Tienen enfermería los lunes y consultorio médico, martes y viernes, igual que botiquín. “Para cualquier urgencia, hay que ir a Yunquera; y ya si la cosa es un poco más grave, a Guadalajara”, cuenta uno de los clientes de Ramón. Y prosigue: “La doctora viene dos veces a la semana; el problema es que no tiene suplente. Cuando está de vacaciones o tiene un problema o guardia, nosotros nos quedamos sin consulta”. Tampoco hay colegio ni instituto. “Los niños van a la escuela al pueblo de al lado y cuando son pequeños tienen el autobús y el comedor gratis, que se lo pone la Diputación, pero a los que van al instituto no se les incluye nada”, comenta Ramón.
Pilar Burillo sabe de lo que hablan los habitantes de Mohernando. Como experta en análisis demográficos, Burillo lleva años investigando el fenómeno de la despoblación en España y tiene claro que “para que la gente vaya a vivir a los pueblos, o simplemente decida no marcharse, tiene que haber un mínimo de condiciones”. “Sanidad, Educación, vivienda, Internet, teléfono móvil, carreteras… con esa base, te puedes plantear irte al pueblo. Pero si no hay pediatras, ¿qué familia se va a ir allí?”, plantea esta investigadora de la Asociación Instituto de Investigación y Desarrollo Rural Serranía Celtibérica.
Dentro de lo que cabe, los habitantes de Mohernando son ′afortunados’ por estar cerca de la capital de provincia y por tener una línea de autobús. “Si te vas 15 kilómetros más al norte, eso no pasa: nosotros tenemos la suerte de que estamos en medio”, señala Américo, un albañil portugués vecino de Mohernando que se ha acercado a El Arcipreste a tomarse una cerveza.
Otro de los servicios que abre a diario es la atención al público del Ayuntamiento, al frente de la cual está Ana. Ella llegó a Mohernando hace 11 años por una subvención de la Unión Europea para promover el retorno de jóvenes a los pueblos. Pero no vive allí, ni se lo planteó “nunca”. Va y viene todos los días desde Guadalajara con su coche.
Efectivamente, las políticas y los fondos para promover el desarrollo rural existen —están el Fondo europeo agrícola de desarrollo rural, el Fondo europeo de desarrollo regional, los Programas de Desarrollo Rural por Comunidades Autónomas—, pero o no son suficientes o no siempre funcionan. Mientras que la provincia de Madrid ha crecido un 73% desde 1975, la de Soria ha perdido más de un 23%, por poner un ejemplo.
Actualmente, más de la mitad del territorio español se considera “desierto demográfico”, es decir, tiene una densidad de población media inferior a 10 habitantes por kilómetro cuadrado. Dicho de otra manera: en el 54% del territorio español sólo vive el 5% de la población. Para Pilar Burillo, la fuente de estas desigualdades se encuentra en la manera en que se está acotando el problema: “La delimitación actual por provincias no sirve para nada, sólo para ocultar la realidad”.
La tesis de Burillo es que, como esta delimitación desvirtúa la realidad demográfica, las ayudas no llegan donde deberían. “Guadalajara es el mejor ejemplo”, explica. “Siendo una de las provincias que más crece, en ella está también el Señorío de Molina, la zona 0 de la despoblación. Es como un huevo frito: en el centro está Molina de Aragón, con sus 3365 habitantes, y luego lo demás es desierto. La zona tiene 1 o 2 habitantes por kilómetro cuadrado”.
Para evitar este falseamiento de datos, Pilar Burillo creó unos mapas que delimitan no por provincias sino por agrupaciones territoriales, diferenciando entre áreas escasamente pobladas (12,5 hab/km2) y muy escasamente pobladas (menos de 8 hab/km2). Lo que muestran estos mapas es demoledor; en España hay dos grandes interregiones que comparten con Laponia la característica de tener una densidad inferior a 8 hab/km2: la Serranía Celtibérica (número 1 en el mapa; donde se sitúa Mohernando) y la Franja con Portugal (2). En España hay, además, otras ocho áreas escasamente pobladas.
“Cuando estaba haciendo los mapicas y vi el resultado, me quedé blanca. No era en absoluto consciente de los desiertos demográficos de España, y eso que me dedico a esto”, reconoce la propia autora. Después de analizarlo mucho, Burillo llegó a la conclusión de que la única forma de revertir la situación es por medio de discriminación positiva. Esto es, con beneficios fiscales, como la aplicación a las empresas de un IVA del 7% y de un impuesto de sociedades del 4%, aparte de descuentos fiscales para quien fije su domicilio familiar en estos territorios.
“La burocracia va en contra del mundo rural”, critica Burillo. “Si te cuesta lo mismo poner tu empresa en Madrid que en un pueblo pequeño, la vas a poner en Madrid”, señala. “Son muchos los factores que impiden que la gente se quede y tampoco se trata de obligarla a que lo haga, pero sí de incentivarla para ello”.
Curiosamente, estas ventajas fiscales se contemplan, desde febrero de 2019, en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Ahora sería el turno del Gobierno español para aplicarlas. De momento, hablan de discriminación positiva los programas electorales de Ciudadanos, Unidas Podemos y Más País para las elecciones generales del 10 de noviembre.
Ciudadanos propone “bajar el IRPF un 60% a todas las personas que vivan en municipios en riesgo de despoblación” y “una tarifa superreducida de 30 euros durante dos años” a mujeres y jóvenes autónomos que abran un negocio en municipios de menos de 5.000 habitantes; Unidas Podemos promete “reducir a la mitad el IBI de las poblaciones con menos de 5.000 habitantes” y crear “un fondo para luchar contra la despoblación en las comarcas más vulnerables, con una dotación inicial de 500 millones anuales del Estado”; Más País plantea “una nueva delimitación de las zonas”, según la cual “se modularán ayudas económicas para nuevos pobladores y pobladoras, durante un tiempo limitado”. Su idea es “atraer población urbana joven altamente cualificada y fijarla en el territorio”, unas 750.000 personas en 10 años.
En cambio, los programas de PP, PSOE y Vox son más ambiguos. El Partido Popular plantea “incentivar fiscalmente el empleo de jóvenes que realicen actividades turísticas en zonas rurales”, sin concretar más. Vox no menciona la despoblación, y sólo promete “proteger la caza” y combatir “la desigualdad digital, de infraestructuras, educativa, cultural y asistencial sanitaria”. El Partido Socialista hace alusión a “la España vaciada” —como Podemos y Más País—, pero no concreta más allá de prometer “inversión en cercanías ferroviarias”, mejora en el transporte, en la atención sanitaria y en la conectividad.
“Pocos partidos siguen las delimitaciones adecuadas”, lamenta Pilar Burillo. La investigadora alaba las referencias de los nuevos partidos a “municipios de menos de 5.000 habitantes”, pero lo considera “poco objetivo”. “Cinco mil habitantes es una cifra muy grande. En la Serranía Celtibérica sólo hay seis municipios de más de 5.000, teniendo en cuenta a las capitales de provincia Teruel, Soria y Cuenca”, ilustra.
Mohernando, con sus 7 habitantes por kilómetro cuadrado, entra dentro de ese “desierto” llamado Serranía Celtibérica. Sus vecinos, que se resisten a que el pueblo se vacíe, desconfían de lo que prometen (o no) los políticos en campaña electoral.
“En los pueblos no piensan nunca”, critica Ramón, el dueño del bar. “Ni con las campañas electorales ni sin ellas. Porque pensar es hacer algo, y aquí no se hace nada. Si dijeras que en campaña hacen cosas para intentar ganar votos, sería cojonudo, pero sólo hablan, con lo cual… no sirve de nada”.
“El tema de la España vacía viene de lejos. Para que no se fuera la gente tendrías que invertir, pero no sólo en este pueblo, en media España. Y el dinero es el que hay. Hay otras prioridades”, afirma Rafael, parroquiano de El Arcipreste. “Oigo a algunos partidos hablar de la España vaciada, pero no oigo a ninguno decir cuál es la solución. Ninguno aporta una solución porque saben que es complicado y que es cuestión de dinero. Además, puedes invertir o poner una industria, pero si luego tampoco hay gente trabajando, no sirve de nada”, comenta. “Pueden prometer lo que quieran, pero la gente se da cuenta de que no sólo depende de traer empresas y fábricas. ¿Qué empresa va a conseguir aquí rentabilidad en un tiempo prudencial? Es complicado”.
Rafael vive en San Fernando de Henares (Madrid), pero se compró una casa de vacaciones en Mohernando, el pueblo de sus padres, cuando se prejubiló. Él ha oído hablar de las ventajas fiscales que proponen algunos partidos contra la despoblación, pero en su opinión tampoco eso es suficiente: “Si a mí me ofrecen beneficios fiscales por venirme pero aun así no tengo médico, mejor me quedo en San Fernando, que tengo la consulta a 5 minutos y el hospital a 10”.
Y no le le parece justo. “Igual que veo complicado lo de las subvenciones a la España vacía, también creo que la gente que vive aquí debería tener los mismos derechos que quien vive en Madrid”, se queja Rafael. “La gente del pueblo también paga sus impuestos”.
Ramón, el dueño del bar, llegó hace sólo un año a Mohernando y, aunque nunca pensó que “aguantaría”, está decidido a quedarse. “No me voy de aquí. Estoy feliz”, asegura. Después de pasar casi toda su vida trabajando como empresario en Madrid, ‘huyó’ al pueblo “cansado de la vida que llevaba, del estrés, de las horas de trabajo”. “Busqué por internet una casa lejos de Madrid, encontré aquí una que me gustaba, y me quedé”, cuenta. “Ahora salgo de mi casa, miro para arriba y veo las estrellas. Eso no lo tienes en ninguna ciudad”.
La idea de montar un bar con su pareja surgió hace cuatro meses y, de momento, les funciona, pese al escepticismo inicial de los vecinos. “Todo el mundo nos decía: ‘Uy, esto es complicado, sólo hay 100 personas viviendo aquí en invierno’. Pero empezamos con la tontería y cada vez tenemos más gente”, celebra.
“Ha sido poner este bar y he visto a gente que vive a 150 metros el uno del otro y no se veía desde hace un año”, asegura Ramón. “Si no hay un sitio donde reunirse, la gente no se ve”, explica. Uno de sus clientes lo corrobora: “Los que van a misa se ven los domingos, pero los que no…”. Y apunta: “Ahora porque Ramón ha puesto el bar, pero hemos estado casi dos años sin poder comprar un paquete de tabaco en el pueblo”.