¿Es la ropa usada el nuevo plástico?
En España se recogieron 110.000 toneladas de residuos textiles en 2019, apenas supera el 10% de lo que se estima que generamos en los hogares.
Antes de leer este artículo, te propongo un pequeño ejercicio: mira en tu armario y separa las prendas de ropa que no te has puesto desde hace 12 meses. O en los últimos años. Antes de ponerme a escribir confieso que he separado cuatro camisetas, un jersey, dos camisas, unos pantalones de pinza, una americana y todas las corbatas. ¿Me las volveré a poner algún día? Excepto la americana, que me conviene tenerla por si acaso, el resto… reconozco que no. ¿Qué hago con lo que me sobra?
Las prendas de ropa, complementos, zapatos y textil de hogar que ya no utilizamos y de los que nos desprendemos son un residuo que se debe gestionar. Pero se ha convertido en un problema global: el consumo de ropa ha crecido de forma acelerada —en los últimos 15 años se ha duplicado el número de prendas vendidas en todo el mundo—, sin embargo su vida útil es cada vez más corta —en 15 años se ha reducido un 20%—. La industria del fast fashion, con precios muy bajos y ropa de poca calidad y durabilidad, ha contribuido a ello y los consumidores no somos conscientes de las consecuencias ambientales que genera este residuo, tanto en su fabricación como en su gestión final.
Vamos con algunos datos demoledores: el 40% de la ropa que tenemos en los armarios no se utiliza en todo un año y se calcula que cada ciudadano desecha entre 20 y 30 kilos de textil anualmente. Según los informes más recientes, en España se recogieron 110.000 toneladas de residuos textiles en 2019. ¿Parece mucho, verdad? Pues apenas representa algo más de un 10% de lo que generamos en nuestros hogares.
De todo lo que no nos ponemos y ya no queremos (pese a que esté en buen estado), solo se recupera selectivamente una décima parte para promover su reutilización o reciclado. El resto se tira en otras fracciones y acaba finalmente en un vertedero.
La recogida selectiva de ropa es todavía el patito feo, pese a que tiene mucho potencial para disfrutar de una segunda vida: el 50% se puede reutilizar y más del 35%, reciclar. Por eso, es importante que la ropa se deposite en un contenedor de ropa —si es que lo encontramos, porque hay muy pocos en la calle en comparación con el resto de fracciones—. Resulta obvio, pero casi el 90% del residuo textil no acaba en el punto de recogida adecuado.
En el Día Mundial del Medio Ambiente, debemos destacar el beneficio ambiental de la recuperación y gestión del residuo textil: evita que miles de toneladas acaben en vertederos y por lo tanto elude la emisión de gases de efecto invernadero. La consecuente prevención del residuo disminuye el consumo de recursos naturales como agua o combustibles fósiles, así como de fertilizantes y pesticidas empleados en la producción de materias primas para la industria textil.
No menos importantes son los beneficios sociales que se derivan de una gestión eficaz: por un lado, la creación de empleo verde; por el otro, la función social que cumplen entidades como Humana, cuyos recursos se destinan a proyectos sociales.
Ante este escenario, queda mucho camino por recorrer. Tanto las administraciones como los diferentes agentes del sector queremos responder a los retos de desarrollo sostenible que plantea. En primer lugar, la nueva ley de residuos, pendiente de aprobarse este mismo año, determina que todos los municipios deberán establecer una recogida separada para el residuo textil antes de 2025 —hoy en día no están obligados a ello—, lo que dará un gran impulso a las cifras de recuperación.
En segundo lugar, es fundamental aumentar el número de contenedores en el espacio público para facilitar las donaciones de la ciudadanía, así como garantizar la transparencia en la trazabilidad en la cadena de valor y visibilizar el destino de la ropa. La existencia de indicadores fiables es clave para la credibilidad del sistema, así como para dar confianza a los ciudadanos.
Sin olvidar que aquellos que pongan los productos textiles en el mercado deberán dentro de tres años asumir los costes y la gestión de residuos que genera su producto, la llamada responsabilidad ampliada del productor (RAP), que ya funciona para otras fracciones, como los envases.
Por cierto, toda la ropa que ya no me pongo la he guardado en una bolsa y la he depositado en un contenedor autorizado. No quiero contribuir a que mis residuos textiles se conviertan en el nuevo plástico.