¿Tiene sentido decir que estamos “en guerra”?
Muchos políticos lo hacen, sea metafóricamente hablando o no, pero quienes han vivido un conflicto 'real' no comparten esta visión.
¿Estamos en guerra? Esta pregunta a priori un tanto simple y absurda tiene bastantes más respuestas de las que cabría esperar. Desde que comenzó la crisis sanitaria del coronavirus, las alusiones bélicas se suceden continuamente en boca de líderes políticos.
Quizás el presidente francés, Emmanuel Macron, fue el más explícito al afirmar que “estamos en guerra” contra el virus, pero también Pedro Sánchez, su homólogo español, habló de recurrir a una “economía de guerra”, y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, comparó esta crisis a la surgida tras la Segunda Guerra Mundial. El lenguaje bélico se cuela a diario hasta en las ruedas de prensa que ofrece el Comité de Gestión Técnica del COVID-19 en España, pero no a todo el mundo convence esta metáfora, o directamente esta definición, de la situación.
“No comparto que estemos en una situación de guerra”, dijo el expresidente de Uruguay Pepe Mujica en una entrevista con Jordi Évole. “La guerra es una cosa que inventaron los humanos, y el virus es un desafío de la biología para recordarnos que no somos tan dueños absolutos del mundo como nos parece”, afirmó el uruguayo en el programa emitido el pasado domingo.
Pero es fácil caer en el lenguaje militar dadas las circunstancias, incluso cuando se habla desde el plano científico. Para José Prieto, catedrático de Microbiología de la Universidad Complutense de Madrid, “no es nada descabellado” hablar de una guerra “contra el enemigo” que, en este caso, es el coronavirus. La metáfora, en su opinión, es perfecta. “El Estado Mayor de esta guerra son la Administración, los comunicadores y los sanitarios, especialmente los epidemiólogos y los preventivistas”, explica.
Los pasos a seguir para frenar esta epidemia serían los mismos movimientos que para ganar un conflicto bélico: conocer al enemigo y el campo de batalla, anticipación, defensa y ataque y, por último, aprovechamiento del éxito, enumera Prieto. “Aunque ahora vamos perdiendo la batalla, al final se ganará la guerra, como siempre. Si no, se habría aniquilado a la población hace mucho tiempo”, afirma. “Y cuando acabe la guerra, lo siguiente será aprovechar el éxito: preparar tratamientos y vacunas, mejorar la salud de la población, que es lo que antes equivaldría a fortificar ciudades y establecer guardias”, ilustra. “Si fortalecemos la prevención, tendremos algo ganado para que la próxima vez la población esté en magníficas condiciones y sea más difícil que el patógeno nos gane la batalla”, asegura. “Pero para aniquilar al adversario, para frenar la epidemia, no vale con erigir una muralla, no vale con un decreto”, opina Prieto. “Eso son disparos para asustar al enemigo”.
Quienes han vivido un conflicto, en cambio, no comparten que se use la palabra “guerra” en esta situación. “Definitivamente, no tiene sentido”, afirma Luis Encinas, asesor de Covid-19 para Médicos Sin Fronteras (MSF) en España. Después de trabajar en emergencias sanitarias en Liberia, Afganistán, Congo, Sierra Leona, Angola, los Balcanes, Líbano y Siria, Encinas puede decir que ninguna de esas situaciones le recuerda a lo que está viendo ahora con MSF en Barcelona, donde se encuentra. “Lo que estamos viviendo aquí es muy preocupante, yo estoy muy asustado —reconoce—, pero cuando sales a la calle no hay un peligro inminente de bombardeo o un conflicto bélico con otro país, no hay falta de acceso a productos básicos”, resume.
Y Julia le da la razón. A su edad, esta madrileña de 95 años “ya cumplidos” ha vivido “la guerra y la posguerra”, y no cree que se le parezcan a lo que vivimos en la actualidad. “Entonces lo pasé muy mal, muy mal, muy mal. He pasado mucha hambre y muchas necesidades, y muchas cosas que ya ni me acuerdo”, cuenta. “Yo creo que esto es algo que nos han mandado y que hay que aceptarlo”, dice.
Julia se levanta todas las mañanas a las seis, se toma un té y pone la televisión “para ver la misa del papa”. Lo único que tiene que hacer ahora es obedecer a María Jesús, una vecina que la ayuda a manejarse, porque Julia vive sola. “María Jesús me tiene prohibido que salga a la puerta de la calle, y ella para mí es como mi hija”, explica la mujer. Esto es lo que más lamenta Julia, no poder salir al mercado y a los recados como hacía antes, pero asegura que no tiene miedo “por la sencilla razón de que la gente me sigue llamando y se siguen preocupando por mí, para traerme la comida y los medicamentos”, cuenta. Hasta el papelero le lleva el periódico los fines de semana y, de momento, mujer tiene el congelador “que va a explotar” con los tuppers que le prepara María Jesús. La situación no tiene nada que ver a lo que vivió de joven.
Luis Encinas está totalmente de acuerdo con esto. “Es cierto que en España llevábamos ochenta años sin un nivel tan elevado de mortalidad, pero no creo que haya que hablar de guerra”, reitera. “Además, puede ser peligroso, porque para las personas que hayan sobrevivido a la guerra puede implicar una carga emocional muy fuerte y crear un mensaje distorsionado que no veo adecuado”. Encinas entiende los paralelismos —“estamos en un estado de alarma, en una situación de emergencia que requiere actuaciones coordinadas muy definidas”— e incluso acepta que se hable de “guerra contra un virus”, pero aclara: “Estamos todos contra él, desde Rusia hasta Estados Unidos, pasando por Venezuela”.
Para él, lo que más se asemeja a esta situación es “una catástrofe natural, porque no es algo que hayamos podido controlar” y porque, cuando pase, “habrá que pararse a pensar qué tipo de sociedad queremos”. Encinas también ve paralelismos sanitarios entre esta epidemia y el brote de ébola en África, con la salvedad de que el ébola “es mucho más mortífero”.
De vuelta al lenguaje político, los expertos en comunicación a los que ha consultado El HuffPost tampoco se ponen de acuerdo en si tiene sentido o no hablar de “guerra” en estas circunstancias. “Usar la terminología castrense o bélica en los discursos políticos encierra un peligro”, advierte David Redoli Morchón, sociólogo y expresidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP), quien sostiene que “del uso repetitivo y masivo del marco mental de la guerra derivan decisiones y acciones bélicas”.
Por un lado, Redoli entiende que los políticos recurran a esta terminología “para evocar escenarios de excepcional dureza”, pero por otro no comparte que “esta lucha sanitaria” sea una guerra. “Utilizar un lenguaje marcial en este desafío sanitario podría tener tres efectos sociales negativos: que se restrinjan libertades y derechos más allá de lo aceptable, que aumente el egoísmo y el individualismo y se imponga algún tipo de ‘sálvese quien pueda’, y que acabemos aceptando un trasvase masivo de recursos públicos al Ejército en vez de a la sanidad o a la educación”, advierte. “El lenguaje construye las realidades sociales, nunca lo olvidemos”.
Ana Salazar, politóloga y directora general de Idus3, no está de acuerdo con Redoli. “Esto es una lucha; no contra un enemigo humano, pero sí de la humanidad contra el virus”, argumenta. En esta crisis hay demasiados elementos que a ella le recuerdan a una guerra: “El confinamiento, la prohibición de derechos y libertades, el hecho de tener que llevar un salvoconducto para salir a la calle… Si no es una guerra, se le parece mucho”, reflexiona Salazar.
En su opinión, el lenguaje bélico “se está empleando bien”. “Es una manera de hacer consciente a la población del peligro, de la amenaza y el riesgo reales. Utilizar la metáfora de la guerra o la guerra en sí no me parece desacertado, al contrario”, sostiene. “Es cierto que no es una guerra tal y como la conocíamos antes, pero el mundo se ha parado y la humanidad lucha por sobrevivir”. “Ahora sabemos que cuando salgamos de nuestras casas el mundo va a ser diferente, habrá un cambio de era”, asegura la politóloga. “Aunque esta sea una guerra diferente, está poniendo en jaque a la humanidad”.