Luis García Montero: “A la leyenda negra, tururú”
Entrevista al poeta y director del Instituto Cervantes: “Se aprecia más a España fuera de España que dentro de España”.
“Me cambió la vida descubrir en la biblioteca de mi padre la edición de obras completas de Federico García Lorca”. Luis García Montero mira hacia atrás, hacia esos años de infancia en Granada, hacia sus orígenes antes de ser uno de los poetas más admirados en España y director del Instituto Cervantes.
Desde su despacho se divisa la calle Alcalá, en ese momento en el que está a punto de fundirse por un lado con la Gran Vía y por otro con la diosa Cibeles. Mira a la gente y reflexiona: “Lo que me gusta ver es una realidad española que tiene que decirle a Europa que estamos en lo más avanzado de los derechos civiles. Problemas tenemos muchos, pero hay que reivindicar la transformación que ha hecho este país en lo que se refiere a la igualdad de género o el respeto a la diversidad”.
Una conversación para reflexionar sobre esta nueva normalidad, los durísimos meses que pasa el país y el futuro que llega, entre menciones a Galdós, Leopardi, Gil de Biedma y Elvira Lindo, entre otros. Siempre desmenuzando el lenguaje, ese cohete que tiene la comunidad panhispánica. A los agoreros les lanza: “La poesía goza de muy buena salud”.
¡Qué días más extraños!
Días muy extraños, pero no raros. Como profesor de Literatura y escritor estoy muy acostumbrado a quedarme en casa. Quedarte leyendo y escribiendo y no salir es un hábito normal para mucha gente que nos dedicamos a la literatura, pero han sido extraños porque no eran por vocación o dedicación, sino de obligación y cuidado. De pronto resultaba incompatible con ir a ver a algún amigo o los padres o dar un paseo. Han sido raros colectivamente y socialmente.
¿Nos hemos redescubierto a nosotros mismos? ¿Hemos vuelto a ver lo primitivo que teníamos, sentir la sensación de miedo que en Occidente habíamos perdido y ver lo que significa la vida en sí?
Vivimos en una sociedad de consumo que nos ha hecho muy hedonistas. Incluso que nos ha acostumbrado a la ley del deseo: esto quiero y lo compro. La pandemia nos ha descubierto que el cliente no siempre tiene razón, que el hedonismo es a veces una máscara de la debilidad, que convivimos con la fragilidad. Quizás habíamos cerrado los ojos demasiado.
Por otra parte, cuando decimos que vamos a abrir una nueva época o que el tiempo que se avecina es radicalmente distinto, podemos engañarnos. A lo mejor se nos abren los ojos para analizar el mundo en el que vivíamos más que para mirar un mundo completamente distinto. El coronavirus nos obliga a pensar muchas cosas que estaban antes de la pandemia. Ahora, si somos sensatos tendremos que defender el espacio de lo público, los cuidados públicos, la sanidad pública. Es un problema que los que estamos preocupados por una democracia social teníamos antes del covid, cuando estábamos viendo cómo se deterioraban convirtiéndose en asuntos de mercado.
¿Qué más conviene pensar?
Otra preocupación de los que somos muy partidarios de consolidar y defender el Estado público es que tenemos que hacerlo desde los valores democráticos, lo que significa defender la libertad de los individuos y lo público como marco de realización de las libertades individuales. Hay un peligro claro, y ahí están flotando distintos modelos, de que la seguridad va a significar la pérdida de libertad y justificar así brotes de intolerancia, de represión y deterioro de libertades.
Si uno ve el mundo, no es un problema que haya traído el coronavirus. En algunos casos estaba instalado en sitios como China o en aspectos de Trump, Putin y Bolsonaro. La preocupación también por consolidar Europa no como un ámbito de mercado, sino como el proyecto verdadero, está ahí. Debemos sentirnos orgullosos de la reacción de España y de Europa. ¿Eso significa perder la conciencia crítica? De ninguna manera. Tenemos mil defectos, hay que solucionar mil cosas y seguir protestando por mil injusticias, pero qué manera tan distinta de reaccionar.
Volver a tomar conciencia de Europa como democracia social y luchar, pero sabiendo que somos y tenemos que ser un proyecto que encabece la defensa de los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Ahora estamos muy preocupados por el desarrollo de la pandemia en Latinoamérica y va a haber una brecha tecnológica muy grave. Se va a cebar la pandemia con las sociedades menos desarrolladas. Vamos a intentar conquistar otra normalidad, pero que tiene sus raíces en una situación anterior y es la consecuencia de 30 años de dominio de la cultura neoliberal.
Y cuando uno abre aquí la ventana a la calle Alcalá, ¿qué sociedad y qué país se encuentra?
Veo un país que necesita reivindicar su orgullo en los valores democráticos. Nos hemos acostumbrado a que a los que más mueven la bandera o los que más dicen España suelen tener ideas muy reaccionarias y suelen perpetuar frente a Europa y el mundo el discurso de la vieja Inquisición. Ahora que estamos recordando los cien años de la muerte de Galdós me viene a la cabeza toda su reflexión sobre el carlismo: los valores, el dogmatismo clerical que empujaba a la gente a la calle a gritar a favor del absolutismo y “vivan las cadenas”, pero también decían “muera la nación”, porque ha sido un seña de identidad del liberalismo progresista español.
Cuando miro la calle Alcalá lo que me gusta ver es una realidad española que tiene que decirle a Europa que estamos en lo más avanzado de los derechos civiles. Problemas tenemos muchos, pero hay que reivindicar la transformación que ha hecho este país en lo que se refiere a la igualdad de género o el respeto a la diversidad. Nuestros creadores con sus películas, novelas y exposiciones son los que dicen que España está en la avanzada de los valores cívicos. Es buena hora de sacar ese patriotismo de libertad que ha sido siempre el amor por la nación que han tenido los liberales progresistas. La realidad social de España tiene más que ver con la transformación de una sociedad que se ha puesto a la vanguardia europea y que necesita respuestas políticas en vez de estos bulos en los que vuelven a dominar totalitarismos, inquisiciones y desprecios.
¿Qué papel tiene que desempeñar España en el exterior?
Un papel fundamental porque pertenece a una comunidad de más de 485 millones de hablantes nativos. Somos la segunda lengua del mundo en hablantes nativos después del chino mandarín y la segunda lengua en comunicación y cultura después del inglés. Además, frente a otras lenguas, mantenemos la unidad. En español nos entendemos y eso nos da un papel fundamental.
Para consolidarlo tenemos varias tareas, siendo la primera aprender a respetar la diversidad. No se habla mejor en Salamanca que en Granada, ni en Valladolid que en México, ni en Bogotá que en Quito. Es un idioma que para mantener su diversidad no puede tener centros. Los españoles debemos comprender que somos el 8% del idioma, que no es nuestro. Ya fue un idioma que nació con voluntad vehicular, surge en una zona de habla vasca y de la evolución del latín para acercarse a distintas lenguas romances que se estaban produciendo. Una de las tareas del Instituto Cervantes es defender la riqueza del español como lengua vehicular y de las lenguas catalana, gallego y vasca, que casi solo nos pertenecen a los españoles y que tienen una tradición cultural valiosísima. Estúpido es el que no se sienta orgulloso de tener a Rosalía de Castro, Salvador Espriu o Gabriel Aresti. La diversidad nos enriquece.
¿Qué labor tiene que tener la diplomacia cultural española?
La de afirmar los valores de la cultura del español en Europa y ser puente entre este continente, como territorio de esa democracia social que defiende los valores de la libertad, igualdad y fraternidad, con Latinoamérica.
¿En España somos conscientes de ese poder y de la potencia del idioma?
Creo que tenemos una conciencia superficial en el sentido de que nos gusta mucho tener una lengua en la que han escrito Octavio Paz, Elena Poniatowska o Juan Gelman, pero no hay una conciencia clara de lo que significa. Eso tiene que ver con una cosa de nuestra tradición. Por distintos fenómenos históricos el papel de la cultura en España ha sido complicado. Los ilustrados fueron perseguidos en el siglo XVIII, en el XIX fueron los liberales y en el XX la apuesta por la cultura de la República se salvó de mala manera en el exilio, pero en España fracasó por una dictadura que convirtió la cultura en una invitación a la mentira para repensar el pasado con tópicos falsos y en una persecución al pensamiento crítico.
Si comparamos los presupuestos de cultura de España con Alemania, Francia o Italia, veremos que son muy pobres. No creo que tengamos que perder la cabeza y creer que estamos económicamente a mismo nivel, pero sí invertir con orgullo más en la educación y en la cultura. Todo lo que sea potenciar el español y la defensa de la cultura sirve para hacer un país atractivo y mirar hacia el futuro en el desarrollo económico. Y necesitamos convertir al español en una lengua de tecnología y ciencia, el gran reto.
¿Se aprecia más la cultura de España fuera del país que dentro?
Se aprecia más a España fuera de España que dentro de España. En eso estoy acostumbrado porque soy de una ciudad como Granada en la que siempre se buscan los defectos. La relación entre Granada y Sevilla es la misma que hay entre Madrid y Barcelona. El otro día escuchaba Radio Sevilla y para hablar de unas persianas se decían que eran los toldos de Sevilla, se vende constantemente. En Granada es muy fácil que alguien levante la cabeza y si no acaba fusilado como Lorca, le falta poco. En España pasa lo mismo.
Te encuentras gente que sale a Europa a hablar mal de España o que en España habla mal de España y no para denunciar injusticias verdaderas, sino para reproducir mentiras. Hace poco una política de un partido de la oposición en el Parlamento Europeo denunciaba la falta de valores democráticos en la sociedad española y asumía muchas de las mentiras que en nombre del independentismo se han propagado fuera. Los mayores enemigos de España siempre los ha tenido dentro de España. En ese sentido, está vigente el verso de Machado pensando en las tensiones entre liberales y conservadores: “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Pues esa dinámica hace daño fuera pero la imagen del país es muy fuerte como una sociedad amable, acogedora y que merece la pena conocer.
¿España y Latinoamérica se han dado la espalda durante años?
Hubo muchas tensiones que tuvieron que ver con los procesos de independencia, que fueron las mismas que desembocaron aquí en las guerras civiles entre los carlistas y los liberales. Allí exportamos nuestros defectos también. Pero al mismo tiempo hemos aprendido nuestras virtudes también. Soy una persona poca religiosa, no defiendo a la Iglesia como un valor de progreso, pero analizo la historia. Y cuando en España se inicia el proceso de extensión en América, pues en seguida los valores religiosos reclaman su importancia y se obliga al rey a firmar un convenio con el Vaticano para decir que allí se va a evangelizar y a salvar almas. De pronto se introducen unos valores espirituales que representa, por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas. Por lo cual hay que tratar con dignidad a los indígenas.
La labor que hicieron los religiosos y misioneros reclamando respeto para el indígena hizo que la conquista española, en la que que había afán económico y mercantil, también hubiera defensa del respeto y de los valores espirituales. Cuando se produjo el proceso de independencia, sólo el 13% de la población americana hablaba el español porque se había llegado al respeto de las lenguas indígenas. Entre otras cosas también porque el español servía para marcar la lengua de las élites con los pobres. Ahí se unía el interés evangélico de los frailes con la discriminación social. Son procesos históricos.
Si uno mira los procesos de colonización de Inglaterra, de Francia y de Bélgica, fueron mucho más exterminadores que los españoles. Por eso digo: a la leyenda negra, tururú. Fueron invenciones políticas de gente que estaba peleando por el predominio del mundo con España. ¿Esto me sirve a mí para sentirme muy orgulloso del comportamiento de los españoles? Desde luego que no. Hemos cometido injusticias como todo el mundo. Pero me parece un disparate exigirle cuentas a Hernán Cortés.
Estamos en un proceso ahora de revisionismo…
¿A gente de los siglos XV, XVI y XVII vamos a exigirle cuentas después del siglo XX que hemos vivido? ¿Después de que en el siglo XX hayamos convertido la tecnología en campos de exterminio masivo como hicieron los nazis o en una bomba atómica capaz de arrasar dos ciudades japonesas en segundos? ¿Después de los golpes de Estado y las matanzas de Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet o Videla? ¿Después de la deriva hacia el exterminio que supuso el sueño socialista en personajes como Stalin?
Lo mejor es tomar conciencia de que el ser humano ha cometido muchas barbaridades y que no podemos sentirnos muy orgullosos de nuestro comportamiento en general y debemos crear vínculos para defender entre todos un futuro de respeto y democrático. Desde ese futuro también podemos recuperar figuras que han supuesto una apuesta por la dignidad, antes hablaba de Bartolomé de las Casas o de Fray Junípero Serra o de los escritores, filólogos y estudiosos latinoamericanos que como Andrés Bello dijeron que tenían derecho a la independencia pero que eso no significara renunciar al gran bien cultural nacido de una historia compartida. Se puso en marcha una realidad panhispánica. ¡Qué importante es que las tensiones políticas no nos hagan olvidar la riqueza de un bien común!
¿Qué obras retratan mejor la esencia española?
¡Qué complicación!
Es complicado, pero qué libros recomendaría a alguien que quiera saber cómo es el alma española y de este país.
Por lo que se refiere a nuestra historia me voy a poner un poco en el alma de Dámaso Alonso. Durante la guerra, cuando se puso en marcha la propaganda franquista se hablaba de los españoles, la nación, la nación, la nación… Y él escribió un artículo sobre Lorca diciendo que reivindicaban lo español pero acababan de matar a Lorca que era el representante del alma española, que era el heredero de Lope de Vega. No ha habido nada tan alma española como Lope de Vega hasta la llegada de Lorca. Hay un sentimiento de lo español que también defendió María Zambrano: orgullo de lo nuestro porque somos los que estamos defendiendo al pueblo español y a la cultura española ante un Ejército sufragado por los nazis para utilizarnos como laboratorio de la guerra que se está preparando. Invitaría también a leer alguna novela de Galdós, algunos poemas de Lorca y Alberti y Los hijos muertos, de Ana María Matute.
Acercándonos al tiempo en el que vivimos y si alguien quiere saber lo que es la verdadera España, me tengo que morder la lengua para no quedarme en casa pero la lectura de autores como Antonio Muñoz Molina, Luis Landero y Manuel Rivas nos puede retratar muy bien. Lo bueno de la novela española es que nos permite, como el cine, dar una imagen muy real de la sociedad española frente a todo prejuicio. Una novela de Rosa Montero o una de Elvira Lindo enseñan esa imagen de España que tiene que ver con una tradición nacional de amor al país en convivencia con la diversidad y las libertades.
¿Qué estado de salud tiene la poesía en el siglo XXI?
Muy buena salud. Hemos sufrido esta transformación de la realidad virtual, el mundo digital diluye las fronteras entre lo privado y lo público. La conciencia poética siempre ha vivido en esa frontera también. Por eso me gusta utilizarla como metáfora de la libertad. Ahora la sociedad mira a la poesía porque se ha acostumbrado a vivir entre lo privado y lo público. Ahora tienes un problema y al minuto lo estás contando en Instagram, en Facebook o en Twitter. Hay mucha gente que quiere dignificar esa frontera y que en vez de mirarse en la telebasura o en el insulto se fija en la posibilidades de la poesía. Y ha tenido mucha repercusión en las redes sociales. Se puede mirar el futuro de la poesía con esperanza y los jóvenes poetas nacen como nativos de lo virtual.
Yo que me he pasado la vida frente a los poetas herméticos que creen que es un poema buenísimo cuando no lo entiende ni Dios, pues hay una tradición gloriosa desde Jorge Manrique que es utilizar la lengua de todos para tratar las cosas de manera digna. Ahora veo que por ese camino hay una posibilidad, aunque llamo la atención del extremo contrario: en las redes sociales es muy fácil caer en la zafiedad. No confundamos un poema de amor con una campaña de una gran empresa comercial para el Día de los Enamorados. También en las redes los poetas tienen que defender la dignidad de la poesía. Negar la tecnología es de cretinos, pero negar los peligros también es de cretinos.
Siempre me gusta decir que soy alguien que nació en el siglo XX, que he visto la importancia de recibir la herencia de los mayores, que la tecnología no suponga un mundo que sacraliza el futuro frente al pasado, que no se pierda el relato y que las realidades virtuales no sirvan para borrar o sustituir la experiencia histórica de carne y hueso. Tengamos cuidado con que las realidades virtuales nos condenen a la soledad, nos rompan los vínculos y eviten mirarnos a los ojos para ser responsables de lo que es la experiencia humana.
¿Qué libros te cambiaron la vida?
Siempre hablo de poetas y novelistas españoles y latinoamericanos que son los que formaron mi lengua materna. Después ha sido muy importante conocer la conciencia trágica de Leopardi o la reflexión sobre la modernidad de Baudelaire. Pero a mí me cambió la vida descubrir en la biblioteca de mi padre la edición de obras completas de Federico García Lorca. Descubrir de pronto que el lenguaje te ponía en contacto con una realidad que está más allá de las apariencias, que tiene enjundia y profundidad. Cuando Lorca decía que la luna bajaba a llevarse a un niño a un fragua o que el jinete no iba a llegar a Córdoba aunque supiera el camino, yo decía qué me está diciendo. Me acostumbré a pensar el lenguaje como una meditación de la realidad para llegar a cosas profundas. Lo primero a lo que llegué fue al conocimiento histórico de que a Lorca lo habían ejecutado en mi ciudad 22 años antes de que yo naciera, nada. Sin embargo, en mi ciudad pues había muchas cosas de las que no se hablaban como de su muerte, la represión, los miles de muertos en una urbe que sólo había tenido un día de guerra civil. Estando ya la situación controlada se buscó encanalladamente y se asesinaron a miles de personas. Lorca representa a todos los muertos de la guerra. De eso no se hablaba y me dediqué a mi vocación poética intentando recuperar el lenguaje para descubrir el mundo que me habían robado desde una conciencia radicalmente democrática. A partir de ahí, fueron Machado, Blas de Otero, Rosalía de Castro, José Emilio Pacheco, Jaime Gil de Biedma…
En estos últimos años podríamos decir que la narración del mundo ha sido a ritmo de serie, es el producto de que se ha impuesto.
Me parece acertado. Había visto pocas series y con el confinamiento me acostumbré con mi mujer a ponernos alguna después de cenar para relajarnos. Hay algunas estupendas y otras muy malas. Eso me pasó con mi hija cuando empezó a hacer rap. A mí me gusta contar historias y que se cuenten, es lo que mantiene el relato humano. La cultura neoliberal lo ha mercantilizado todo, completamente todo, hasta el concepto del tiempo. Pensamos en el instante. Fíjate la repercusión en la política, donde el presidente de EEUU puede decir una mentira pero no tiene huella mañana porque habrá cinco mil focos de noticias. Nos hemos acostumbrado a la impunidad, que tiene que ver con la sacralización del instante.
¿Y a qué series se ha enganchado?
Hay algunas españolas que me han gustado bastante. Por ejemplo, Hierro me ha parecido estupenda. Me ha gustado también la serie sueca El puente. Y la de Mariano Barroso sobre los orígenes de ETA, La línea invisible. Muy entretenida asimismo El escudo, de policías corruptos en Los Ángeles.
¿Cómo es tu tarde perfecta de verano?
Nos compramos una casa en la bahía de Cádiz, en Rota. Vamos allí desde 1994 y nos hemos ido juntando un grupo de amigos. Allí vive Felipe Benítez Reyes. Después fuimos contagiando Almudena y yo el veneno de Rota a otros, se compraron casa Benjamín Prado, Joaquín Sabina y Ángeles Aguilera. Tenemos muy cerquita a Eduardo Mendicutti y a Caballero Bonald.
Los veranos son una época en la que celebramos la felicidad porque permite levantarnos en cualquier momento y ponernos a trabajar en la playa. Comemos en casa, echamos una siesta, por la tarde continuamos el trabajo y nos acercamos a la hora en la que nos reunimos los amigos para tomar copas, cantar y discutir hasta la hora que sea. Almudena es más disciplinada, Joaquín y yo menos, Bejamín tampoco. A Almudena sí le gusta poner el despertador cuando escribe y, por tanto, no podemos trasnochar mucho. Poder avanzar en la madrugada en amistad, celebrando la vida hasta las dos o tres de la mañana y dormir tranquilamente. Ese es el día perfecto en Rota.