Encrucijadas en tiempos de crisis
Todo aquello que nos obliga a encarar circunstancias difíciles contribuye al mismo tiempo a redefinirnos y fortalecernos.
Se cuenta que en cierto pueblo del litoral hubo una terrible inundación que obligó a sus habitantes a evacuarlo, todos menos uno —el sacerdote— se apresuraron a recoger lo indispensable y ponerse a salvo. Al parecer el párroco no quería abandonar la iglesia, su proyecto personal desde hacía varias décadas, a pesar de que el nivel del agua no dejaba de subir.
Hubo un momento que no tuvo más remedio que trepar por las piedras y subirse al tejado. Mientras tanto, no paraba de rezar pidiendo ayuda a Dios para que le salvase, tanto a él como a la iglesia.
En esas se encontraba cuando pasó una barca de la policía, desde la cual le exhortaron para que subiese con ellos y se pusiese a salvo. El cura se negó, alegando que confiaba plenamente en Dios y en su poder salvador.
Pocas horas después, el sacerdote trepó hasta el campanario y allí, amarrado a la campana, se puso temporalmente a salvo, mientras continuaba con sus plegarias.
Señor, estoy dándote muestras de confianza. ¡Sálvame de esta inundación! ¡No me abandones!
Un helicóptero de Protección Civil que sobrevolaba la zona le identificó, descendió y le invitaron a subir y salvarse. Pero, una vez más, el cura rechazó la invitación.
Pocas horas después, cuando ya se encontraba parapetado en la parte más elevada del campanario, junto a la veleta, haciendo verdaderos malabares para no caerse, acertó a pasar una cuadrilla de rescate en una embarcación a motor.
Padre, es el único que queda en la zona. Venga con nosotros, todavía está a tiempo.
Pero el cura, en un acto de valentía o, quizás, de locura, no quiso ceder. Resistió unos pocos minutos más, hasta que, finalmente, exhausto, la corriente lo arrastró y murió ahogado. Cuando llegó al cielo el sacerdote no pudo por menos que quejarse con firmeza:
—¿Qué pasó? Yo confiaba en ti y me abandonaste.
—De ningún modo —le respondió Dios—. No te abandoné, en tres ocasiones te envié ayuda: con la Policía, con el helicóptero y con la cuadrilla de rescate, pero tú la rechazaste.
Y es que hay veces en la vida que nos suceden situaciones similares. Desperdiciamos las oportunidades, no somos capaces de ver lo bueno que se esconde detrás de ellas y nos quedamos anclados en lo más superficial, en la “crisis”.
Pictogramas filosóficos
El pictograma con el que los chinos representan la palabra crisis es “Wei Ji”, formado por dos caracteres: el primero (Wei), que significa peligro, y el segundo (Ji), que se traduce por oportunidad. Una crisis, nos guste o no, es una oportunidad de cambio, una forma de abandonar nuestra zona de confort y de iniciar un proceso de transformación.
Los griegos de la antigüedad usaban el verbo “krinein” —del cual deriva nuestra palabra crisis— para referirse al hecho de tomar una decisión, juzgar o decidir. Carecía del componente negativo con el que la explicamos ahora.
Hipócrates, el padre de la medicina, adaptó el vocablo “crisis” a su Teoría de los Cuatro Humores y le otorgó un papel decisivo en el curso de toda enfermedad. Para él la “krisis” era el momento en el cual se produce un cambio súbito, para bien o para mal, y que va ser determinante en el desenlace de la enfermedad.
Para terminar, en el evangelio de San Mateo aparece el término “Hémera kríseos” para designar al Día del Juicio. ¿Puede haber, para un cristiano, una crisis mayor que el día del Juicio Final? Pues eso… Aprovechemos las oportunidades, estemos o no en crisis.