En el epicentro del terremoto chileno
Una entrevista a Patricio Cabello, investigador del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile.
Los seísmos de Chile no son en esta ocasión de naturaleza geológica, sino social. Las protestas por el aumento del precio del billete de metro solo son un síntoma de un malestar más profundo. Explicar ese malestar es lo que resulta complejo: ¿priman las pensiones, la luz, el gas, los salarios o la salud? ¿Tiene más que ver con la salud democrática y la herencia cultural de la dictadura? ¿Por dónde hace agua el sistema? Patricio Cabello, investigador del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile, atiende a mis preguntas para tratar de dar sentido a una conflagración social que el presidente Sebastián Piñera intentó sofocar mediante la fuerza militar y más tarde con una remodelación cosmética del gobierno.
ANDRÉS LOMEÑA: Hay protestas y manifestaciones que llegan hasta Australia, marchas de luto por las víctimas y un sinfín de analistas políticos que quieren extrapolar el conflicto a otros contextos o atribuirse el síndrome de Casandra y afirmar: “Dije que esto ocurriría y nadie me creyó”. Lo cierto es que establecer algunos paralelismos resulta inevitable. Por ejemplo, el primer ministro de Líbano ha anunciado su dimisión tras proponer una tasa a las llamadas a través de aplicaciones como Whatsapp, pero detrás de ese impuesto se esconde el rechazo de la ciudadanía a la corrupción y a las medidas de austeridad. ¿Cuánta responsabilidad atribuye a los males endémicos de la globalización?
PATRICIO CABELLO: Naturalmente, la situación de crisis a nivel global es un factor que incide en este proceso y en la activación de una crisis política como la que se vive en Chile. Eso tal vez se da desde un punto de vista sincrónico, pero desde una perspectiva diacrónica, Chile ha arrastrado dificultades estructurales que surgieron en la dictadura y que se mantienen hasta hoy, e incluso se profundizaron en los gobiernos democráticos posteriores. Un teórico de las transiciones como Manuel Antonio Garretón ha escrito mucho sobre este proceso y sus deudas históricas. Quizás la más significativa sea la forma en que se planifica y sostiene un sistema que genera muchísima riqueza y que al mismo tiempo produce una profunda desigualdad.
En este sentido, en Chile la expresión misma de “medidas de austeridad” no tiene sentido para la mayor parte de los ciudadanos, ya que es un sistema donde no se cuenta con ese gasto, porque no es el papel del Estado en nuestro sistema. Piensa en el sistema de pensiones, donde estás obligado legalmente a pagar el 12,5 por ciento de tu sueldo a una Administradora de Fondos de Pensiones, más conocida como AFP, la que utiliza tu dinero para invertir y obtener ganancias para todos los afiliados y propietarios cuando tiene éxito, pero cuando no lo tiene, las pérdidas las paga el afiliado. Se trata entonces de un sistema de capitalización individual que no incluye ningún pilar solidario. El resultado es que al cabo de 25 años cotizando en el sistema, al jubilarse, un trabajador recibe una pensión de menos de un tercio de lo que cobraba por su trabajo antes de su jubilación.
A.L.: He visto pancartas que decían que el neoliberalismo morirá donde nació: Chile. Recuerdo a unos amigos chilenos que me decían, hace más de una década, que su país encarnaba el paradigma del neoliberalismo más salvaje, pero he visto las fauces de ese modelo neoliberal a través de teorías exógenas como la doctrina del shock. Me interesan sus reflexiones porque no estarán empañadas por las ideas preconcebidas de quienes a menudo vemos con romanticismo las protestas cuando estas se producen lejos de nuestros hogares. Hablando de los daños y delirios del neoliberalismo, el ex presidente Aznar está a favor de que la jubilación sea a los setenta años...
P.C.: La idea de Chile como un laboratorio del neoliberalismo está bastante consolidada y hay mucha evidencia para sostener esto. En los años ochenta vimos cómo surgía toda una generación de Chicago Boys, como se llamó al grupo de economistas de la derecha pinochetista que viajaron a formarse directamente con Milton Friedman y otros gurús del capitalismo financiero de los ochenta. Además, como bien mencionas, somos el caso ideal para explicar la Doctrina del Shock de Naomi Klein. Se impuso por la fuerza una serie de políticas neoliberales que comenzaron con la privatización de prácticamente la totalidad de las empresas públicas, bajo el pretexto de que no eran rentables y por lo tanto debían ser intervenidas por el Estado. Una vez intervenidas, eran entregadas a manos privadas, quienes las recibían como pagos por favores políticos o a cambio de lealtad. Así se formaron grandes fortunas de inversionistas privados, nacionales y extranjeros, que se ocuparon de implementar la transformación de los derechos sociales en nuevos mercados.
Así nace nuestro sistema educacional actual, se desarrollan las instituciones privadas de salud, incluidas las Instituciones de Salud previsional o ISAPRES, se privatizan las pensiones con el sistema de las AFP, y una larga lista de nuevos mercados que se crearon. Sin embargo, esto en la dictadura tocó techo. Hacia finales de los ochenta, las dictaduras latinoamericanas se habían transformado en algo incómodo, y de hecho las élites locales, si bien habían jurado lealtad a Pinochet, comenzaron de manera sigilosa a ver otras cosas en el futuro. Esa es una historia muy opaca que todavía no logramos conocer en profundidad, la de una derecha a quien el modelo autoritario ya no podía dar más y ahora necesitaban una democracia, o algo parecido. Si conociéramos más de esta historia podríamos complementar la otra narrativa, la de la gesta heroica de quienes lucharon por recuperar la democracia en las urnas. Heroica o no, la democracia que vino fue algo muy incompleto y amarrado a la Constitución de Pinochet, escrita por los asesores más cercanos al dictador. Los gobiernos democráticos no fueron capaces de cambiar la Constitución, ni tampoco de generar una mayor regulación del mercado. Al contrario, estos mismos gobiernos generaron nuevos instrumentos como el Crédito con Aval del Estado, que básicamente consiste en que el Estado garantiza ante la banca los créditos de los estudiantes universitarios, lo que produce una entrada masiva a las universidades. Desde el año 2006 al 2019 han ingresado casi un millón de estudiantes a la educación superior con este tipo de créditos, alimentando el mercado de las universidades privadas y promoviendo el endeudamiento de estudiantes que persiguen un título como medio para ser incluidos en el sueño neoliberal. Esa fue una de las causas directas de las movilizaciones estudiantiles de 2011, durante el primer gobierno de Piñera.
A.L.: La Cumbre del Clima finalmente no se celebrará en Chile, sino en España, por cuestiones de seguridad.
P.C.: Desgraciadamente, el tema medioambiental es una de nuestras grandes deudas. Esta fórmula de desarrollo se fundamenta en un sistema extractivista que ha contaminado y depredado el medioambiente con una regulación muy débil por parte del Estado. Grandes conflictos socioambientales han sido también el caldo de cultivo de emblemáticos movimientos sociales a lo largo de todo el país. Son tantos que no sabría por dónde empezar. Uno que me ha tocado conocer muy de cerca a través de una investigación hace unos años es el caso de la salmonicultura en el Archipiélago de Chiloé. Chile es el productor de aproximadamente el 30 por ciento del salmón que se vende en el mundo y para alcanzar ese lugar, se ha sacrificado extensas zonas del país que han reclamado con fuerza sus derechos. La ciudadanía ha reaccionado, pero la fuerza, lo que parece una suerte de inercia de este sistema, es muy difícil de contrarrestar con tan pocas herramientas institucionales. La COP25 era una gran oportunidad para poder poner esta discusión a un nivel internacional y su cancelación es sin duda una gran pérdida.
A.L.: Leo también que los manifestantes reivindican una nueva Constitución o nada y me emociona hasta casi hacerme llorar la arenga de la cantautora Camila Moreno, que apela al futuro, a los derechos humanos y a la libertad. ¿Cómo cree que tendría que gestionarse este cúmulo de expectativas para que no se conviertan en una espiral de frustración política?
P.C.: Lo que ocurre con la demanda por una nueva Constitución es muy importante. Como señalaba antes, es en este documento fundamental donde la vida social, el trabajo, los estudios, las libertades personales, el conjunto de derechos de los ciudadanos, encuentran un marco que simplemente ya no da más. Piensa que en la Constitución chilena ni la educación ni la vivienda digna son derechos, y por lo tanto no deben ser garantizado por el Estado. El rol del Estado en esta Constitución es el de un Estado subsidiario que básicamente incentiva a las empresas privadas para proveer servicios en lugar de derechos y se hace cargo exclusivamente de aquello que el sector privado no quiere o no considera rentable. La búsqueda de una nueva Constitución ha sido una consigna durante años. En el segundo gobierno de Bachelet, esta fue su carta electoral, lo que se tradujo finalmente en una consulta ciudadana que no era vinculante y se tradujo en un proyecto de nueva Constitución que en definitiva es letra muerta. Estamos muy lejos de tener un Estado bienestarista y eso es algo que las personas en Chile comprenden ya hace mucho y resienten profundamente. En definitiva, es una sociedad de muchos deberes y muy pocos derechos. Es por eso que además se reclama participación en esa nueva Constitución a través de una asamblea constituyente.
A.L.: En materia de infraestructuras, en España estamos a las puertas de una privatización del tren de alta velocidad y con los mismos presupuestos que aprobó Mariano Rajoy… y eso por no hablar del rescate bancario o de algunas autopistas de peaje.
P.C.: Esa es una historia ya conocida en Chile. Las carreteras están todas concesionadas, la empresa de Ferrocarriles del Estado no tiene financiamiento, en parte por el lobby de las empresas privadas de transporte de pasajeros, pero además porque en nuestro país incluso las empresas públicas se espera que sean autónomas económicamente, y por lo tanto tienen que competir en el mercado. Es el mismo caso de la televisión pública. Aunque suene a un contrasentido, la televisión pública no recibe aportes directos del Estado y debe competir por la publicidad y la audiencia con las señales privadas. Algo similar ocurre con la universidad pública, que, aunque recibe algunos aportes del Estado, en gran medida obtiene sus fondos de los aranceles pagados por los estudiantes, lo que redunda en deudas enormes para ellos y sus familias, y en una tensión permanente para definir el rol público de las universidades del Estado.
El tema de la inclusión digital, donde llevo algunos años trabajando, cumple con esta misma lógica. Se privilegian proyectos que subvencionan o distribuyen tecnología en una suerte de iniciación en el consumo digital como un bien de consumo individual. Se ha definido el acceso digital no como la posibilidad de tener al alcance tecnología y saltar hacia el nivel de la apropiación de la misma, con la posibilidad de obtención de resultados tangibles para las personas, sino más bien como la propiedad de artefactos tecnológicos. Por ejemplo, la idea del acceso digital comunitario es algo que actualmente no tiene ninguna popularidad en las políticas públicas y, de hecho, el programa que lo promovía se encuentra en franca retirada, cuando todo el conocimiento experto en la materia habla de la gran oportunidad que este tipo de acceso digital ofrece.
Todo esto que te cuento son solo ejemplos de cómo se configura un sistema neoliberal como el chileno para lograr que surja la tormenta perfecta en este estallido social. Lo que domina es una ideología fundamentada en el neoliberalismo desenfrenado en la cual el individuo es el único responsable de su destino y el esfuerzo individual es la llave que supuestamente abre todas las puertas. Esta presión sobre el individuo es en definitiva un ingrediente esencial. Los chilenos simplemente ya no pueden ni quieren seguir viviendo bajo ese orden. Nuestros indicadores de salud mental son alarmantes. Sin ir más lejos, Chile es uno de los países de la OCDE donde el suicidio ha aumentado con mayor fuerza en los últimos veinte años.
A.L.: ¿Tienen los movimientos sociales una hoja de ruta clara y realista de lo que necesita Chile? Bernie Sanders ha afirmado que un presidente multimillonario como Piñera, que se atreve a exigir austeridad, lo único que debería hacer es darle el poder a la gente trabajadora. A su juicio, ¿eso significaría un poder constituyente, unas elecciones, la dimisión de Piñera o todo a la vez? ¿Se siente optimista, a pesar de todo?
P.C.: Acerca de las emociones y los afectos, hablando con amigos y conocidos, asistiendo a reuniones y asambleas en la universidad donde trabajo y simplemente escuchando a la gente en el metro y las paradas de autobús, hay un sentimiento muy confuso que domina el ambiente. Se trata de una mezcla de preocupación y esperanza. A mí esto último a ratos me hace sentir como a las puertas de un cambio histórico, y como a todos, también le temo a la frustración. Al mismo tiempo, siento, y sentimos, mucha indignación por las violaciones de los derechos humanos que estamos viendo. Han muerto ya veinte personas, más de doscientas han sufrido graves daños oculares por perdigones, balines y bombas lacrimógenas que son disparadas al rostro de los manifestantes. Hemos visto cómo los estudiantes, chicos y chicas de catorce o quince años, son golpeados y arrastrados por la policía.
No cabe duda de que el presidente Piñera es el responsable político de todo eso. Desde mi punto de vista, hay méritos suficientes para una acusación constitucional y un juicio político. Veo muy difícil además que Piñera pueda liderar el país hasta el final de su gobierno sin que tengamos un colapso más grave todavía: ¡le quedan todavía dos años! En una entrevista reciente, Piñera enfatizaba que era el legítimo presidente porque había ganado con una enorme mayoría y por lo tanto jamás renunciaría a la presidencia. Sin embargo, no menciona que en esas elecciones el 53 por ciento de los votantes no concurrió a las urnas, y por lo tanto ganó con un 52 por ciento de los votos válidamente emitidos, es decir, en la práctica asumió un gobierno con el 25 por ciento de los votos a su favor. Esto no es nuevo y la abstención electoral aumenta en cada elección, sobre todo desde que el voto en Chile es totalmente voluntario. En este momento de crisis, la fragilidad de esa forma de legitimación del poder salta a la vista. Sus adherentes en la ciudadanía, que ya eran pocos, no aprueban su gestión.
Acerca de lo que mencionas como una posible hoja de ruta, eso todavía no se ve con claridad. No hay un liderazgo unificado como el que conocemos en los movimientos estudiantiles o los movimientos con una raíz sindical. Lo que ocurre actualmente no tiene rostros visibles que de alguna manera puedan articular institucionalmente una solución o siquiera comenzar un diálogo. Es un movimiento con una profunda raíz ciudadana, pero al mismo tiempo, manifiesta un hartazgo con la clase política gestada en la postdictadura. Y es que toda la institucionalidad política ha caído en el descrédito.
Por otra parte, tenemos que pensar en que se aparta de esta idea de un movimiento peticionista. No hay aquí una demanda específica que se levante para que sea atendida por la autoridad pública. El gobierno en la actualidad ha sido incapaz de comprender eso y se ha escudado en plantear algunas soluciones paliativas como el aumento del sueldo mínimo, cuando lo que la calle pide son cambios más profundos. Lo que se pide son nuevas reglas del juego, un nuevo trato que nos permita seguir adelante.
Todo mi apoyo para Patricio y para todos los chilenos que luchan por redefinir las reglas del juego… desde el epicentro del terremoto neoliberal.