Elogio del epidemiólogo
"La epidemiología ha salvado más vidas que todas las terapéuticas", defendía Héctor Abad Gómez hace siete décadas.
Hace unos meses, prácticamente nadie ajeno a la medicina sabía a qué se dedican los epidemiólogos. Todavía hoy a algunos nos cuesta pronunciar la palabra ‘epidemiología’ sin trabarnos, pero casi todos los españoles llevamos ya un epidemiólogo dentro (igual que un seleccionador de fútbol o un presidente o un economista) y hay niños que confiesan querer ser como Fernando Simón de mayores.
A la hora de la verdad, no hay tantas vocaciones. Este año, de las 3.578 primeras plazas adjudicadas como médico interno residente (MIR), sólo eligieron la especialidad de Medicina Preventiva y Salud Pública 12 personas, para 105 plazas ofertadas, según explica InfoLibre. “Cuando acabas la carrera y dices que quieres escoger la especialidad de Medicina Preventiva y Salud Pública empiezas a ser como una especie de bicho raro. Tus compañeros empiezan a preguntarte por qué”, confesaba un epidemiólogo al periódico.
Aparentemente, esta decisión no sólo se cuestiona al principio, sino también cuando el epidemiólogo tiene ya forjada su carrera. Hace sólo unos días, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón, tuvo que salir al paso de las críticas que lo señalaban por no ser “doctor”.
“Se le va poniendo ‘doctor’ y ‘doctor’ y se le reviste de una autoridad que en este caso no tiene porque está actuando como un político y no como un médico”, criticó en esRadio el presidente de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos, Tomás Toranzo, aludiendo a Simón.
“Si en el sindicato no entienden la medicina preventiva, la salud pública, la epidemiología, como parte del trabajo médico, yo creo que están en un error”, replicó el director del CCAES. “Yo no soy doctor porque no he hecho el doctorado. Soy médico. En España se me tiene que llamar médico”, prosiguió el epidemiólogo, que acabó con un: “Nunca pongo ningún título alrededor de mi nombre en ningún sitio donde firmo”.
La solidaridad, “un principio básico de la salud pública”
La humildad y la buena disposición son algunas de las características que mejor definen a los epidemiólogos con los que he hablado en los últimos meses, que de buena gana me han explicado semana tras semana conceptos básicos (y no tanto) de epidemiología. Qué es la curva de contagios, quiénes son los rastreadores (’epidemiólogos de sandalias’ es mi definición preferida), qué significa la tasa de positividad, por qué las enfermedades sí entienden de clases sociales, cómo influyen la contaminación y la destrucción de ecosistemas en una epidemia, qué consideran necesario para una vuelta al cole segura, qué papel (no) tuvo la manifestación del 8 de marzo en la expansión del coronavirus, e incluso dónde pensaban irse de vacaciones este verano. En una de esas entrevistas, un epidemiólogo me contó que “la solidaridad es un principio básico de la salud pública”.
Si ya los admiraba por todo esto, los quise un poquito más después de leer El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. En esta obra, el escritor colombiano narra la vida de su padre, Héctor Abad Gómez (1921-1987), un epidemiólogo que murió asesinado en Medellín precisamente por defender los derechos humanos, por denunciar las aberraciones que venían cometiendo los grupos paramilitares en connivencia a veces con el Gobierno. Él fue asesinado por uno de esos grupos.
En El olvido que seremos se explica perfectamente la labor de un epidemiólogo, y las trabas que puede encontrarse uno por el camino. Héctor Abad Gómez defendía que “no deberían gastarse recursos en otras cosas hasta que todos los pobladores tuvieran asegurado el acceso al agua potable”. El epidemiólogo inculcó a sus hijos un cuidado casi obsesivo de la higiene y el lavado de manos, algo que parece tan de actualidad hoy.
Es cierto que el trabajo y la vida de Abad sucedieron en Antioquia (Colombia) hace varias décadas, pero hay fragmentos de su tesis de grado que resuenan aquí, ahora, con demasiada fuerza: “La epidemiología ha salvado más vidas que todas las terapéuticas”, decía. “Y muchos médicos lo detestaban por defender eso en contra de sus grandes proyectos de clínicas privadas, laboratorios, técnicas diagnósticas y estudios especializados. Era un odio profundo, y explicable tal vez, pues el gobierno siempre estaba dudando sobre cómo repartir los recursos, que eran pocos, y si se hacían acueductos no se podían comprar aparatos sofisticados ni construir hospitales”, cuenta su hijo en el libro.