El talento inagotable de la cantera serbia
Serbia, una de las cunas del baloncesto y fuente perenne de talento se proclamó subcampeona del Eurobásket al son de la melodía que tocó Bogdan Bogdanovic, el fino anotador y generador del juego 'plavi'. Una delicia de jugador con un estilo estético y plasticidad inconfundible, amén de un instinto asesino impregnado en su ADN. Y eso que tenía la difícil misión de hacer olvidar al omnipresente Teodosic, el líder espiritual de esta excelente generación que sigue sin conquistar un oro que se resiste más de lo que debiera.
El nuevo jugador de los Kings asumió el reto con osadía pero murió en la orilla, en los últimos minutos de un partido legendario que quedará grabado en la memoria de todos los aficionados al baloncesto. Porque Eslovenia y Serbia brindaron un choque sin ataduras, buscando el aro rival permanentemente y con dosis de talento que sirvieron para postular a ambas al ansiado trono.
Bogdanovic no pudo consumar un 2017 excepcional en el que se ha proclamado campeón de la Euroliga, de la liga turca (siendo designado MVP) y subcampeón del Eurobásket (un lunar menor si se tienen en cuenta las bajas del equipo entrenado por Djordjevic); además de convertirse en el novato mejor pagado en la historia de la NBA (36 millones de dólares en tres años). Allí llegará avalado por otro mito del baloncesto serbio, Vlade Divac, quien dirige las operaciones de los Sacramento Kings, su nuevo hogar.
Serbia acudió al Europeo sin su oráculo, Milos Teodosic, sin el fabuloso Jokic o los fundamentales Bjelica, Radulicja, Nedovic y Kalinic. Ausencias más que notables. Hablamos de cuatro titulares y dos hombres muy relevantes saliendo desde el banquillo. Pocos equipos habrían logrado la proeza de alcanzar la final con tantos contratiempos pero los 'plavi' generan jugadores de raza y calidad con una facilidad sin parangón en Europa y solo equiparable a la de Estados Unidos. Poco importa si alguien entra para jugar un minuto o quince, todos conocen su papel y nadie desentona.
Al liderazgo de Bogdanovic se han unido la inteligencia, saber estar y determinación de Jovic, un base de 1.94 por el que suspiró el Barça y que ve el baloncesto con un prisma sideral, siempre facilitando situaciones ventajosas para sus compañeros; la calidad y eficiencia en el poste bajo del gigante Marjanovic, un pívot que destacó en el Estrella Roja y que se está buscando la vida en la NBA pero que bajo el manto protector de Djordjevic se ha sentido importante y con su eficiente muñeca y grandes movimientos en la pintura ha hecho olvidar a Jokic y Radulicja, dos bajas de envergadura, casi tanto como la que posee el coloso de los Pistons. Lucic es otro nombre propio dentro de un combinado sin fisuras y cuya implicación le ha hecho ganarse el respeto de todos sus compañeros. El jugador del Bayern de Munich ha causado sensación por su intendencia, carácter y acierto; y ha suplido a la perfección a Kalinic y Nedovic.
Resulta que el campeonato ha deparado una paradoja muy peculiar: la selección con las ausencias más importantes ha terminado colgándose una plata con sabor a oro en un torneo minado por la plaga de bajas que corrompieron su cauce.
A Serbia, con su actual denominación, se le resiste la corona europea, ya que el último título continental lo levantó hace 16 años. Su último éxito fue precisamente en la imperial y bella Estambul, cuando Bodiroga y Stojakovic regían los designios de la extinta Yugoslavia. El domingo no pudieron cerrar el círculo pero seguro que el oro acabará llegando. Y más tras la renovación hasta el 2021 del artífice de saber llevar los egos y voluntades de tantas estrellas: Sasha Djordjevic.