El separatismo catalán deriva hacia el síndrome del tornillo
Circula un video en las redes sociales de una entrevista a Joan Tardá, el líder de ERC, en Los Desayunos de TVE, antes del 'boom' del 'procés', que ha terminado en procesamiento, en el que la periodista Pilar Gómez, de LA RAZÓN, le hace la pregunta que mucha gente se plantea: si una vez hecha la consulta y proclamada la república catalana, tendría el decoro de abandonar el parlamento español y el sueldo que recibe.
El dirigente independentista no se lo pensó mucho, y acudió a una explicación realmente insólita: a pesar de que Cataluña sea independiente, todavía no lo son otras partes de los Países Catalanes, como las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana. Porque él, en realidad, según se deduce de sus palabras, representa no solamente a Cataluña, sino a ese imperio soñado que hasta ahora solo se ha tomado desde fuera como un pintoresco y anacrónico delirio de grandeza sin ninguna consistencia. Sueños de una insolación de verano. Así han empezado muchas religiones en los desierto arábigos.
Y no tendrá consistencia, esperemos, pero es una ensoñación muy extendida en las aguas soberanistas, en las que mucha gente navega sin 'biodramina'. Ya Josep Tarradellas advertía contra esta propuesta, que no es nueva. "Nunca he sido partidario – dejó dicho en sus memorias- de la política denominada de los Países Catalanes, de la vinculación nacionalista de Cataluña con el País Valenciano y con las Islas. Desde un punto de vista político, ese vínculo no tiene ninguna base. Nos une una lengua común y la historia en el marco de la Corona de Aragón; nada más. Los problemas de cada una de las partes son diferentes y difícilmente transferibles..." ('Ja sòc aquí. Pag.30. Planeta).
A pesar del peso que ha adquirido el 'pancatalanismo', a través de la exaltación de la lengua propia común, con sus variantes dialectales, sobre todo a través de las franquicias podemitas, cada vez más escoradas – con excepciones- hacia el 'derecho a decidir' en modo paraguas, la reacción valenciana a este intento de crear un 'imperio mediterráneo' con capital en Barcelona ya ha tomado la calle. Una gigantesca manifestación 'transversal'- es decir, con gentes de todas las ideologías- ha tomado con un mar de banderas valencianas y españolas la vía pública, ha sacado el asunto de debajo de la alfombra, mientras crecen las protestas por un plan de inmersión mono-lingüística calcado del catalán, y que sigue también el gobierno balear.
El problema es que si los separatistas catalanes quieren los Países Catalanes 'in extenso', en el paquete entrarían territorios franceses y, si se piensa a lo grande, o sea, a lo loco que se vive mejor, incluiría, ¿por qué no? los territorios italianos de la Corona de Aragón.
El asunto suscita la risa; pero también suscitaba la risa que un día un grupo de troleros y trastornados se empeñara en hacer de Cataluña un 'estado fallido', y que de momento ya hayan conseguido cargarse la 'marca Cataluña', desprestigiada por 'fuego amigo' en Europa, y que más de dos mil empresas se hayan fugado de una región que ya no les ofrece seguridad, ni política, ni pública, ni económica, ni jurídica. Numerosas compañías que empezaron por cambiar la sede social, han cambiado también la fiscal, y ha comenzado el traslado de los directivos y ejecutivos.
La idea dominante en el Gobierno de la nación, y en los partidos políticos constitucionalistas, era que con el artículo 151 volviera la normalidad, poco a poco. Y, eso fue así, en un principio. Cuando todos los separatistas decidieron participar en las elecciones regionales del 21 de diciembre se dio por supuesto que sería un nuevo punto de partida, pero ya desde una situación de normalidad institucional. Sin embargo, empresarios, analistas y expertos en inteligencia pidieron tiempo y precaución. No se acababan de fiar.
Y era para desconfiar. Quien miente una vez, miente cientos.
Ahí tienen ustedes la declaración expansionista de Joan Tardá, Hernán Cortés en las tierras valencianas y baleares, que hace exactamente lo que las bases más exaltadas esperaban de él. Su única razón es ir subiendo los escalones que le lleven hacia el Imperio Catalán que conforme una nueva gran potencia europea. 'Sic transit gloria mundi', volverá a decirse en nuevos batacazos.
Y mientras aún resuenan estas locuras, fantasmas de unas mentes enfermas de grandeza y mesianismo, desde Brujas – lugar muy propio y sugerente para sus declaraciones- Carles Puigdemont plantea en el arranque de la campaña que ante el desdén y el rechazo de la Unión hacia el separatismo catalán, los catalanes deberían votar si siguen o si se van de Europa. Tal cual.
Todo este dislate, azuzado por el equilibrismo antisistema de Podemos y por su franquicia, aliada ahora de la ególatra y sinuosa Ada Colau, lo único que puede conseguir es que las instituciones europeas fortalezcan mediante documentos expresos la integridad territorial de los estados miembros, el respeto a las constituciones, por encima a las extravagancias de algún juez engreído, que tienen, todas en común, la indivisibilidad de los estados, y quizás un endurecimiento de las condiciones de legalidad de los partidos.
Sobre todo porque a pesar de las maniobras de distracción de Podemos, es evidente la interferencia rusa en la política de los herederos del bloque occidental, que coincide con el bloque de naciones democráticas y de bienestar. Putin no ha intervenido solamente en Crimea, y en Ucrania; lo hace en el entorno de las tres repúblicas bálticas, que salieron como perseguidas por el diablo- exactamente- en cuanto la URSS se desmoronó y ellas abandonaron el paraíso (post) soviético y el Pacto de Varsovia para entrar en la UE y en la OTAN.
Moscú ha estado detrás de una 'guerra cibernética' que sigue exactamente el método que llevó a cabo la URSS para, tras la II Guerra Mundial, 'apropiarse' de las débiles democracias del Este, ponerlas bajo la bota del ejército rojo, y sometidas a una maquiavélica operación de desestabilización interna del 'enemigo' para quebrar la unidad de los aliados.
Hay una frase famosa de Helmut Kohl cuando la 'crisis de los misiles' en el 'teatro europeo'. La URSS había roto el 'statu quo' y sustituyó sus viejos misiles por otros más modernos y de mayor alcance. Cuando la UE y la OTAN le exigieron volver a la situación anterior, lo que hizo el Kremlin fue promover traicioneramente manifestaciones y algaradas pacifistas en occidente.
Esta estrategia no disuadió a los gobernantes europeos, que, a mayores, consiguieron el refuerzo de España: Felipe González demostró su condición de estadista europeo cuando llevó a referéndum la entrada en la OTAN, y ganó defendiendo el SÍ en solitario. Ese movimiento, y la determinación de todos los socios, que respaldaron la sustitución de los misiles obsoletos por otros más modernos y destructivos, dieron el jaque. Que se convirtió en jaque mate cuando la URSS fue incapaz de mantener el ritmo del rearme que había desatado insensatamente, cegada por la soberbia, e implosionó.
En aquellas horas el canciller alemán se preguntaba, retóricamente, cómo era posible que si los misiles estaban en el Este, las manifestaciones pacifistas estuvieran en el Oeste. La respuesta estaba clara, y hoy día perfectamente documentada: la manipulación por los partidos comunistas de las organizaciones pacifistas, de algunos 'verdes' y de toda la galaxia de asociaciones dependientes, de una u otra forma, de los presupuestos y los intereses de Moscú.
Esta misma estrategia es la que está desplegando ahora el camarada Vladimir. Si Moscú en la era soviética tomó posiciones en Cuba, Putin ha dado algunos pasos más allá: se ha adueñado de la revolución bolivariana, y, técnicamente, es el 'accionista mayoritario' de la economía venezolana tras la refinanciación de la deuda. Toma nuevas posiciones en Asia Menor y en Oriente Medio, y continúa con su labor de provocar conflictos al 'enemigo'.
El caso catalán tiene una atracción fatal para esta nueva etapa del 'gran juego'. Si hace unos pocos años, ocho o diez, nadie pensaba en España en la posibilidad de un gran contagio europeo, en la actualidad ésa es una de las preocupaciones prioritarias.
El día 22 de diciembre, o sea, el Día D+1, todo depende de que los partidos nacionalistas, y los 'pescadores' podemitas, tomen nota de lo que ha significado la intentona fallida, para no repetirla en décadas, y ajustarse al 155, que viene a ser ajustarse a la senda constitucional. Y en ella, no cabe el famoso referéndum pactado, ni nuevas declaraciones de independencia, ni seguir con la insumisión y la resistencia. España – los españoles en general- tienen pruebas sólidas del apoyo europeo a la integridad nacional y de su determinación colectiva a evitar nuevos ensayos nucleares que puedan afectar los cimientos del orden europeo que tanto ha costado construir.
Porque el 22 de diciembre, aparte de ser el sorteo de Navidad, seguirá vigente el artículo 155. Y el recuerdo de la catástrofe originada por una pandilla de aventureros y charlatanes debiera ser un buen motivo para pasar página y aprovechar las elecciones para recuperar la Cataluña unida en el progreso, la paz y la tolerancia.
En realidad estamos ante un problema matemático: hay que saber cuántos catalanes están contentos y felices viviendo en el mundo de los engaños y creyendo las trolas, inmunes a una realidad que deja en ridículo, más allá de toda duda razonable, sueños estúpidos y odios inoculados a traición. En fin, cuántos catalanes necesitan ajustarse el tornillo de la cordura y la responsabilidad.