El Reino Unido es hoy más débil que hace cinco años
Hay que juzgar el Brexit y el tratado comercial en base a los términos de lo que prometieron quienes defendieron la salida de la UE.
A última hora se evitó el desastre. La Unión Europea y el Reino Unido suscribieron un tratado comercial en Nochebuena. En la mañana del 30 de diciembre, lo firmaron Ursula von der Leyen y Charles Michel en Bruselas, el documento voló con la Royal Air Force a Londres, fue respaldado por la Cámara de los Comunes, luego por la de los Lores, y antes de irse a dormir lo rubricó Isabel II.
El Parlamento Europeo pidió más tiempo para analizarlo en detalle, y está previsto que sea refrendado en febrero. El Parlamento británico, con sus 650 diputados y sus 800 lores, sin embargo, no quiso que pasara el tiempo. No deja de ser irónico que uno de los argumentos estrella a favor del Brexit fuera lo importante que es respetar la soberanía nacional representada en Westminster. Tendrán que explicar cómo compatibilizan ese escrupuloso respeto a la soberanía nacional con el hecho de discutir y someter a votación 1.200 páginas en un solo día en ambas cámaras, dos días antes de que entre en vigor, y cuando apenas una semana antes no había acuerdo sobre la mesa. Por no hablar de la pandemia y de los kilómetros de camiones aparcados en Dover y en otras carreteras del condado de Kent.
No todo está atado. Quedan cabos sueltos principalmente en lo relativo al sector de los servicios financieros, de importancia capital para la City de Londres. El Gobierno británico y la Comisión Europea tendrán que seguir hablando para buscar la manera de evitar fricciones en los servicios, que suponen el 80% de la actividad económica del Reino Unido y el 50% de sus exportaciones a la UE.
Pero se evitó el desastre que habría sido no tener un marco regulatorio propio para las relaciones del Reino Unido con su principal socio comercial, del cual además formó parte durante más de 45 años.
Por si el virus fuera poco, han sido unas Navidades atareadas para los spin doctors en nómina del Gobierno. Puesto que el laborismo prefiere ver el Brexit como un fantasma del pasado, desde el primer momento quedó claro que Boris Johnson y los portavoces gubernamentales tendrían que esforzarse en convencer al flanco ultraescéptico de entre sus filas. El entusiasmo oficial se resume en: este es un momento amazing, el Reino Unido vuelve a ser soberano, la palabra del pueblo ha sido respetada y es una oportunidad histórica para forjar un futuro próspero para el país. El exministro de 66 años Iain Duncan Smith se dejó llevar por el frenesí en televisión: “Cómo me gustaría tener 21 años… para ser intrépido y volver a dominar el mundo”.
Cada cual es libre de creer si se trata de un entusiasmo real o ficticio. Yo creo que es ficticio. Las extemporáneas y exageradas alusiones a la nación y las promesas de un futuro áureo son en mi opinión una cortina de humo. Quien realmente cree que puede dominar el mundo no lo anuncia en la BBC.
Mirándolo desde el Reino Unido, creo que las virtudes del acuerdo comercial hay que evaluarlas en los términos en los que se presentó el Brexit como proyecto de país. Y el Reino Unido es en enero de 2021 políticamente más débil que en junio de 2016, cuando tuvo lugar el referéndum.
En términos económicos, los datos que maneja el propio Gobierno muestran que al menos a corto y medio plazo el impacto sobre el PIB será negativo. A largo plazo todos muertos, dijo Keynes.
A cinco meses de las elecciones en la europeísta Escocia, el Partido Nacional Escocés está a las puertas de consolidar su dominio en el Parlamento de Holyrood, y todas las encuestas señalan que de celebrarse el plebiscito hoy, la opción independentista ganaría con claridad. Y, de lograr la independencia, me atrevo a conjeturar que la Unión Europea terminaría por hacer hueco a este nuevo estado, cuya legislación ya está alineada con la comunitaria y cuya población es fogosamente europea, a diferencia de sus vecinos ingleses, y de buena parte del continente.
Todo apunta a que Gibraltar pasará a formar parte del espacio Schengen. Los gibraltareños no van a dejar de querer ser británicos. Y a los líderes conservadores se les seguirá llenando la boca sobre lo mucho que valoran este territorio británico de ultramar. Pero la cruda realidad es que, administrativamente hablando, en 2021 va a ser más fácil acceder al peñón desde el continente que desde la metrópolis. Con bandera o sin ella, con guardias civiles disimulando o plenamente visibles, Gibraltar está un poco más cerca de Cádiz y un poco más lejos de Heathrow.
Apenas dos días antes del anuncio del pacto comercial entre la Unión Europea y el Reino Unido se cumplió el centenario de la creación del Estado Libre Irlandés. Ahí se fraguó la separación entre lo que con el tiempo pasaría a llamarse la República de Irlanda por un lado, e Irlanda del Norte por el otro, que sigue bajo soberanía británica desde entonces. El tratado comercial preserva la libertad de movimiento de personas y de bienes entre ambas, una de las líneas rojas de la negociación. A consecuencia, el Reino Unido se ha visto obligado a introducir una frontera comercial entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña (Gales, Escocia e Inglaterra), sometiendo a control los bienes que circulan dentro de la jurisdicción del mismo país. A día de hoy, cien años después de la separación, la reunificación de Irlanda parece cuestión de tiempo.
La clase política del país, mucho más en Inglaterra que en las otras naciones del Reino, es y ha sido desde hace tiempo escéptica respecto a una unión política y monetaria en Europa. Pero creo que no aporta lo suficiente hacer un juicio de valor sobre la deriva nacionalista y antiglobalista del partido en el Gobierno, de la mayor parte de la prensa y de buena parte de la población. Hay que juzgar el Brexit y el tratado comercial en base a los términos de lo que prometieron quienes defendieron la salida de la Unión Europea como una cuestión de interés nacional. Desde esa perspectiva, el Reino Unido es hoy más débil que hace cinco años. Boris Johnson y sus aliados serán recordados por ello.