El principio del fin de la pandemia y el populismo
"Poco parece importar que, ante un fenómeno complejo y multicausal, la simplificación sea tan poco científica y por contra tenga tanto de antipolítica".
Entramos ya en el principio del fin de la pandemia, con la esperanza de la inmunidad derivada del avance de la vacunación en marcha. Y al tiempo, ante el ocaso del populismo simbolizado en el esperpento del fiasco del asalto al Capitolio vivido recientemente como el principio del fin del trumpismo y su liderazgo en la extrema derecha.
En la tercera ola de la pandemia se repite el relato tecnócrata del dogma del confinamiento duro de los expertos frente al tópico de la polarización, la debilidad y las contradicciones de los políticos. Precisamente cuando el significado del término confinamiento ha cambiado con la evolución de la covid-19 y cuando, además, la experiencia reciente ha demostrado que la adecuada combinación de las medidas parciales de restricción de la movilidad como los toques de queda, los cierres perimetrales y de la hostelería, junto a las limitaciones de aforos y horarios, han permitido contener las sucesivas olas de la pandemia y sobre todo evitar el colapso de la sanidad pública que constituía y constituye, aún hoy, nuestro principal objetivo de salud pública.
Además, la incidencia de la segunda y ahora de la tercera ola ha puesto en su lugar el sinsentido del campeonato de liga, con sus respectivos líderes y colistas, establecido entre países con el inicio de la pandemia, del que ahora solo se salvan algunos países asiáticos que contaron en su momento con la experiencia de la pandemia del SARS y que tienen una cultura de control social y digital muy diferente de la europea y occidental.
Por otra parte, la estrategia inviable de la erradicación de los virus hace ya mucho tiempo que no forma parte de las medidas de salud pública frente a las epidemias, sino que son la contención y la reducción al mínimo de la transmisión con el logro de la inmunidad de grupo, mediante las medidas de distanciamiento y la generalización de la vacunación.
En la tercera ola de la pandemia, que hoy azota a todo el hemisferio occidental junto al dogma del confinamiento absoluto y la erradicación, ha aparecido recientemente la atribución de responsabilidad a la polarización política, incluso como causa de la sobremortalidad. Poco importa que también aquí las comparaciones sean forzadas y que se confunda conscientemente correlación y causalidad. De nuevo, la comparación entre países con mayor o menor división política obvia la influencia, en esos mismos países, de las particularidades de su demografía, su movilidad, el nivel de su desarrollo económico y social, de la salud pública, la sanidad y servicios públicos o sus hábitos de riesgo y patologías más prevalentes, de su cultura, e incluso, de su experiencia previa por haber sufrido pandemias anteriores. Factores determinantes muy complejos, que sería necesario en primer lugar aislar, y en segundo, neutralizar o estandarizar su influencia e interacciones para que una correlación tuviese algún viso mínimo de interpretación causal.
Sin embargo, poco parece importar pues que, ante un fenómeno complejo y multicausal como es una pandemia, la simplificación sea tan poco científica y por contra tenga tanto de antipolítica y populista. Porque tras la mayor o menor polarización política, que sin lugar a dudas tiene influencia en la respuesta institucional y en la cohesión social, se oculta lo fundamental: la sindemia de los determinantes sociales, ambientales y culturales que influyen en el origen y la transmisión de las pandemias, junto a las patologías crónicas y los hábitos de riesgo, así como el efecto de los recortes y la privatización de la sanidad y servicios sociales públicos, y en definitiva, el desmantelamiento del estado social.
Pero además, tras el término genérico de la polarización política se confunden causas y consecuencias, a la par que las distintas responsabilidades políticas en la gestión política. Porque no es la polarización política lo que en España ha debilitado la cooperación entre las administraciones central y autonómicas ni lo que ha provocado la desafección de la derecha social y sus medios afines con respecto a las medidas de control de la pandemia, sino su instrumentalización para una estrategia política e institucional concreta de deslegitimación, desgaste y desestabilización del adversario, en la línea de la extrema derecha y el negacionismo globales, liderados hasta ahora por el trumpismo.
En el ámbito político también asistimos hoy al principio del fin, esta vez del populismo. La extrema derecha como fuerza de choque del trumpismo acaba de asaltar el Capitolio instigada por el presidente saliente para evitar la confirmación de su derrota electoral. Sus consecuencias van más allá de la pérdida oprobiosa del liderazgo, echan por tierra su valor como alternativa rupturista desde dentro del propio sistema. El nacionalismo blanco y el personalismo providencial han sido derrotados por el voto multirracial, el pluralismo y el parlamentarismo. Sin embargo, algunos para evitar hablar de la verdadera cara del populismo de extrema derecha, han buscado la causa última de nuevo en la polarización política. Como si ésta no viniese ya de tiempo atrás, al menos desde la reestructuración neoliberal y sus consecuencias de desigualdad social, la convergencia programática de los partidos y su compensación mediante la sobreactuación y la confrontación política.
Precisamente por eso, en España, lejos de condenar el asalto fascista sin ambajes, la derecha ha buscado la comparación, está vez forzada y además odiosa, con las movilizaciones del 15M dentro de su estrategia de polarización y equidistancia. Poco importa que aquellas fueran un ejercicio legítimo del derecho de reunión y manifestación, ratificado además por sentencia firme de los tribunales de justicia sobre los acontecimientos de ‘rodea el Congreso’, y que esta del asalto al Capitolio pretendiese impedir el reconocimiento de los resultados electorales y la alternancia democrática en la presidencia de los EEUU.
De nuevo, al principio del fin de la pandemia y del populismo, surge la polarización como equidistancia, en este caso para ocultar las responsabilidades de la extrema derecha populista en el asalto a la democracia, como también en el negacionismo frente a la evidencia de la pandemia.
Vuelve asimismo la antipolítica, buscando siempre las divisiones, las contradicciones y las culpas en en ámbito de las decisiones propias políticas y las instituciones, enfrentándolas a una interpretación dogmática de las recomendaciones de la ciencia, obviando con ello tanto el conocimiento parcial de la pandemia como el contexto politico de incertidumbre , y en definitiva del diferente papel de la una y de la otra.
Por eso sigue siendo urgente el reconciliar la aportación imprescindible de la ciencia y la legitimidad de las decisiones en el ámbito de la política, como también deslindar la legítima confrontación política de la estrategia de deslegitimación y desestabilización.
El principio del fin de la pandemia y del populismo debieran ser también un oportunidad para renovar la democracia, el contrato social y el compromiso con el futuro del planeta. Nos va en ello la supervivencia del género humano.
oco parece importar que, ante un fenómeno complejo y multicausal como es una pandemia, la simplificación sea tan poco científica y por contra tenga tanto de antipolítica y populista. Porque tras la mayor o menor polarización política, que sin lugar a dudas tiene influencia en la respuesta institucional y en la cohesión social, se oculta lo fundamental: la sindemia de los determinantes sociales, ambientales y culturales que influyen en el origen y la transmisión de las pandemias, junto a las patologías crónicas y los hábitos de riesgo, así como el efecto de los recortes y la privatización de la sanidad y servicios sociales públicos, y en definitiva, el desmantelamiento del estado social.
Pero además, tras el término genérico de la polarización política se confunden causas y consecuencias, a la par que las distintas responsabilidades políticas en la gestión política. Porque no es la polarización política lo que en España ha debilitado la cooperación entre las administraciones central y autonómicas ni lo que ha provocado la desafección de la derecha social y sus medios afines con respecto a las medidas de control de la pandemia, sino su instrumentalización para una estrategia política e institucional concreta de deslegitimación, desgaste y desestabilización del adversario, en la línea de la extrema derecha y el negacionismo globales, liderados hasta ahora por el trumpismo.
En el ámbito político también asistimos hoy al principio del fin, esta vez del populismo. La extrema derecha como fuerza de choque del trumpismo acaba de asaltar el Capitolio instigada por el presidente saliente para evitar la confirmación de su derrota electoral. Sus consecuencias van más allá de la pérdida oprobiosa del liderazgo, echan por tierra su valor como alternativa rupturista desde dentro del propio sistema. El nacionalismo blanco y el personalismo providencial han sido derrotados por el voto multirracial, el pluralismo y el parlamentarismo. Sin embargo, algunos para evitar hablar de la verdadera cara del populismo de extrema derecha, han buscado la causa última de nuevo en la polarización política. Como si ésta no viniese ya de tiempo atrás, al menos desde la reestructuración neoliberal y sus consecuencias de desigualdad social, la convergencia programática de los partidos y su compensación mediante la sobreactuación y la confrontación política.
Precisamente por eso, en España, lejos de condenar el asalto fascista sin ambajes, la derecha ha buscado la comparación, está vez forzada y además odiosa, con las movilizaciones del 15M dentro de su estrategia de polarización y equidistancia. Poco importa que aquellas fueran un ejercicio legítimo del derecho de reunión y manifestación, ratificado además por sentencia firme de los tribunales de justicia sobre los acontecimientos de ‘rodea el Congreso’, y que esta del asalto al Capitolio pretendiese impedir el reconocimiento de los resultados electorales y la alternancia democrática en la presidencia de los EEUU.
De nuevo, al principio del fin de la pandemia y del populismo, surge la polarización como equidistancia, en este caso para ocultar las responsabilidades de la extrema derecha populista en el asalto a la democracia, como también en el negacionismo frente a la evidencia de la pandemia.
Vuelve asimismo la antipolítica, buscando siempre las divisiones, las contradicciones y las culpas en en ámbito de las decisiones propias políticas y las instituciones, enfrentándolas a una interpretación dogmática de las recomendaciones de la ciencia, obviando con ello tanto el conocimiento parcial de la pandemia como el contexto politico de incertidumbre , y en definitiva del diferente papel de la una y de la otra.
Por eso sigue siendo urgente el reconciliar la aportación imprescindible de la ciencia y la legitimidad de las decisiones en el ámbito de la política, como también deslindar la legítima confrontación política de la estrategia de deslegitimación y desestabilización.
El principio del fin de la pandemia y del populismo debieran ser también un oportunidad para renovar la democracia, el contrato social y el compromiso con el futuro del planeta. Nos va en ello la supervivencia del género humano.