El misterioso caso de las infecciones contenidas de Covid en África
El continente, con cerca de 2,5 millones de casos, copa el 3,5% de las muertes mundiales. Su juventud, la falta de asilos o la experiencia con otros virus son las claves.
Cuando el mundo se dio cuenta de la gravedad del SARS-CoV-2, empezó a mirar a África con una tremenda angustia: ¿qué va a pasar si llega al continente, tan inmenso, tan poblado, con tantas carencias arrastradas? Las primeras proyecciones eran terroríficas, Naciones Unidas preveía en abril que hasta 300.000 personas podían morir en sus 55 países, debido a las altas concentraciones urbanas, la falta de sistemas sanitarios fuertes o los problemas de higiene. Y, sin embargo, hoy se habla de “misterio”, de “milagro”, de “contagios silenciosos”, porque afortunadamente no se ha producido la explosión augurada.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de esta semana, los casos están repuntando, como está sucediendo en Europa o América, y son ya 2,4 millones los contagiados en todo el territorio africano, con medias de 10.000 a 10.600 afectados nuevos al día. Las muertes asociadas al Covid-19 rondan las 57.00, con 300 diarias en las últimas jornadas. Los fallecidos -sin restar importancia a la cifra, que cada vida cuenta- no suponen más que el 3,5% del total del planeta, cuando la población de África supone casi el 18% del mundo.
Hay ya dos millones de personas que han sanado, tras contagiarse, desde que se detectó el primer caso, el 14 de febrero, en Egipto. Por países, Sudáfrica (23.500 muertos), Egipto (7.000) y Marruecos (6.700) son los más afectados. “Hay una brecha asombrosa entre lo que preveíamos y lo que está pasando”, ha reconocido la OMS en sus comunicados.
Los científicos aún se están preguntando el porqué de esos datos. Hay hipótesis, suposiciones, pero no hay aún estudios que den una respuesta firme. “Nos queda aún para saberlo, puede haber razones más complejas y hondas, pero en principio hay una serie de factores que suman”, explica el doctor colombiano Salvador González, que ha trabajado para el departamento de cooperación del Gobierno noruego y el Comité Internacional de la Cruz Roja en el África Subsahariana.
La demografía es, “sin duda”, el primero de esos factores. “La mitad de la población del continente tiene menos de 18 años y apenas hay un 4% con más de 60 años, que es siete veces menos que en el continente americano o en el europeo. Ya sabemos que la incidencia entre los niños es sensiblemente menor y, cuando enferman, el daño es igualmente más leve. Los individuos de avanzada edad son los más afectados, y sencillamente en África hay menos, eso son menos ciudadanos con diabetes, con problemas de tensión o cardiopatías crónicas”, explica.
Por ese motivo y por la escasez de recursos, existen pocas residencias de ancianos, que en el mundo más desarrollado han sido focos de contagio y, lamentablemente, de muerte. Sólo en España, han sido 24.426 las personas fallecidas en asilos en apenas nueve meses.
El segundo gran motivo que detecta González es la “amplia” experiencia previa ante otras pandemias como la malaria, el ébola, el sarampión o el VIH. “Los Gobiernos están acostumbrados a activar dispositivos ante estas oleadas y la población está concienciada de la necesidad de cumplir con los consejos que se dan. Hay estrategias de prevención y trabajo comunitario que funcionan, y una capacidad organizativa notable pese y precisamente por causa de la escasez de recursos”, señala.
Y el tercero, defiende con contundencia, es que “se han hecho bien las cosas”. “Siempre el sambenito de África como lastrada... No. Como los casos crecían en Asia y en Europa, las administraciones han optado por cerrar fronteras, de espacios aéreos y líneas de tren, y confinar incluso con muy pocos casos registrados. Han sido rápidos al apostar por medidas espinosas en Occidente, como los toques de queda o las limitaciones de movilidad, y eso ha surtido efecto”, defiende.
Eso ha hecho que la red sanitaria del continente, que fuerte no es, haya aguantado razonablemente. Un territorio donde hay cinco camas por cada millón de personas (son 4.000 en Europa) y que sólo tiene 2.000 respiradores, o sea, una decena por país más o menos, según datos de la OMS. “Fragilidad hay siempre, carencias de material hay siempre, pero no ha existido colapso”, remarca el doctor.
Sumadas a estas tres razones fundamentales, González suma varias más, como la lógica de que el virus llegó más tarde a África y hubo más tiempo para encajarlo o el hecho de que las interconexiones y comunicaciones entre estados no sea tan fluida como en el hemisferio norte.
Otros factores “plausibles”
Kevin Marsh y Moses Alobo, que encabezan el equipo Covid-19 de la Academia Africana de Ciencias, han publicado un artículo en The Conversation el que matizan que la transmisión está siendo alta, que no hay que relativizar las cifras, pero que es cierto que los casos no revisten ni la gravedad ni el grado de letalidad que en otros países. Asumen que, en parte, también puede deberse a una falta de identificación y de registro de las muertes, que se carece de datos fiables -no es de extrañar, dicen, que haya más casos en países donde se están haciendo más pruebas y controles-, pero añaden que hay otros factores “plausibles” más curiosos.
A saber: enfatizan que las diferencias climáticas, el hecho de que haga más calor, ha podido afectar al virus; que puede haber una inmunidad preexistente en la población a causa de los otros virus sufridos y peleados por la comunidad; que las cepas que han llegado a África, más tardías, tengan comportamientos diferentes o cargas virales más bajas e, incluso, que haya factores genéticos. “También pueden ser relevantes. Un haplotipo (grupo de genes) recientemente descrito, asociado a un mayor riesgo de gravedad y presente en el 30% de los genomas del sur de Asia y en el 8% de los europeos, está casi ausente en África”, sostienen.
Los expertos reconocen que los números empiezan a ser más preocupantes. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades de África (CDC) está detectando un incremento del 20 al 32% diario en contagios, un ritmo que no se sigue en las pruebas que se realizan: hasta ahora, se contabilizan más de 19 millones de test en una comunidad de 1.300 millones de personas. Son “muchos” los asintomáticos, lamentan, que no son tratados.
Lo que menos se ve
El Covid en África está causando también daños indirectos. Desde la economía, que se resiente y llueve sobre mojado, a la sanidad básica, donde se complica la atención de otras patologías. El Grupo de Cooperación Internacional de la Asociación Española de Pediatría ha alertado en la revista Anales de Pediatría de que “debemos considerar los importantísimos posibles efectos indirectos que la pandemia tiene en aquellas enfermedades endémicas y que ya son causa habitual de morbimortalidad”, y pone como ejemplo el VIH, la tuberculosis, la hepatitis b o la malaria. Aún se desconoce el alcance de este impacto.
“Lo que sí está claro -añade el artículo- son las importantísimas consecuencias que la disrupción causada por las medidas de contención tendrá en las actividades comunitarias ya bien establecidas, como los programas de inmunización infantil, las consultas antenatales en mujeres embarazadas o la distribución de medicamentos para enfermedades crónicas (siendo los antirretrovirales para el control del VIH el ejemplo paradigmático) o de redes mosquiteras contra la malaria”. Y a ello se suma el “miedo” al contagio que pueden tener los africanos y que puede acabar haciendo que no acudan a sus centros sanitarios cuando lo necesiten.
De la ayuda internacional dependen hoy muchos sistemas de salud africanos y se teme que, cortos como están de euros los Gobiernos de todo el mundo, bajen las asignaciones a organismos de Naciones Unidas o a agencias propias de cooperación y partidas que ya antes eran insuficientes contra “enfermedades olvidadas”, como las llama la Asociación Española de Pediatría. El poco dinero que haya se puede traspasar a la investigación sobre el Covid, desvestir un santo para vestir a otro.
El doctor González coincide en que se pueden dar “pasos atrás en otros campos”, que han tardado “muchos años” en lograrse. De ahí que sea “vital” que “el mundo no desvíe la mirada, pensando que en África todo está bajo control”, que las vacunas que los países ricos están acaparando “se distribuyan con justicia” y que, aún en tiempos complicados, la cooperación internacional no desaparezca. “Sería gravísimo, hay que aumentar la vigilancia y el compromiso, los fondos”, advierte.
La economía, tocada
Porque la otra víctima del coronavirus es, como en todo el mundo, la economía. En los peores escenarios dibujados por la ONU en primavera, se apuntaba a una contracción económica de entre el 1,8 y el 2,6%, lo que podría en empujar a 27 millones de personas en el continente a la extrema pobreza. El Banco Africano de Desarrollo (BAD) calcula que este año se perderán entre 24,6 y 30 millones de empleos.
La clave está en el precio del petróleo, que supone el 40% de las exportaciones africanas, y que se ha reducido a la mitad, a la exportación de otros productos como los textiles o las flores, que también se han hundido, y al turismo congelado, que en algunos países supone el 38% del PIB.
“Para proteger y construir una prosperidad compartida en el continente, hacen falta 100.000 millones de dólares para ofrecer de forma urgente e inmediata espacio fiscal a los países que les ayude a ofrecer una red de seguridad inmediata a la población”, sostiene la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para África de la ONU (UNECA), Vera Songwe. Además, harían falta otros 100.000 millones de dólares para un estímulo económico de emergencia.
Una situación que amenaza con empeorar si las cifras de contagios siguen al alza, como esta semana.