El fondo de reconstrucción y el 'holandés errante'
Parece muy recomendable una cierta cura de humildad para aquellos pueblos que, como el holandés, recibieron importantes ayudas cuando las necesitaron.
Los distintos procesos puestos en marcha por la UE para afrontar esta crisis económica y social derivada del COVID-19, especialmente el denominado “plan de reconstrucción” pensado para ayudar a los estados que han salido peor parados de la pandemia, está siendo discutido, puesto en entredicho y condicionado por parte del clan más populista y neoliberal ortodoxo, liderado por ese nuevo holandés errante que es Mark Rutte. El altivo y fatuo primer ministro de los Países Bajos, en su papel amenazante reclamando austeridad y reformas, recuerda mucho al capitán del buque fantasmal holandés de la leyenda de Frederyck Maryatt y de Washington Irving -inmortalizado por Wagner en su ópera- que hizo un pacto con el diablo para poder surcar por toda la eternidad los mares, aterrorizando con robar el alma de aquellos marineros desgraciados a la deriva, sin importar los retos naturales que pusiera Dios en su travesía. Pero Dios, omnisciente, se entera de esto y en castigo manda una epidemia terrible, condenándolo a él y a su tripulación espectral a navegar eternamente sin rumbo y sin tocar tierra. Quién no recuerda al terrorífico capitán Davy Jones de tentacular barba en la épica saga de Piratas del Caribe, producida por la factoría Disney bajo la magistral dirección de Gore Verbinsky.
Nadie pretende un castigo epidémico legendario similar para este nuevo holandés errante -calificado por muchos como el mejor primer ministro desde la II GM- por el ejercicio insolidario y soberbio de preservar a ultranza la ortodoxia neoliberal de las obligadas reformas, desde que la Troika (el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo) la impusiera en 2010 como condición sine qua non para los sucesivos planes de rescate. Aun con todo, parece muy recomendable una cierta cura de humildad para aquellos pueblos que, como el holandés, recibieron importantes ayudas cuando las necesitaron y eso no les impidió superar ese complejo histórico de inferioridad de sentirse y ser tratados como el “hermano pobre y torpe” de los alemanes. Todo lo contrario, esas ayudas principalmente el Plan Marshall y las ventajas derivadas de su posición estratégica dentro del propio proceso de integración: los efectos del mercado único, la globalización progresiva en la Eurozona, junto con su peculiar régimen fiscal, proyectaron a Holanda a ser la potencia económica y comercial que es hoy. Pero también a una convencida superioridad moral actual para encabezar ese conjunto de países bautizados como “los frugales” en donde, junto con Dinamarca, Austria y Suecia, plantean sus reticencias para aceptar ningún tipo de instrumento o medida que conduzca a la mutualización de la deuda, ni a aumentos significativos en el presupuesto de la UE, aunque sea por algo tan grave como el efecto social y económico causado por un desastre capaz de llevarse por delante de momento más de 200.000 vidas de europeos dentro de la Unión.
El tenso debate entre austeridad con reformas versus mayor crecimiento y consumo con el sector público como motor dinamizador, las medidas a “corto plazo” sobre las condiciones financieras en la zona euro, los recortes en estratégicas políticas sociales y laborales a cambio de los fondos de reconstrucción, el cambio en las bases presupuestarias comunitarias o la renacionalización de políticas centrales para el futuro de la Unión como la de Inmigración, Asilo y Refugio, la Acción Exterior o la Política Agrícola Común, son algunos de los síntomas de una enfermedad que afecta a las bases históricas fundamentales de la UE. Y, lo que es peor, a una renuncia a los principios federales de solidaridad interior y exterior, lo que supone una pérdida progresiva de la esencia y el fin último para el que nació este proceso; incluso este fracaso puede llegar a ser, por su efecto demoledor en la sociedad civil, el golpe mortal para el proyecto colectivo de mayor importancia de la ciudadanía europea en toda su historia.
Llegados a este punto de falta de acuerdo ante el proyecto de reconstrucción, el papel que pueda jugar con firmeza Alemania para acortar los plazos en la consecución del acuerdo parece necesario, imprescindible; volver a hacer sentir su papel como principal defensora histórica que ha sido -más allá de algunos momentos de debilidad o de reconstrucción interna- del proceso de integración supranacional por encima de los intereses nacionales. Los gobiernos actuales de Alemania y Francia, como principal eje vertebrador del proyecto, junto a los principales afectados por la pandemia, deben preservar ese sistema de solidaridad federal interior que tanto quieren condicionar y en el que, en el fondo, esta nueva alianza de estados “frugales” apoyados por nacionalistas reaccionarios, no cree, ni creerá; menos aún con perspectivas electorales próximas como en Holanda. Esa es la única razón para dificultar este nuevo mecanismo de subvenciones imprescindibles para mantener los escudos sociales, y también para impedir a ultranza los necesarios préstamos sociales a cuenta de una deuda soberana comunitarizada.
En este momento más que nunca es prudente buscar un cierto equilibrio en las cuentas fiscales de los Estados y de la propia Unión, que los gastos no sean superiores a los ingresos; es decir, que el déficit público no sea muy grande y que la deuda no sea extremadamente elevada en relación con el PIB, pero también es importante saber ante qué coyuntura histórica estamos, los efectos pandémicos sufridos y lo que está por venir, y cómo se va a salir de esta crisis tan excepcional como nunca hemos vivido y sufrido.
Las políticas de austeridad y de corte regresivo de los últimos años, impuestas directa y/o indirectamente a toda Europa, han logrado dos cosas: transmitir incertidumbre al sistema financiero, ralentizar el crecimiento económico y, lo que es más grave, poner en duda y serio riesgo el Estado de bienestar y nuestros sistemas de protección sanitaria; probablemente el mayor logro social de Europa en los últimos siglos. Pero la mayor ceguera es la insistencia de nuestro holandés errante y de los miembros de su fantasmal tripulación para, de forma más o menos velada, culpabilizar y centrar el problema en la indisciplina de los PIGS (cerdos en inglés); acrónimo peyorativo que siguen empleando algunos medios anglosajones calvinistas para referirse al grupo de países del sur: especialmente, Grecia, Italia, Portugal y España. Y ésta es, por mucho que se quiera disfrazar, una visión clasista, insolidaria y regresiva: el triunfo del proceso intergubernamental frente al proceso supranacional, la vuelta a la oscuridad de la Europa de las patrias, de las trincheras y ahora, de las pandemias, frente a la luz del federalismo y del proyecto solidario en común, capaz de enfrentarlo todo para impedir, como decía Churchill, que los horrores de la muerte, la desolación y la soledad en medio del espectáculo dantesco, vuelvan a asolar a este viejo continente que es Europa.