El feminismo no se detiene
Vamos ahora por todas aquellas que no consiguen despegarse de los suelos pegajosos por ser mujeres.
Estamos ante un 8 de marzo extraño y diferente, como lo ha sido todo en este año. Sin poder salir a la calle, como hacemos siempre, sin poder demostrar que seguimos ahí y con las mismas ganas, o más, de cambiarlo todo. Decía el otro día una amiga que habría que ver cuánto de los desacuerdos que a veces parecen separarnos tiene que ver con no poder vernos, con no poder discutir cara a cara, reírnos, irnos de cañas después de las reuniones; porque la militancia se hace en común y eso lleva más de un año detenido.
Pero no se ha detenido la desigualdad que sufrimos por ser mujeres. Lo que no se ha detenido son las agresiones, los asesinatos, las discriminaciones en todos los ámbitos de nuestra vida. No se ha detenido un sistema económico que nos pasa por encima como un rodillo, haciendo la vida de la mayoría de las mujeres invivible. Y la pandemia no ha hecho sino hacer el rodillo más pesado aún.
Pero tampoco se ha detenido el feminismo en este tiempo y ha seguido encontrando maneras de protestar, de hacerse visible, de expresarse, de pensar nuevos caminos y de transitarlos también. Las mujeres no queremos seguir trabajando en la trastienda insalubre, en los “los talleres ocultos del capital”, como dice Nancy Fraser. No queremos seguir siendo la condición de posibilidad para que el sistema siga funcionando a nuestra costa. Y por eso dijimos que si nosotras paramos se para el mundo.
El otro día en una entrevista televisada le preguntaban a la ministra de Igualdad, Irene Montero, por la razón de que solo hubiera tres mujeres al frente de empresas del Ibex. Es evidente por qué solo hay tres mujeres al frente de las empresas del Ibex, porque el patriarcado entra en todos los rincones de la existencia, pero es evidente que a algunas les pesa más que a otras.
El famoso techo de cristal nos importa menos que el suelo pegajoso del que la mayoría de las mujeres de este planeta no consiguen despegarse. Es casi ofensivo que nos pregunten por qué no hay más banqueras o financieras cuando hay millones de mujeres en la pobreza por ser mujeres, cuando hay millones de mujeres sin derechos en el trabajo doméstico, cuando hay millones de mujeres víctimas de trata o de explotación sexual, cuando hay miles de mujeres en las maquilas o subsistiendo en trabajos de una precariedad y de una dureza extrema… por ser mujeres.
En nuestro país, ahora, hay miles de mujeres trabajando por salarios inferiores a los de sus compañeros y que cuando llegan a su casa, agotadas, tienen que seguir trabajando, cuidado de la casa, los hijos e hijas, los padres o madres, los maridos. Llegan las vacaciones y tienen que hacer malabares para no perder sus trabajos remunerados mientras se ocupan de sus hijos… por ser mujeres.
Cuanto menos tienes de todo, también tienes menos tiempo, porque el tiempo es un bien escaso para las mujeres. Porque una de las cosas más invisibles de las que nos pasan por ser mujeres es el robo del tiempo propio. Y por ser mujeres, solo por eso, la mayoría sabemos lo que es volver a casa de noche pasando miedo. Sabemos lo que es estar siempre alerta cuando sales a divertirte y tienes que tener cuidado con cómo te comportas, que no se note que quieres sexo o que quede muy claro que no lo quieres, porque luego eso siempre nos pasará factura. Y a veces muy dura.
Hay millones de mujeres trabajando en casas ajenas por salarios de subsistencia, mujeres que no ganan lo suficiente porque son mujeres, mujeres que crían a sus hijos e hijas sin apoyos, mujeres que después de pasarse la vida trabajando apenas tienen derecho a una pensión de miseria porque se encuentran con que ese trabajo que han hecho durante toda su vida no es reconocido, ni valorado, ni está bien pagado.
El mundo está lleno de mujeres que no consiguen levantar el vuelo por mucho que lo intentan porque todo un sistema se ha encargado de ponerles plomo en las alas, solo porque son mujeres. Por todo eso hace ya unos años que el 8 de marzo se ha convertido en un grito común de las mujeres contra un sistema económico y social que aplasta a la mayoría. Quizá por eso nos tienen tanto miedo. Porque las mujeres estamos exigiendo una sociedad que ampare y proteja nuestras vidas, una sociedad en la que todas las vidas sean dignas de ser vividas. Los techos de cristal son preocupantes, pero son de cristal y cada vez tenemos más fuerza. Vamos ahora por todas aquellas que no consiguen despegarse de los suelos pegajosos por ser mujeres.