El duelo tras la ruptura afectiva y el kintsugi
El sufrimiento no garantiza sabiduría y lo que no mata no siempre hace más fuerte.
Tenemos cicatrices, algunas nos hablan de accidentes o cirugías. Otras, las emocionales, indican trauma, pérdida o ruptura afectiva. El kintsugi o kintsukuroi es una técnica centenaria japonesa que consiste en la reparación de objetos de cerámica utilizando una mezcla de resinas y polvos de oro. Lejos de disimular las fisuras, se muestra la belleza de la reparación, ya que forma parte de la historia del objeto. El duelo podría ser definido como la experiencia de fragmentación y recomposición emocional resultante de la pérdida. Tanto en el duelo como en el kintsugi, tenemos tareas a llevar a cabo tras la ruptura, dependiendo de como las enfrentemos, podremos integrar las cicatrices emocionales de una manera armoniosa en nuestra identidad y experiencia afectiva.
El duelo como proceso ha sido objeto de estudio durante décadas. Elisabeth Kübler-Ross, la célebre psiquiatra, describe el duelo como un proceso dividido en etapas que, tras la pérdida, se suceden de manera secuencial hasta recomponer el equilibrio inicial. Otro importante psicólogo y más actual, Robert Neimeyer, habla de desafíos o procesos que llevamos a cabo forma paralela, y en los que persona tiene un rol más proactivo.
El primer proceso implica aceptar y reconocer la realidad de la pérdida. Como en las etapas de Kubler Ross, inicialmente es común que se den estados de negación, ira o negociación. Somos resistentes a la idea de ruptura, una parte de nosotros espera que todo haya sido un malentendido, o que habrá una reconciliación.
Dimensionar el problema de una forma adecuada es el primer reto al que debemos enfrentarnos. Negar o infravalorar el peso de la ruptura hará que nos cueste aceptar sus consecuencias en nuestras vidas.
El dolor que lleva asociado el proceso de duelo puede provocar estrategias de evitación o de mitigación de la respuesta emocional. Intentamos contener el dolor, nos esforzamos en mantener entereza. Sin embargo, para unir las piezas es necesario dejar que se produzca la ruptura.
No todo debe ser angustia. El optimismo y el humor son recursos muy preciados y debemos utilizarlos. Eso sí, no es el momento para imponernos preceptos baratos y positivos. La ruptura es complicada y debemos confrontarla, en ese proceso debemos dejar espacio para sentir miedo, rabia o frustración. Obsesionarnos con mantener una actitud positiva puede traer sentimientos de culpa o vergüenza ante el inevitable malestar.
Neimeyer propone un equilibrio entre la expresión emocional del dolor y el ocuparse en otros aspectos de nuestra vida. El duelo, por tanto, fluctúa entre el sentir y el hacer. No avanzaremos si nos centramos excesivamente sólo uno de estos aspectos, bien quedándonos cosificados en la tristeza o la rabia, o bien manteniéndonos centrados en otras tareas para evitar el malestar.
En el kintsugi debemos revisar las piezas, valorar su estado y comenzar a intuir una forma en la encajen armónicamente.
La pérdida fragmenta la experiencia, una parte de nosotros es arrebatada y podemos sentir que transitamos entre pedazos de cotidianeidad como vacas sin cencerro. El desamor puede pasar de ocupar todo nuestro espacio a provocar una brutal sensación de vacío. El razonamiento es muy emocional. Nos situamos en polos desde los que podemos bien sentir una pena inconmensurable, desde la que idealizamos un pasado perdido, a episodios de rabia y aversión a lo vivido. Nos victimizamos o nos culpamos de absolutamente todo. Aparecen pensamientos como “el amor es una mierda”, “he estado compartiendo vida con una desconocida”, “mi vida no tiene sentido” o “nunca volveré a querer así”.
En el duelo, la tarea consistiría en asimilar el cambio que implica la pérdida en nuestro relato de vida, siendo consciente de todas sus consecuencias. La ruptura no solo implica la perdida del otro, también impacta con fuerza en nuestras rutinas, las relaciones afectivas y familiares compartidas, nuestra situación económica, o los planes de futuro.
Cuando se rompe el amor, haya mutuo acuerdo o no, se tambalea uno de los pilares más importantes de nuestro bienestar. La pérdida también fragmenta nuestra identidad e impacta sobre nuestro sistema de valores, creencias y expectativas. Nuestra concepción sobre lo afectivo se ve sacudida y puede incluso cambiar la forma de situarnos frente a los demás.
En el kintsugi, buscamos maneras en las que las piezas vuelven a encajar, a componer el objeto para dar continuidad a su vida útil. Dependiendo del impacto, el proceso será más o menos complicado, pero siempre existe la forma en la que todo vuelve a articularse de manera armónica.
Poco a poco, a medida que pasa el dolor y accedemos a un pensamiento más racional, el maniqueísmo anterior da paso a un relato más rico, en el aparecen más detalles y matices, en el que se diluyen la culpa y la victimización. El proceso de dar cohesión a la experiencia pasa por elaborar una narrativa realista de lo sucedido y una mejor adaptación al momento presente.
Neimeyer hace énfasis en la reconstrucción de la relación con lo que se ha perdido. Es decir, se trataría de asimilar la experiencia pasada, de convertir una relación basada en la presencia física en otra basada en la conexión simbólica. Se trataría de aprender a relacionarnos con nuestro pasado relacional o, en algunos casos, en transformar la relación de pareja en otro tipo de relación, de amistad o de co-paternidad.
Podemos apelar a la resiliencia en lo afectivo, sería una cualidad que facilitaría el proceso de recuperación y crecimiento tras la pérdida. No obstante, el sufrimiento no garantiza sabiduría y lo que no mata no siempre hace más fuerte. El dolor per se no es sinónimo de desarrollo personal.
La ruptura implicará crecimiento si se produce un cambio interior que nos haga entender lo afectivo de una forma más rica, más flexible. Nada ganamos si nos estancamos en una visión rígida, si no asumimos responsabilidades de una forma equilibrada o permanecemos en un rencor exacerbado. Las cicatrices de la ruptura deben ser cuidadas con mimo y observadas como oportunidades de aprendizaje, no conviene dejarlas ocultas en escondrijos de nuestra memoria. No son fracasos a secas, son vivencias que pueden ser útiles si enriquecen nuestra experiencia afectiva. Si nos ayudan a definir que buscamos como individuos y que descartamos.
En el kintsugi, las nuevas piezas ensamblan una versión enriquecida del objeto, con sus fisuras vistas y cubiertas de oro, revalorizando el objeto en su recuperación y transformación. No son muchas las ocasiones en las que sentimos que nos fracturamos, cuando sucede, tenemos la oportunidad de recomponernos, de forma las heridas aporten experiencias válidas. Como en el kintsugi, podemos integrar los golpes recibidos en nuestra identidad para aportar conocimiento, serenidad y fortaleza.